JOAQUIN MORALES SOLÁ
Daniel Scioli comenzó a trazar el plano de la derrota cuando dejó de ser Daniel Scioli. Perdió el único capital político que tenía, que consistía, precisamente, en no ser lo que apareció siendo en las últimas semanas. Se aferró a las prácticas del peor kirchnerismo (en política no importan las personas, sino el poder) y se alejó de las apariencias de político consensual que labró durante más de una década. Su perfil más agresivo se intensificó con los días y se profundizó aún más ayer, cuando llegó a la agresión personal contra su contrincante, Mauricio Macri, con quien compartió durante décadas la afición por el deporte, el origen común de hijos de empresarios y el amor por la Italia de sus padres.
La unanimidad de las encuestas que cerraron ayer señala una clara ventaja para Mauricio Macri en el ballottage del próximo domingo. Las tres más conocidas indican que esa ventaja podría ser de entre el 9 y el 12%. Una medición de una encuestadora nueva, que estuvo muy cerca de los resultados del 25 de octubre, amplía la ventaja al 16%. En verdad, una diferencia de más del 10% necesitaría que votos que fueron de Scioli, ya sea el 25 de octubre o los que se fueron luego con él, lo hayan abandonado para terminar recalando con Macri. No es un alternativa imposible y ni siquiera improbable, pero es difícil de pronosticar.
La primera conclusión de esos resultados es que el debate televisivo del domingo último y la intensa campaña negativa lanzada por el Gobierno no tuvieron ninguna consecuencia en el electorado. O una importante mayoría social no creyó en tales mensajes o esos argentinos tienen tal nivel de hartazgo que prefieren el riesgo a la continuidad. Peor: si los resultados fueran los que se pronostican, se habrá comprobado una vez más que las campañas negativas son contraproducentes en la Argentina. Es complicado explicar, así las cosas, que un hombre que nunca habló mal de nadie haya terminado ensuciándose en el barro de la política sin nivel ni calidad. ¿Podemos deducir, acaso, que durante 12 años nos perdimos el espectáculo de un Scioli sometido a presión? ¿Es el actual Scioli el que gobernaría a los argentinos en situaciones de extrema tensión? ¿Cuál es, en definitiva, el verdadero Scioli?
La campaña negativa no cesó en las últimas horas. Comisiones internas del gremio SMATA, que nuclea a los trabajadores de las automotrices, anunciaron que a partir del lunes iniciarán huelgas por los despidos que habrá durante una gestión de Macri. Sería un hecho absolutamente nuevo en la historia de las luchas sociales: por primera vez se haría una huelga por lo que supuestamente sucedería en el futuro y no por algo que sucedió. ¿O se trata sólo de una acción psicológica para atemorizar a los trabajadores de las fábricas de automóviles? SMATA es un gremio de afiliación kirchnerista e integra la CGT oficial.
Desde el propio gobierno de Scioli se convocó a jueces, mediadores judiciales y fiscales para recordarles que fueron nombrados por el actual gobernador bonaerense y que debían, por lo tanto, votar al candidato oficialista. La carta salió del Ministerio de Justicia provincial que conduce Ricardo Casal, un hombre que siempre guardó la compostura política y que, además, fue atacado por el kirchnerismo con sus peores armas. Cuesta imaginar la conversión de las personas cuando entran en el desconocido territorio de la desesperación.
Alguna vez Eduardo Duhalde le dijo a Scioli que su destino era ser Mandela, el presidente sudafricano que unió a la sociedad de su país después de una profunda división racial. Una ironía del destino colocó a Macri en el papel de Mandela. Ése fue su acierto. Le habló de unidad, de consenso y de diálogo a una sociedad cansada de confrontaciones, peleas y divisiones. En rigor, Macri tomó y aplicó la última estrategia de Sergio Massa: el cambio justo.
Al final del día, Macri se quedó con lo mejor de kirchnerismo (asignación universal por hijo; la educación pública, aunque mejorada, y un Estado presente, aunque eficiente). Y Scioli se mostró atrincherado al lado de lo peor del kirchnerismo: el cepo cambiario, la crispación, la difamación del adversario, y la metamorfosis de 6,7,8 en el más alto paradigma de la política argentina. Es difícil imaginar una estrategia de campaña peor que ésa. Ni siquiera su equipo de campaña tiene la culpa: cada decisión fue una decisión personal de Scioli contra la opinión de todos los que convocaba.
El propio kirchnerismo descarta un triunfo. Ellos también leen las encuestas. Y las encuestas pueden variar en los porcentajes, pero no en el orden ni en una clara diferencia a favor de Macri. La estructura peronista de la provincia de Buenos Aires, considerada imbatible durante demasiados años, dejó caer los brazos. El oficialismo tiene problemas ahora para conseguir fiscales. Ése fue un histórico problema de los que desafiaban al peronismo, pero nunca, hasta ahora, del peronismo. Algunos barones del conurbano han perdido las elecciones en sus municipios y no están dispuestos a gastar recursos y tiempo en una causa perdida. Los candidatos a intendentes que han ganado (varios del propio kirchnerismo) no tienen todavía la estructura en sus manos.
Scioli está en esa ratonera también por decisión propia. Gobernó Buenos Aires durante ocho años y nunca cultivó la construcción de una estructura propia. Los Kirchner se hicieron cargo de barones y punteros. Y ahora no hay ningún Kirchner en las boletas del próximo domingo. Scioli se conformaba siempre con estar en un buen lugar en las encuestas. Esas cosas sirven para las buenas épocas, pero desaparecen cuando lo que prevalece es la necesidad política.
¿Logrará Scioli reconstruir su relación con Macri? Nunca la vieja amistad volverá a ser como fue, aunque aparezcan en el futuro dándose la mano y dialogando. Macri, que jamás nombra a Scioli, está demasiado dolido para que esa reparación sea posible. Mucho menos desde ayer, cuando Scioli llamó a Macri "un creído de Barrio Parque". Scioli derribó así la última barrera de sus viejas inhibiciones. Jamás, decía, la política debe llegar al agravio personal. Pero prefirió hurgar en la posibilidad del agravio y descartó, al mismo tiempo, la opción de una derrota honorable. Fue la última decisión de su increíble conversión.
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