domingo, 10 de enero de 2016

ANATOMÍA DE UN INSTANTE

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  TULIO HERNANDEZ

No fue el abuso de poder del piquete de policías bolivarianos, rolos eléctricos y escudos antimotín de por medio, prohibiendo el paso a 40 diputados de la nueva mayoría que se dirigían al Palacio Federal al acto de juramentación de la directiva de la Asamblea Nacional.
Tampoco el hecho de que esa mañana del 5 de enero solo pudiesen juramentarse 109 de los 112 diputados proclamados la noche del 6 de diciembre por el Consejo Nacional Electoral. Una sala del Tribunal Supremo, en acto desesperado para impedir que se instalara la mayoría absoluta obtenida en cuentas claras por la MUD, había decidido impugnar la elección de tres diputados de Amazonas echando para atrás lo que el Poder Electoral ya había decidido.
Menos aún el fracasado, por evidente y torpe, intento de los líderes de la bancada roja, desmontado por la veteranía de Ramos Allup, de generar caos y confusión en el presidium del Hemiciclo con el propósito de que el acto de instalación se suspendiera, terminara a barrigazos o, por lo menos, quedase enlodado.
Para un buen observador lo más significativo del aquelarre ocurrió cuando Héctor Rodríguez, jefe de fracción de la petite bancada roja, en un acto de gamberronería de esquina, y en el más puro espíritu del anterior presidente de la Asamblea, se abalanzó sobre la tribuna de oradores y echó a un lado con un golpe de nudillos el par de micrófonos a través de los cuales Julio Borges, jefe de fracción de la bancada democrática, hacía uso del derecho de palabra que el presidente de la Asamblea le había concedido.
Jactancia pura y dura. Justicia tomada por mano propia. Negativa a aceptar el control perdido de la institución corazón de la democracia. Largos años de jefatura absoluta convertidos en convicción de ser dueños de casa, revelan con la transparencia del agua cristalina el espíritu bélico, la conducta malandra, que ha dominado hasta ahora el actuar público de una buena parte del funcionariado rojo.
Por eso, usurpando el título del libro de Javier Cercas que desteje la maraña de hechos que rodearon el fracasado intento de golpe del general Tejeros, escenificado en 1981 en la Sala de Diputados de Madrid, veo y reveo este momento. El desplante de Rodríguez arrebatando los micrófonos, como el instante decisivo del acto del 5 de enero. Porque tan revelador como el gesto patán de Rodríguez fue el actuar impasible de Julio Borges.
Aunque el golpetazo ocurrió frente a su cara, el jefe de la fracción democrática ni se inmutó. Aguardó estoicamente hasta que el berrinche se diluyera. Seguramente, como un budista zen, contuvo la convocatoria primate de la testosterona. Y ecuánimamente, desoyendo los gritos que sobre su nuca emitían algunos diputados más enrojecidos que nunca, se dirigió a los presentes como si nada estuviese ocurriendo a su alrededor.
Fuego apagado. Prueba superada. La minoría roja y perpleja se retiró de la sesión. El acto concluyó como debía. El sistema de medios oficialista le hizo un black out a la Asamblea. Los canales privados, Televen, Venevisión y Globovisión, cumplieron con el deber de transmitir hasta el final la que sin duda es una de las jornadas de institucionalidad democrática más importantes en toda la historia de Venezuela.
Durante mucho tiempo sostuve que una de las grandes dificultades para enfrentar al chavismo derivado en madurismo era que los venezolanos demócratas sabían como hacer política en democracia y, como todavía hay muchos que la vivieron, como luchar en dictadura. Pero poco o nada se sabía de cómo enfrentar los ardides efectivos de los nuevos totalitarismos con legitimidad electoral, las dictaduras posmodernas, los populismos autoritarios, las dictablandas o como quiera que se llamen los regímenes que, como el chavismo, ocultan tras la máscara electoral la ambición del poder total.
La derrota aplastante en las legislativas, la mayoría absoluta obtenida por los demócratas y las técnicas lutherghandianas puestas en práctica en la instalación de la Asamblea me hacen pensar que el aprendizaje ha sido rápido. Ahora, a torear la bestia herida.

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