sábado, 9 de febrero de 2013


LAS NACIONES NO TIENEN INTERESES


     Carlos Alberto Montaner

Jeane Kirkpatrick, la notable ensayista y diplomática norteamericana de la era de Reagan, solía decir, con cierta melancolía, que ella, como académica, se había adiestrado para buscar la verdad, pero, como diplomática, a veces su detestable función era ocultarla.

El profesor panameño Guillermo (Willy) Cochez, democristiano muy prominente, exembajador de su país ante la OEA en el actual gobierno de Ricardo Martinelli, tuvo que enfrentar un dilema similar a los que mortificaban a Kirkpatrick, y optó por decir la verdad y cumplir con su conciencia, antes que mentir o parapetarse tras una montaña de eufemismos. Esa posición le costó su cargo, pero le ganó el respeto de muchísima gente.

El incidente ocurrió el 16 de enero en la sede de la OEA en Washington. Por aquellos días se ventilaba el insólito caso del presidente reelecto de los venezolanos, Hugo Chávez, internado en un hospital en La Habana, presuntamente moribundo o muy grave, circunstancia que debió resolverse de acuerdo con la Constitución, cuyo texto establecía claramente que, ante hechos de esa naturaleza, debían celebrarse elecciones en treinta días, convocadas por el presidente de la Cámara.

Al embajador Cochez, que es, además, profesor en la Facultad de Derecho de una universidad panameña, le pareció intolerable que el gobierno venezolano violara la ley, ignorara la ausencia de Chávez, y transmitiera ilegalmente la autoridad al vicepresidente Nicolás Maduro, todo ello con el beneplácito de la OEA y de su cantinflesco Secretario General, José Miguel Insulza. 

Anteriormente, el mismo organismo juzgó con gran severidad las destituciones de los presidentes Manuel Zelaya, de Honduras, y del paraguayo Fernando Lugo, pese a que ambos procesos se llevaron a cabo dentro de la ley vigente en esos países.

Para Cochez, que tenía una larga historia personal de lucha contra la narcotiranía panameña de Manuel Noriega, y de solidaridad con otros países que intentaban establecer la democracia, como ocurrió en El Salvador de Napoleón Duarte en la década de los ochenta, su amigo y compadre socialcristiano, ésa era una oportunidad de decir la verdad y ayudar a los venezolanos libres a denunciar lo que realmente ocurría en Venezuela.

Al fin y al cabo, la Carta Democrática, firmada por todos los países miembros de la OEA, le daba la razón a Cochez. Venezuela no era una verdadera democracia, sino una variante del despotismo, sancionada en las urnas, donde no se respetaban los derechos de las minorías y no existían poderes independientes. El Caudillo había fagocitado las funciones del Poder Judicial, mientras el Parlamento, con una mayoría forzada por unas reglas electorales abusivas, apenas era una caja de resonancia de la voz del amo.

Ante este episodio, que demuestra la coherencia moral de Guillermo Cochez y el doble lenguaje y la cobardía de numerosas cancillerías, vale la pena recordar un elemento que suele olvidarse: es falso que las naciones tienen que escoger entre sus intereses y sus principios.

En realidad, las naciones sólo pueden tener principios. Las naciones son abstracciones. Son tribus unidas por lazos espirituales intangibles. Son los individuos, las empresas, los partidos quienes tienen intereses.

El señor Chávez ha corrompido a numerosos grupos y líderes políticos con sus maletas llenas de petrodólares, como las que descubrieron en Argentina; y ha extirpado la decencia del comportamiento de países pequeños que se benefician de los envíos de petróleo en condiciones ventajosas, como ocurre en casi todo el Caribe, pero esa conducta inmoral tiene un nombre en el derecho penal: “sometimiento voluntario a la extorsión”.
Todos esos políticos y gobernantes latinoamericanos que miran para otro lado cuando el chavismo atropella a los venezolanos, cierra o acosa a los medios de comunicación, ayuda a las narcoguerrillas comunistas colombianas, se colude con la teodictadura iraní para elaborar armas nucleares, o contribuye con recursos de distinta envergadura al triunfo de sus cómplices en la construcción de esa gran jaula llamada Socialismo del Siglo XXI, no están defendiendo los intereses de sus países: están pisoteando los principios en los que se asientan sus naciones. Están pudriendo las bases morales de las sociedades que dicen representar. Eso, sencillamente, es muy grave.
Gracias, embajador Cochez, por oponerse a esa inmundicia.

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