domingo, 10 de enero de 2016

MALA NUESTRA
 
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ELIAS PINO ITURRIETA
 
No se pueden soltar palabras en vano, reprocha con razón Milagros Socorro por la vía del Twitter. Lo dice porque en este diario, para hacer una biografía resumida de Ramos Allup se dijo con la mayor tranquilidad que había hecho buena parte de su carrera durante la cuarta república. Un periódico como El Nacional no puede expresarse con tanta superficialidad, pero especialmente con tanta irresponsabilidad sobre un período de la historia de Venezuela, especialmente si cuenta con un historiador en funciones de comando, plantea la respetada amiga. Tal vez deba uno ofrecer algunas lecciones al respecto cuando haya oportunidad, especialmente si la sociedad se acerca a tiempos de rectificación, pero de momento, para acompañar la inquietud de una escritora de importancia, conviene seguirle el paso a su preocupación.
Como muchas de las expresadas por Chávez, la denominación “cuarta república” ha tenido fortuna entre sus destinatarios. Sin mayor examen, buena parte de la población la ha hecho suya y la ha repetido hasta la fatiga. Chávez quería anunciar el nacimiento de un período nuevo de la historia, con él a la cabeza, y bautizó así al lapso anterior a su advenimiento para proclamarse como iniciador de una época dorada sin parangón que nos haría mejores y más felices como pueblo. De tanto hablar de los horrores de una tal “cuarta república” mientras contados voceros le llevábamos la contraria, fuimos casi todos aceptando la idea de una ruptura temporal tras la cual se ocultaba la aparición de un fenómeno nuevo y distinto que jamás sucedió, la fragua de un capítulo flamante de nuestra evolución como colectividad que solo se puede captar en el universo de las fantasías, o en los rincones de una retórica lampiña.
Ya en otros textos he tratado de ocuparme del tema: hay un solo proceso de la democracia representativa, iniciado en 1945 y restaurado en 1958, que se fue deteriorado progresivamente hasta llegar a los oscuros pantanos del chavismo en los cuales estamos pasando horas terribles en Venezuela y de las cuales podemos salir en los capítulos de promisión que hemos forjado en nuestros días, he intentado afirmar. Pero ese no es realmente el tema, sino el sugerido en sentido general por la angustia de Milagros Socorro en su Twitter, es decir, el peligro y la estupidez que significa el que sigamos a pie juntillas los vocablos y las pretendidas conceptuaciones de Chávez como si realmente tuvieran sentido, como si contaran con fundamento cuando en realidad son bullas vacuas.
El problema crece en trascendencia si recordamos que el inesperado catedrático no solo se ocupó de calificar los tiempos recientes, sino también las guerras de Independencia, las guerras púnicas, la vida colonial y cualquier tramo o individuo de la historia universal que pasara por su mente para no dejar títere con cabeza si se lo proponía el capricho. Pero igualmente si consideramos que tales disparates de “conceptuación” se han trasladado a los manuales que leen los escolares para convertirse desde la tierna infancia en repetidores de necedades, en caletreros de temas sin substancia.
Aun en el caso de los formadores de opinión pública que escriben en la prensa y en centenares de políticos de oposición observamos la misma inercia, es decir, la misma estulticia, lo cual no solo nos coloca ante un problema de educación de párvulos sino frente a los motivos de una alarma gigantesca. Resulta que aun los ciudadanos más concernidos y maltratados por el palabrerío de un improvisado cuentacuentos se solazan en la reiteración de lo que afirmó Chávez sin considerar que lo hizo contra ellos y contra lo que ellos representan. El tipo se dedica a apostrofarlos y ellos se solazan en sus calificaciones para decir lo contrario, esto es, para contar otra historia sin saberla contar, para terminar diciendo lo mismo sin caer en cuenta.
Y de aquí llegamos la necesidad de decir que Ramos Allup no viene de la “cuarta república” como si viniera de la prehistoria, o como si acabara de salir de las romanas catacumbas del Plan de Barranquilla, sino de la misma época en la cual a duras penas vivimos pese a que un título inconsistente de nuestro periódico haya caído, como dijo un gorjeo de Milagros Socorro, en la superficialidad de no distinguir el grano de la paja. Tal vez no venga el compañerito Henry de los adecos medievales, porque entonces no existían, pero su cuartarepublicanismo es mala nuestra. 

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