domingo, 19 de febrero de 2017

LUCES Y SOMBRAS DE NUESTROS PARTIDOS

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               ELIAS PINO ITURRIETA


No es hora de discutir sobre la importancia de los partidos políticos de oposición. Sería conceder espacio a quienes los aborrecen, o a los que se empeñan en la negación de su ejercicio como fórmula adecuada para el manejo de los asuntos públicos. Nuestra historia ha probado su necesidad, pese a que también los ha visto dando tumbos hacia un despeñadero en el cual se han perdido los anhelos de la sociedad. En nuestros días conviene detenerse en cómo marchan y en cómo corren riesgos graves, debido al interés de la dictadura en volverlos polvo. Mantienen su entidad y su peligro por el solo hecho de que los mandones busquen desesperadamente su anulación con el auxilio del CNE, o la posibilidad de que apenas funcionen los más dóciles.
Los partidos de la actualidad no son como los de antes porque han perdido su influencia en las grandes masas, que era determinante en el pasado y hoy es apenas un remedo. La disciplina que los caracterizó se convirtió en convención elástica, cuya debilidad no puede esperar seguimientos mecánicos. Los idearios que los distinguieron se han difuminado, en la mayoría de los casos, para que resulte difícil diferenciarlos por lo doctrina propuesta por sus fundadores, por un pensamiento capaz de hacerlos distintos a carta cabal como alternativas de selección cuando la ciudadanía busca opciones a las cuales quiera entregar su militancia o su simpatía. Son el resultado del derrumbe de las grandes organizaciones de la democracia representativa, algunos como una alternativa de continuidad y otros como la necesidad de mirar a las antiguas para ver cómo se hace una política parecida a la de ellas, pero a medias. No han creado líderes magnéticos o gigantescos como los del siglo anterior, lo cual sería accesorio si no fuera por la nostalgia que provocan las figuras emblemáticas de un tiempo propicio para los grandes ejercicios de movilización popular que quedaron en el camino. Apenas ofrecen cabezas de relativa lucidez que se manejan a tientas mientras maduran, como era de esperarse. Mezcla de vejez y novedad, imitación acompañada de innovación, caras ajadas o retocadas junto con rostros de debut, ideas petrificadas mientras se perfila otro modo de entender el país, los partidos de oposición son, tal como están ahora y según se colige de las preocupaciones de sus enemigos, la esperanza de un pueblo acorralado por la dictadura.
Unos son más grandes que otros, según los ojos de Perogrullo, pero otros son menos confiables para las miradas de la suspicacia. La fortuna ha sonreído a un par de reciente arraigo y la tradición ha permitido la relevancia de otro, sin que estemos frente a una apreciación definitiva. Tal vez sea más consistente la versión capaz de observar en algunos un afán de conciliación con la dictadura, que se pasa de la raya o que no logra ocultar coqueteos inadmisibles con la fuerza empecinada en destruirlos. Conspiran contra la posibilidad de un plan enfático a través del cual se logre llegar a una etapa distinta de la historia, manifiestan designios de aliento mínimo, de mezquina escala, que no saltan la talanquera de una mala vez porque quizá les quede algo de vergüenza, o porque esperan hora oportuna y un escudo de garantías. El deslinde que hace el escribidor lo debería llevar a cabo la dirigencia de las organizaciones que son realmente opositoras, si no viene demasiado sesgado, o si no se les va la vida al concretarlo, porque no está la mata para podar las frutas podridas a través de una operación justa. No solo porque en la maraña de una agricultura heterogénea será difícil distinguir una manzana de la otra, muchas están demasiado pintonas, sino también porque es justamente lo que quiere la dictadura ante su necesidad de secar el abono que la alimenta.
A la dictadura y a sus siervas del CNE no les importa lo que aquí se ha abocetado. Les da lo mismo que esté el asunto como se ha descrito, o que se presente de otra manera, porque lo único que les interesa es limpiar el juego de adversarios. Con los partidos de oposición y con sus amigos debe suceder cosa distinta, si entienden la necesidad de hacerse la radiografía que no cabe en estas líneas. Pero después de la radiografía puede venir la cirugía.

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