UN VOTO PECULIAR
ELIAS PINO ITURRIETA
¿Por qué el pueblo venezolano ha sido, en estos días, demasiado paciente? ¿Por qué se ha limitado a protestas esporádicas, que apenas mueven las aguas? La situación del país no está para reacciones tibias, pero son las que han predominado. La escasez de medicinas y alimentos, la longitud de las colas en los alrededores de los mercados, las historias sobre el crecimiento de la corrupción, el reciente episodio de los narcosobrinos y la manifiesta ineficacia del régimen para el arreglo de infinitos entuertos solo han producido respuestas de la sociedad que no se distinguen por el énfasis, como si en realidad no pasara ni la mitad de lo que está pasando. A una crisis de proporciones bíblicas le ha seguido una conducta de cordura de esas que también describen los sagrados libros.
Tal actitud puede explicarse a través de una relación con manifestaciones anteriores que hemos llevado a cabo los venezolanos ante los desafíos del mal gobierno: calma chicha, pachorra proverbial salvo en contadas ocasiones, según se trató de comentar aquí en anteriores artículos. Sin embargo, hay un nuevo elemento susceptible de permitir una comprensión justa de las maneras de no responder que han predominado ante los desastres del madurismo. ¿No estamos ante un responder que solo es aparente, y en cuya trastienda se oculta una decisión vigorosa, una voluntad sin alternativa de dudas, que espera el momento oportuno para pronunciarse sin reticencias? Si juzgamos por el entusiasmo de la ciudadanía frente a los llamados de la oposición, si consideramos su regocijo ante las convocatorias de la MUD, topamos con el arma que hemos encontrado para salir del gigantesco atolladero: el voto popular.
La magnitud del desastre ha provocado el sentir de que únicamente se puede salir de su fondo transitando un sendero razonable que esté al alcance de todos. La posibilidad de tiempos mejores no depende de asonadas, algaradas o conjuras, sino de un llamado de rectificación que obedezca a una expresión indiscutible de las mayorías, apuntan las señales del entorno. Así como del pasado han venido los consejos de silencio y espera frente a las autocracias depredadoras, ahora, combinados con las angustias de la actualidad, producen una confianza insólita en el poder del voto. Si el entusiasmo de las multitudes ante el mensaje de la oposición se asemeja a aquel que llenó de calor las campañas estelares de la democracia representativa, se debe a cómo se ha recuperado, quizá como jamás antes, la confianza en la suprema decisión del voto. Estamos, por lo tanto, ante una mudanza de la conducta colectiva cuya excepcionalidad parece indiscutible.
Pero si el voto es ahora así de preciado, si ha adquirido un valor casi imposible de comparar con lo que fue en el pasado, las autoridades electorales deben cuidarlo como oro en paño. No lo pueden escamotear, no lo pueden traicionar, no le deben poner trabas ni llegar a connivencias con quienes pretenden manipularlo. Como criatura de una realidad dolorosa que lo ha creado y fortalecido, es la flamante espada pacífica de las personas cuya decisión está bajo su custodia. El PSUV debería pensar también en el asunto y actuar en consecuencia, pero seguramente, de tan ocupado como está en acarreos de bueyes y en presiones ilegítimas, pensará que será todo como antes sin que nadie les reclame su desatención del profundo mensaje que ahora se les dirige. Por cierto, el mensaje no va con gentes como esas de MIN Unidad, para quienes la decisión del elector, aun cuando tenga el peso histórico que ahora se meterá en la romana, solo es asunto comercial.
No es cierto que la historia se repita, siempre responde a las solicitudes de un ambiente concreto, siempre es inédita. Parece que se empeña en volver a procederes antiguos, pero sabe, gracias a una temporal certeza, cómo exhibir la profundidad de su orientación cuando es menester. El pueblo, a su manera y desde sus necesidades, escribe páginas novedosas y retadoras, aun cuando se piense que copiará los modelos de sus antepasados. Lo que fue no tiene que ser necesariamente. La experiencia enseña cuando debe enseñar, y en esta oportunidad ofrece la pedagogía del poder del voto, como pocas veces sucede de veras. La validez de estas letras se comprobará el 6 de diciembre, desde luego.
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