Gustavo Tovar A.
Si Hugo Chávez estuviese en su sano juicio hubiese mandado para el carajo -otra vez- a Diosdado Cabello por mentecato.
Su falta de intuición política, su cinematográfica vagabundería, su estilo de ejercer el poder como mafioso de telenovela, sin tacto y burdo, quedaron en evidencia esta semana.
Comenzó su faena con la disparatada y boba confiscación de la gorrita tricolor de Capriles -semejante pequeñez jamás se le hubiese ocurrido al sátrapa- y culminó con el espectáculo de circo en la Asamblea Nacional, donde su promocionada y tan esperada acusación de corrupción contra el partido Primero Justicia concluyó como una apoteósica paliza sobre sí mismo.
Todo le salió mal a Diosdado. Todo. Tan mal que nos hizo comprender con claridad el porqué Chávez lo había excluido de su tren de confianza, llegando a confesar en alguna ocasión en el seno de la Asamblea Nacional que él se había opuesto a que Diosdado quedase de Presidente de la misma; mucho menos lo habría querido como sucesor de su delirio.
Diosdado es una calamidad, su torpeza de no ser trágica, sería comiquísima. Cuando lo vimos disfrazado de regordete militar, con la lipa escurriendo su espíritu ricachón y burgués, colocándose la gorrita tricolor, signo y seña de su verdugo electoral y némesis: Henrique Capriles, predijimos su debacle. Nadie le cree ni le creerá jamás. Es demasiado obvio, tosco, nuevo rico en su teatralidad pseudo socialista. Ni Maduro confía en él como lo confirmó cuando, previendo que lo de la confiscación de la gorrita era una colosal idiotez, supo astutamente endilgarle a Cabello la pendejada.
Es tal el complejo y obsesión de Diosdado con Capriles que lo lleva, sin darse cuenta, a autoflagelarse con ridículos mayúsculos como los de esta semana. Gorrita, disfraz, circo y proceder de mafioso telenovelesco lo convierten en una caricatura chistosa del socialismo venezolano. Necesitamos que siga imponiendo el ritmo político del chavismo sin Chávez y siga aconsejando a Maduro qué confiscar. No me queda la menor duda: no quedará piedra sobre piedra.
Imagino que el chavismo en general se percata de lo mismo y advierte que de seguir en manos de Diosdado la conducción de este despelote, en un año estarán viviendo en Bolivia, Nicaragua o Cuba. O en una Venezuela gobernada por la poca cosa de Hernán Núñez, el nuevo chavista ricachón que insultó a Chávez de todas las formas posibles (como Ojeda) y ahora es el nuevo héroe aplaudido y abrazado de la revolución “Cartier”.
Sin duda alguna, el Ché los habría fusilado a todos por payasos.
Sobre lo que ocurrió en la Asamblea Nacional no podemos agregar mucho, una imagen vale más que mil palabras. Unos atrevidos, lúcidos y afilados diputados de oposición -valga en este punto nuestro reconocimiento a Mardo, Rodríguez, Marcano y Guanipa por su valentía- acusaron a Cabello de “corrupto, mafioso, inepto, inmoral, narcotraficante”, entre otras insignificancias, en vivo, directo, vía satélite y vía internet, mostrando multimillonarias pruebas de lo que decían.
En medio de la sorpresa y aún mostrando sus divertidas “pruebas”, Diosdado se desvanecía. El ataque opositor era despiadado y directo, para un país como el nuestro y con una oposición como la nuestra, esta andanada de coscorrones era inesperada. Diosdado caía vencido, su aparatosa derrota, sólo comparable a la de Pacquiao contra Márquez, en esta ocasión no había sido electoral sino moral, televisada mundialmente, que para los actores son las que más duelen.
La opinión pública nacional e internacional quedaron atónitas. Tanto que la desternillante humillación que recibió William Ojeda a quien su propia compañera llamó universalmente “jalabolas” (este hecho será recordado por los siglos de los siglos) y la traición del pervertido diputado Hernán Núñez (¿cuántas monedas habrá costado su dignidad?), cuya familia debe estar aniquilada moralmente, fueron un detalle en medio del inmortal colapso de Cabello.
Hubo un punto crucial en la danza de las rabias y los insultos, por cierto poco mencionado por la opinión pública, que a mí me confirmó la cobardía intrínseca de todos estos revolucionarios “Louis Vuitton” que hoy nos rigen, en donde el hasta entonces bravucón y agreste Diosdado fue encarado fieramente por Mardo, y no respondió con la misma arrogancia de otras ocasiones, se quedó calladito, arrellanado de miedo en su butaca. Si la cámara hubiese logrado un close up de su rostro, habríamos percibido las gotas de sudor frío resbalando por sus regordetes cachetes de militar enriquecido por el socialismo.
Más comedia en la tragedia venezolana.
La gente resta valor a las películas y a las telenovelas, pero ¿no fue la batalla de la Asamblea Nacional la escena típica de un drama en el que el miserable villano queda desnudo, humillado y vencido ante su propio público? A mí me hizo recordar el final de la película “El Gladiador”, cuando el Emperador pese a ver planificado maquiavélicamente su victoria, es derrotado por el indefenso y herido -pero aguerrido e inspirado- héroe romano.
A Cabello -desamparado en la moral y en la política- no le quedó más recurso que promover a través del inefable Carreño (el revolucionario Gucci), el encarcelamiento de sus verdugos, a quienes, otra vez usando términos cinematográficos, podríamos llamar “los justicieros”.
Mucho se sabe que el recurso de los que no tienen razón es la violencia. Después de semejante vergüenza, a un Cabello en pelotas no le quedará otro remedio sino aplicarla. Me duele como venezolano que esto suceda, pero es inevitable. Más persecución, más encarcelamiento, más herida, más muerte.
Eso ha sido el chavismo desde el primer día: sangre derramada de venezolanos inocentes, cuando dispararon por la espalda a sus “hermanos” militares el 4 de febrero de 1992. Seguirá siendo así mientras rijan Venezuela.
No nos queda sino la resistencia humanista y noviolenta. No nos queda sino cerrar filas en torno a aquellos que heroicamente confrontan con valor al despelotado y autocrático chavismo. No nos queda sino arrostrar la maldad e hipocresía de las hienas chavistas con honorabilidad, pese a la posibilidad cada día más cierta de que nos encarcelen o asesinen.
No tengamos miedo a sus balas ni a sus prisiones. Esta lucha es espiritual, moral y en ese terreno los hemos vencido. Sólo nuestra resistencia noviolenta nos redimirá frente a la historia.
Esta voz es parte de nuestra irreductible protesta, esta voz es un síntoma de nuestro desprecio por su fingimiento socialista. Son peor que el lumpen proletario, son la más baja ralea del cinismo y la teatralidad.
El chavismo está desnudo: su moral regordeta, flácida y minúscula no nos inquieta, hasta el último segundo nos causará risa.
@tovarr
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