sábado, 23 de junio de 2012


VENEZOLANOS EN LA AZOTEA

              FAUSTO MASÓ
La verdad de la frase famosa de Mao Tse-tung sobre la chispa que incendiará la pradera se comprueba en las grandes campañas electorales, esas que nacen del entusiasmo popular, y que ahora se pone de manifiesto, por ejemplo, cuando toda la población de Tucacas, incluidos los chavistas, acuden a un acto de Capriles Radonski.
En la localidad costera la gente se encaramaba en lugares insólitos para ver al candidato; igual sucede en pueblo tras pueblo, ciudad tras ciudad.
Eso se llama entusiasmo, algo intangible que no mide una encuesta. Los electores que rechazan confesar sus simpatías por teléfono a los encuestadores, en el país de la lista Tascón, y prefieren definirse como indecisos, acuden en masa a escuchar al candidato de la MUD que, como Pérez I y Chávez I, ha crecido políticamente, desarrollado un estilo personal, le ha cogido el gusto al baño de multitudes, lo emociona el fervor popular, ha aprendido a comunicarse con los venezolanos humildes, con aquellos que decidirán las elecciones. Lugares como Tucacas o la parte alta de Catia dirán quién será el ganador en octubre.
Cuando a Carlos Andrés Pérez I lo escogieron como candidato muchos recordaban que lo llamaban el ministro policía.
Pérez mostraba su energía saltando charcos, presidiendo largas caminatas. Otro caso más reciente es el del propio Hugo Chávez, que inicialmente rondaba como alma en pena por el país, no llegaba siquiera a 10% en algunos meses de 1998, hasta que se viró la tortilla y reventó el fervor popular. En ambas campañas, Pérez y Chávez, después de recorrer el país, casa por casa, generaron un entusiasmo incontenible que no se reflejaba inicialmente en las encuestas. Capriles arrancó desde un piso mejor que Pérez y Chávez: los 3 millones de venezolanos que votaron en las primarias. No tiene tampoco acceso a los medios, como le ocurrió inicialmente al propio Chávez en 1998. A su favor cuenta con la enfermedad terminal de Chávez, que no le permite salir de Miraflores y contrarrestar la presencia viva de Capriles por el país.
Capriles se está convirtiendo en un fenómeno electoral como lo fueron Chávez y Carlos Andrés Pérez, con una ventaja adicional: enfrenta a un candidato que supone que socialismo y comunismo son ideales populares, y que por televisión imparte lecciones de ideología, sin tomar en cuenta el mundo real. Habla de revolución mientras en Trujillo los propios chavistas protestan en la calle, explica lo que es la plusvalía pero falla la electricidad. Hoy las que se roban la plusvalía del sueldo del trabajador son las empresas estatizadas.
A este cronista, nada imparcial, le parece evidente que esta chispa está incendiando la pradera. Chávez libra su última batalla con la determinación y la fiereza de siempre. Ni siquiera en condiciones tan adversas se rinde, sólo que los viejos trucos reciclados en nuevas misiones ya no funcionan.
Las encuestas no miden los movimientos subterráneos de la opinión, el entusiasmo que se vio en Tucacas era el mismo con el cual en ese lugar recibieron a Chávez en 1998, cuando prometía freír en aceite a los adecos y copeyanos.
Hace bien en multiplicar las cadenas Chávez, no le queda otra. Cada día Capriles cree más en sí mismo, y a Chávez le ocurre lo contrario, en el bunker en que se ha convertido Miraflores.

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