YO ACEPTO EL RETO
TAL CUAL
Dice Jaime Fernández Martín en “Hitler.
El artista del mal”, que una prolongada incertidumbre hace que los
pueblos sientan la necesidad apremiante de creer en alguien que les
prometa seguridad y solidez y que, cuando uno solo haya creído, poco a
poco se le sumarán otros hasta llegar al punto en el que nadie podrá
evitar que sean multitudes a menos que el clima de incertidumbre
desaparezca. Y advierte que mientras más gente se adhiera a este nuevo
credo, menos importará la calidad moral de lo que propone o de quien lo
propone, porque lo importante es que transmita consistencia.
Un ideario así, se construye tomando el
pulso a los motivos por las cuales el pueblo está o debería estar
indignado. Luego se señala a un culpable y se hace una promesa que no
pueda realizar por sí mismo, ofreciéndole un líder para ello. La
retorcida receta se adereza desacreditando a los representantes
naturales de las aspiraciones de las mayorías: los partidos políticos.
Por eso acepto el reto de explicar por
qué los Poderes Fácticos jamás representarán otros intereses que no sean
los suyos propios, hasta que se entienda que la ilusión de que un
empresario o un militar pueda cuidar de los venezolanos como un “buen
padre” sólo cabe si se ignora que la conducción de la nación va más allá
de velar por las necesidades individuales (por creerlo es que hemos
sido clientes, presa fácil de populistas). Para conducir el destino de
la nación, es tanto o más importante promover un criterio plural y
equilibrado sobre las formas en que se practican -por dar un par de
ejemplos- la equidad y la justicia, nociones que influyen en nuestra
vida tanto como un plato de comida.
Acepto el reto de señalar la supremacía
de la antipolítica y el peligro que entraña. Aunque cada vez los veo más
parecidos al “incorruptible” Robespierre, por lo que supongo que
tendrán parecido final, mientras el Club de los Jacobinos se encarga
advierto que actúan como la alt-right nacional.
Claro, como es imposible que tengan el
componente racial nazi -¡maravillas del mestizaje patrio!- lo han
sustituido por la resignificación de valores, también nazi.
Convirtieron la meta de restituir la República en un proceso que pasa
por una invasión extranjera, ¡lo cual, por definición, disolvería la
República! Ondean banderas de dignidad mientras degradan a sus
contrarios que -por cierto- no son los de la dictadura y, al modo de los
criminales nazis, satanizan la cohabitación propia de las transiciones,
dando pie a que sus perturbados seguidores abracen la idea del
exterminio. Se agarraron del artículo 350 -el único que parecen haber
leído de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela- y
obvian el resto de ella y del ordenamiento legal vigente para proponer
violaciones que corrompen el Pacto Social, delicado tramado que aún
sostiene el piso sobre el que deberemos mantenernos en pie, a pesar de
todo.
Acepto el reto de señalarlos como
instigadores que no ofrecen canales legales para drenar la frustración,
la ira o el miedo. Quienes manipulan a este grupo que se cree dueño del
nombre del país, saben bien que acumular gases en una olla de presión
provoca un estallido, entonces pretenden un estallido social.
Y es por esto que atacan todo lo que
hace la Mesa de la Unidad Democrática, plataforma que une a nuestros
políticos demócratas. Sí, nuestros políticos demócratas son defectuosos,
no muy pulcros, muchas veces ineficientes, pero están siendo contenidos
por lo único que nos garantiza que no se monte otro gorila en el poder:
las estructuras de los partidos que representan.
Propongo y me ofrezco a seguir dando
razones por las cuales nunca más debe llegar un antipolítico al poder,
como pasó en 1998. Aquí y donde me inviten.
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