SIN LA MUD NO HAY DIÁLOGO
TRINO MARQUEZ
Nicolás Maduro quiere mantener la
ficción del diálogo. No puede patear la mesa, como lo hizo Marcos Pérez Jiménez en diciembre de 1952, cuando perdió las
elecciones ante Jóvito Villalba. El Vaticano, la OEA y Mercosur lo siguen con
un monitor al que no se le acaba la
pila. Su cínico y artero subalterno, Jorge Rodríguez, insiste en que de forma
“terca” el Gobierno persistirá en el
“diálogo” y nada lo apartará de él.
¿De
cuál diálogo habla el gobierno? Todo sería muy sencillo si respetase a la
mayoría opositora de la Asamblea Nacional, con más de ocho millones de votos;
reconociese a la MUD, primer partido nacional, por encima del PSUV; y fijase el
calendario electoral en el cual se establezcan la fecha de los comicios para
gobernadores, vencidos desde el año pasado, y
se determinase la consulta para elegir alcaldes. Estas dos últimas citas
son constitucionales. En la Carta del 99 se señala que cada cuatro años vence
el período de las autoridades regionales y locales
Pero, resulta
que el régimen levantó una muralla para impedir la realización de esas
consultas. Diosdado Cabello, con su sutileza característica, ha dicho en
numerosas ocasiones que en este país se acabaron las elecciones por una
temporada muy larga; hasta que los rojos puedan volver a ganar, es decir, nunca
más. Héctor Rodríguez, jefe de la fracción parlamentaria del PSUV declaró que para su partido “los
comicios no son prioritarios”, forma poco elegante de lanzarlos al basurero.
Para cerrar el círculo, Vladimir Padrino López, general de los centuriones del
régimen, luego de declarar que la FAN es “Zamorista, Anti-Oligárquica y
Propulsora de la Igualdad Social y la Unión Cívico-Militar”, denuncia que pedir
elecciones forma parte de un plan para “desprestigiar al gobierno”.
A la elección
de los mandatarios estatales, una de las conquistas más significativas de la
segunda mitad del siglo XX, Nicolás Maduro y sus cómplices tratan de
desterrarla.
Como el
atentado contra la Constitución y la descentralización resulta tan burdo, fue
preciso idear un mecanismo que maquillara la operación. La patraña consiste en
ilegalizar la MUD e impedir que los partidos políticos que la integran se
legitimen en un plazo breve. Las armas con la que se comete el delito son el TSJ
y CNE. La MUD supuestamente se encuentra inhabilitada por el TSJ, debido al
“fraude” cometido por esta organización con la recolección de las firmas para
el referendo revocatorio de 2016. En consecuencia, al no existir legalmente esa
plataforma unitaria, sus partidos integrantes tienen que realizar los trámites
necesarios para legalizarse ante el organismo electoral. Ahora bien, ¿cómo
puede ilegalizarse el primer partido nacional, ese que obtuvo más de ocho
millones de votos en diciembre de 2015 y creado por los requisitos impuestos
por el CNE? Los plazos y el cronograma establecidos por las señoras que dominan
la cúpula electoral es imposible cumplirlos. Estamos en presencia de una
institución electoral sui generis: obstaculiza las consultas comiciales
ordenadas por la Constitución y boicotea a los partidos, organizaciones
fundamentales de la lucha electoral. Entonces, ¿para qué sirve un organismo que
no cumple con la misión para la cual fue creado y que aparece claramente delineada
en la Carta Magna y en la Ley de Procesos Electorales? Sirve solo para tratar
de perpetuar el régimen dándole a sus tropelías un tenue barniz de legalidad.
Esta función la desempeña en comandita con el TSJ.
Nicolás Maduro
intenta reproducir el mismo esquema aplicado por Daniel Ortega en Nicaragua:
segrega a la oposición, se vale de unos esperpentos que se desempeñan como “opositores”
y le da una capa de maquillaje electoral
a su régimen autoritario. Carece del coraje para declararse dictador e ignorar
las elecciones, expediente utilizado por Pérez Jiménez en 1957, por eso se vale
de tretas burdas como las que estamos presenciando.
Maduro y sus
compinches quieren un diálogo sin elecciones ni partidos políticos. En otros
términos: buscan aniquilar la democracia contando con el consentimiento de la
oposición y el espaldarazo de la comunidad internacional. Para la MUD sería un
suicidio aceptar las condiciones fijadas por las amanuenses del CNE. Ahora la
primera condición que debe exigirle al régimen es el reconocimiento y
aceptación de su propia condición de interlocutor válido e insustituible. La
MUD posee una legitimidad avalada por el voto de millones de venezolanos y el reconocimiento internacional. La legitimación de los
partidos en la actualidad es una trampa inadmisible.
Sin la MUD no
hay diálogo.
@trinomarquezc
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