TRINO MARQUEZ
2017
cierra como el peor año en la historia nacional desde que finalizó la Guerra
Federal en 1864. Por primera vez Venezuela siente en carne propia el látigo de
la hiperinflación, castigo aún más doloroso porque es el único país en el mundo
que padece esta enfermedad. La devaluación trituró el ingreso real. El dólar
pasó de mil bolívares en enero a cien mil bolívares en diciembre. Si a esta
cifra le colocamos los tres ceros que llevaba el bolívar antes de la reforma
monetaria de 2007, cada dólar costaría cien millones bolívares. La hecatombe
económica provocada por Maduro hay que medirla en cifras galácticas. Por cuarto año consecutivo retrocedió el
Producto Interno Bruto. Desde 2013 se ha acumulado una caída de 35% del PIB, a
pesar de que hubo una significativa recuperación de los precios del crudo, que
pasaron de un poco menos de 40 dólares el barril a un poco más de 50. Sin
embargo, la caída de la producción petrolera impidió que ese fortalecimiento de
los precios se tradujera en un
importante crecimiento del flujo de divisas. La ineptitud de los rojos venció
el auge del mercado internacional. La
pobreza se multiplicó y la calidad de vida continúo su camino hacia el abismo.
La situación de la salud se ha convertido en una fuente inagotable de trabajos
periodísticos para algunos de los principales periódicos y cadenas de
televisión en el planeta. En el plano económico y social el socialismo del
siglo XXI mostró sus rasgos más destructivos.
Aún en medio de este cuadro patético,
el régimen se apuntó varios triunfos políticos importantes. Logró impedir que las protestas
masivas registradas entre abril y julio lo arrinconaran y destruyeran. Pudo
neutralizar la gigantesca manifestación de rechazo y condena que se produjo el
16 de julio. Impuso la Constituyente y obtuvo la mayoría de las gobernaciones y
alcaldías en las elecciones regionales y locales. La alianza con la cúpula
militar se fortaleció. Maduro le entregó los reductos que todavía quedaban en
manos de civiles. La prenda de mayor valor que le regaló fue Pdvsa. Las
conversaciones en Santo Domingo no han marchado a la velocidad que el país
espera, aunque la situación financiera del gobierno es crítica por las
sanciones internacionales y por la debacle que desató en la industria
petrolera.
Las victorias del oficialismo demuestran,
una vez más, que el deterioro económico y el empobrecimiento de la población
crean las condiciones objetivas para la caída de gobiernos ineptos y
deslegitimados, pero su sustitución real solo se produce cuando ese cuadro
objetivo va acompañado de una fuerza alternativa organizada capaz de
capitalizar y catapultar el descontento. Si esta condición “subjetiva” no
existe, la gente tiende a adaptarse a las adversidades para intentar sobrevivir.
Las dictaduras comunistas diseñan y aplican métodos siniestros que las muestran
como herméticas e invencibles. Aplican
terrorismo de Estado. Chantajean y extorsionan. Colocan las causas de la
miseria que causan en los “enemigos” del pueblo y de la revolución. Siempre la
responsabilidad es de otros. En Venezuela se articula este discurso a pesar de
que los comunistas vernáculos llevan casi veinte años controlando todos los
hilos del poder.
La onda del terremoto que sacudió a
Venezuela durante 2017 apenas comienza a expandirse. En los meses por venir se
verán sus efectos más dañinos sin que se sepa cuándo finalizarán, ni cuán
profundos serán. El gobierno de Maduro pasó a formar parte de un proyecto
planetario donde intervienen Rusia, China y Cuba. Estos países velan para que
la caída no sea por la vía violenta, aunque no pueden impedir que se realicen
consultas electorales. En medio del caos económico, Maduro se ha fortalecido.
Ha desplazado a sus rivales internos: Ramírez y Cabello. Se prepara para participar en unas elecciones que él
pueda controlar. Tratará de intervenir en la selección del candidato, o los
candidatos, que lo adversarán. Por esa razón mantiene cautivo a Leopoldo López
e inhabilitado a Henrique Capriles. Su objetivo consistirá en competir con un
adversario cómodo, que no le cause mayores problemas, ni comprometa su
victoria.
El deber de la oposición reside en
apreciar claramente los colores reales del escenario político durante el
decisivo 2018. La oposición deberá asumir que si se presenta separada y
confundida a los comicios presidenciales será pulverizada, no importa cuán
dramático sea el sufrimiento de la gente, cuánta familias se hayan sumergido en
la miseria, cuántos enfermos hayan fallecido por falta de medicamentos o
cuántos niños hayan muerto por desnutrición o malnutrición. Al despuntar el
nuevo año, la oposición tendrá que asumir ante el país el compromiso de
resolver sus diferencias internas y preparar meticulosamente todos los detalles
de la dura confrontación electoral que se avecina. El régimen irá con todos los
hierros. Lo mismo tendrá que hacer la oposición. Es su obligación.
@trinomarquezc
No hay comentarios:
Publicar un comentario