VENEZUELA: VERDADES DE A PUÑO
Plinio Apuleyo Mendoza
Algunas de esas verdades, expuestas por excelentes analistas continentales, en Colombia no pueden pasarse por alto.
Sin sustento legal, esta situación, escribe Teodoro Petkoff en su diario Tal Cual, podría prolongarse por mucho tiempo; de pronto cuatro años. Semejante perspectiva va en contra de la voluntad del propio Chávez. No olvidemos que en su última comparecencia en televisión advirtió que la cuarta operación a la que debía someterse en La Habana tenía riesgos innegables. “Si quedara inhabilitado -dijo levantando un crucifijo ante las cámaras-mi opinión firme, plena como la luna llena, irrevocable, absoluta, total, es que en ese escenario que obligaría a convocar de nuevo a elecciones presidenciales -como manda la Constitución- ustedes elijan a Nicolás Maduro presidente de la República.”
En consecuencia, siendo innegable la incapacidad de Chávez para asumir el poder, el presidente de Venezuela debía ser Diosdado Cabello -presidente de la Asamblea Nacional- con la obligación de convocar a elecciones en un lapso de treinta días. ¿Por qué no se cumplió con esta exigencia constitucional? En un país donde no existe real división de poderes, Teodoro Petkoff nos recuerda que la presidenta del Tribunal Supremo de Justicia, Luisa Estela Morales, cumplió a cabalidad las órdenes recibidas desde La Habana para violar de manera sobrevenida la Constitución.
¿Quién o quienes estarían detrás de esta maniobra? Mi amigo Carlos Alberto Montaner señala a los hermanos Castro. Según él, Fidel y Raúl se han encargado de dormir a los venezolanos, y especialmente a los chavistas, para ocultarles la realidad de un Chávez muerto en vida y así poder controlar y manejar la continuidad del régimen con un personaje de su confianza, Nicolás Maduro. Él y no Diosdado Cabello, quien sigue las órdenes de una cúpula militar algo celosa de la dominante injerencia cubana en sus filas.
¿Qué va a ocurrir en Venezuela? Un verdadero desastre a corto plazo. Pese a los 300 millones de dólares diarios que recibe el país por cuenta del petróleo, no hay, como bien lo dice Fernando Londoño -otro gran analista de la realidad del país hermano-, un solo camino, un puerto, una fábrica, una escuela, ni un hospital nuevos. La industria está arruinada, la inflación, el déficit fiscal y la inseguridad son las más altas del continente, y la devaluación del bolívar es inevitable si tomamos en cuenta que el cambio del dólar en la calle es cuatro veces más alto que el oficial.
Pese a estos visibles desastres, el populismo asistencial, cuando el Estado dispone de millonarios recursos, consigue grandes beneficios electorales. Inspirado en la lucha de clases, fracciona un país. Y si bien las clases medias y altas tienen conciencia del desastre que está viviendo su país, el marginal de los cerros sólo ve los favores que recibe.
Los colombianos no estamos a salvo de ese peligro. Lo tenemos en casa, con un Petro, que busca conquistar los sectores marginales de la capital con toda suerte de subsidios. Y siguiendo también el modelo chavista, se ha dado a la tarea de estatizar empresas de servicios, produciendo catástrofes como la que todos vimos en el caso de las basuras.
Sí, este Petro que sufrimos en Bogotá, no desdice nada de lo aprendido de su mentor Hugo Chávez, a quien en 1994 acogió en su casa de Zipaquirá. Las verdades de a puño que hemos registrado en esta columna acerca de la realidad venezolana le conciernen muy directamente.
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