EL DEBATE
Jean Maninat
Los niños y los adultos cierran los ojos para espantar las visiones de sus miedos. Es un instante de alivio. Una “taima” frente a la araña que remonta la pared; el perro que ladra amenazante; el cinturón que rememora los azotes inclementes y las marcas que dejaron.
Freud logró un puesto en la historia, obligando a sus pacientes a mantener los ojos abiertos y ver pasar ante sí sus memorias más soterradas y sus fobias más trasparentes. Todavía se discute sí para bien o para mal de los enfermos.
En la Naranja Mecánica de Kubrick, el pequeño y rapaz delincuente Alex es obligado a confrontar, sin poder cerrar los ojos, las visiones de lujuria y crimen que antes tanto lo excitaban, para que la presencia de su propia maldad lo redimiera para siempre.
No parece haber escapatoria: ni siquiera el sueño nos cobija de lo que no queremos oír, ni hablar, ni ver.
La estratagema oficialista de esconderse detrás de argumentos tronantes para evitar un debate político -algo normal y corriente en cualquier sociedad democrática- poco efecto surtirá.
Ciertamente, es difícil, o más bien idiota, esperar otra actitud de un grupo dirigente que se ha hecho implantar una bisagra en la columna vertebral para que las genuflexiones frente al jefe sean ágiles y silenciosas.
Tal como los dirigentes oficialistas lo han voceado a todos los vientos, el sustento del Socialismo del siglo XXI reside en la obediencia ciega al Comandante.
La sumisión, la cesión del derecho a pensar y debatir, el pavor a cuestionar las decisiones que vienen de arriba, la falta de autoestima para juzgarse digno de optar a un cargo por su cuenta, la anorexia intelectual que impide proponer alternativas, son los antivalores que garantizan la carrera ascendente de los altos cargos oficiales.
Todo a contramarcha con lo que sucede en el mundo.
¿Qué pensará un joven con su camiseta roja y sus consignas prediluvianas cuando ve la libertad y desparpajo con que debaten los “indignados” de toda laya y condición en el mundo?
El debate será una exigencia creciente de los electores: de quienes confían en su candidato, de quienes buscan certezas, de quienes quieren decidir en base a los argumentos de uno y otro, y también de quienes ansían presenciar “sí como roncan bailan”.
El debate organizado por la MUD, entre los precandidatos democráticos, marcó un momento culminante en la saga de la oposición venezolana.
Luego, quienes no ganaron en las primarias de la oposición, acataron democráticamente el veredicto de tres millones de decisores.
El ejemplo atrajo los vituperios de los jerarcas oficialistas a quienes les está negado la posibilidad de decidir el transcurso de su propio partido. Pero en sus bases militantes quedó instalada la pregunta: ¿Y por qué nosotros no podemos debatir libremente?
Desdeñar el impacto que la presencia del candidato democrático tiene en todo el país es tan fútil como jugar escondido a solas: después de contar hasta diez nunca hay nadie a quien encontrar… salvo a uno mismo.
La campaña electoral está aquí y el oficialismo tiene que confrontar a un contendor democrático políticamente ágil y despierto, con un apoyo ciudadano cada día más activo y presente. Lo demás es “silbar iguanas” como me dicen que dicen en Barinas.
Tal como lo ha manifestado el candidato del oficialismo “el debate se dará en la calle”. Capriles ya lo comenzó y estamos esperando que el otro empiece a “patear las calles” para debatir libremente.
Poco vale el subterfugio de descalificar con peyorativos altisonantes al contendor, insultar con frases despectivas a los millones de venezolanos que disienten o se desenamoran del gobierno, esconder el temor – que es peor que el miedo- tras maquillajes bravíos.
Ahora la realidad es otra, el candidato democrático recorre casa por casa el país con un mensaje de cambio, amplio y positivo. Hay un viento fresco que comienza a limpiar al país del odio inoculado por tantos años desde el gobierno. Lo nuevo dispersa a lo viejo.
Hay una Venezuela que está en marcha, joven, decidida, con ganas de ganar y de cambiar. Del otro lado hay un discurso ajado, cansino, titilante, que no entusiasma a nadie, y al que para colmo dieron una pantalla televisiva por cárcel.
Podrá cerrar los ojos y apretar los dientes con fuerza para negar la realidad o encadenarse día a día en una sucesión sin fin de descalificaciones contra su adversario. No funcionará.
Cuando despierte el debate con Capriles continuará allí.
@jeanmaninat
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