domingo, 3 de diciembre de 2017

YO ACEPTO EL RETO



TAL CUAL 

Dice Jaime Fernández Martín en “Hitler. El artista del mal”, que una prolongada incertidumbre hace que los pueblos sientan la necesidad apremiante de creer en alguien que les prometa seguridad y solidez y que, cuando uno solo haya creído, poco a poco se le sumarán otros hasta llegar al punto en el que nadie podrá evitar que sean multitudes a menos que el clima de incertidumbre desaparezca. Y advierte que mientras más gente se adhiera a este nuevo credo, menos importará la calidad moral de lo que propone o de quien lo propone, porque lo importante es que transmita consistencia.
Un ideario así, se construye tomando el pulso a los motivos por las cuales el pueblo está o debería estar indignado. Luego se señala a un culpable y se hace una promesa que no pueda realizar por sí mismo, ofreciéndole un líder para ello. La retorcida receta se adereza desacreditando a los representantes naturales de las aspiraciones de las mayorías: los partidos políticos.
Por eso acepto el reto de explicar por qué los Poderes Fácticos jamás representarán otros intereses que no sean los suyos propios, hasta que se entienda que la ilusión de que un empresario o un militar pueda cuidar de los venezolanos como un “buen padre” sólo cabe si se ignora que la conducción de la nación va más allá de velar por las necesidades individuales (por creerlo es que hemos sido clientes, presa fácil de populistas). Para conducir el destino de la nación, es tanto o más importante promover un criterio plural y equilibrado sobre las formas en que se practican -por dar un par de ejemplos- la equidad y la justicia, nociones que influyen en nuestra vida tanto como un plato de comida.
Acepto el reto de señalar la supremacía de la antipolítica y el peligro que entraña. Aunque cada vez los veo más parecidos al “incorruptible” Robespierre, por lo que supongo que tendrán parecido final, mientras el Club de los Jacobinos se encarga advierto que actúan como la alt-right nacional. 
Claro, como es imposible que tengan el componente racial nazi -¡maravillas del mestizaje patrio!- lo han sustituido por la resignificación de valores, también nazi. Convirtieron  la meta de restituir la República en un proceso que pasa por una invasión extranjera, ¡lo cual, por definición, disolvería la República!  Ondean banderas de dignidad mientras degradan a sus contrarios que -por cierto- no son los de la dictadura y, al modo de los criminales nazis, satanizan la cohabitación propia de las transiciones, dando pie a que sus perturbados seguidores abracen la idea del exterminio. Se agarraron del artículo 350 -el único que parecen haber leído de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela- y obvian el resto de ella y del ordenamiento legal vigente para proponer violaciones que corrompen el Pacto Social, delicado tramado que aún sostiene el piso sobre el que deberemos mantenernos en pie, a pesar de todo.
Acepto el reto de señalarlos como instigadores que no ofrecen canales legales para drenar la frustración, la ira o el miedo. Quienes manipulan a este grupo que se cree dueño del nombre del país, saben bien que acumular gases en una olla de presión provoca un estallido, entonces pretenden un estallido social.
Y es por esto que atacan todo lo que hace la Mesa de la Unidad Democrática, plataforma que une a nuestros políticos demócratas. Sí, nuestros políticos demócratas son defectuosos, no muy pulcros, muchas veces ineficientes, pero están siendo contenidos por lo único que nos garantiza que no se monte otro gorila en el poder: las estructuras de los partidos que representan.
Propongo y me ofrezco a seguir dando razones por las cuales nunca más debe llegar un antipolítico al poder, como pasó en 1998.  Aquí y donde me inviten.

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