LA DIFÍCIL ESPERANZA
Leonardo Padrón
Quizás
de todas las navidades que hemos vivido bajo régimen chavista -la
cuenta va por 18- esta sea la más dura de todas. La más desnuda de
esperanzas. La que nos consigue más invadidos por el desánimo. Más
desarmados para apostar por el futuro. La gran paradoja es que a la
vuelta de la esquina asoman su rostro las elecciones presidenciales.
Unas elecciones que pedíamos a gritos pero sentíamos demasiado remotas.
Mucho se hizo –aunque mal, muy mal, y a veces con espantosa ingenuidad-
para intentar una solución más inmediata. Unas elecciones que serían –en
condiciones normales- la más simple y serena de las soluciones a esta
larga congoja existencial. Pero justamente se acercan en el peor momento
de la oposición. La oposición que somos todos, no solo los partidos
políticos Esas próximas elecciones se acercan y nos encuentran heridos,
desmembrados, arrasados por el desencanto. Y sabemos que habrá
elecciones porque ya pocos creen en elecciones. Es como quien atraviesa
un severo y crudo desierto para llegar, desmayado de sed, a casa de su
enemigo mortal. Sabrás que el vaso de agua, de aceptarlo, tendrá la
suficiente dosis de veneno como para matarte.
El caso es que el
país no puede más. Anda dándose tumbos contra la hiperinflación y la
miseria con un telón de violencia realmente tenebroso. La cantidad de
gente yéndose del país es algo mucho más que una estampida. Las
historias mínimas, adentro y fuera del mapa, son conmovedoras. Ya mucha
gente ha lanzado la toalla blanca de la rendición. Y asumen la actitud
del condenado que entiende que su horizonte es la pura y ruda
supervivencia. En el extranjero no son pocos los que dejaron de asomarse
a la ventana del país, porque no pueden con tanta aflicción y
distancia, con tanto intento frustrado, con tanto líder opositor dándose
cabezazos contra su propia torpeza.
Para qué seguir relatando lo
ya sabido. La gran interrogante es cómo encarar los días por venir. El
país necesita una urgente dosis de cordura y responsabilidad. Ya no se
puede tolerar más mortandad ni hambre. Las arcas están vacías. Se agota
el oxígeno. Hay que ponerse de acuerdo entre todos para evitar el
hundimiento total. Hay que prender la luz en alguna parte. Hay que
volver a creer en nosotros mismos. Hay que exigirle a los políticos el
asesinato colectivo de su ego. Es el momento del despojo total. Sin
ambiciones propias. Sin dobles discursos. Sin esperanzas fatuas. Debemos
resetearnos por completo. Erigir, palmo a palmo, el puente que nos
lleve a otra ruta. Bastante se ha dicho que es el momento de la sociedad
civil, pero tampoco debemos desechar a los políticos, porque –bien lo
dijo Aristóteles- el hombre es un animal político por naturaleza. Lo que
amerita la magnitud de la tragedia es un inmenso acto de contrición de
nuestra clase política. Hablo de ambas orillas. Porque alguno debe haber
en el pantano rojo que se sienta secretamente avergonzado. La persona
que hoy conduce el país está ensoberbecida en la telaraña de sus dogmas y
en la infatuación de su cinismo. Y le está haciendo daño a demasiada
gente.
Hay que detener esta caída libre. Hay que rearmar la
palabra esperanza, tan hecha añicos. Hay que plantearse el año 2018 como
la última franja de terreno disponible para salvarnos. Es ahora. Es ya.
Comencemos. En la necesidad de elegir por consenso un futuro candidato
presidencial, armemos el cómo, porque el cuándo es ya. En la angustia de
interrumpir la pulverización total de nuestras condiciones de vida,
presionemos por una inmediata solución de una forma más efectiva, con un
tajante ejercicio de coherencia y continuidad. En la necesidad de
negociar condiciones electorales y otras urgencias, debemos ser
implacables, estrictos, intraficables.
Hay tanto por hacer. Nos
toca levantarnos, emerger de los escombros y urdir, inventar, elaborar
una propuesta que tenga algo de futuro. Como si nos tocara volver a
nacer. Como si el mañana dependiera exclusivamente de nosotros. A eso
también se le llama anhelo. ¿Quién dijo que tenía que ser fácil la
esperanza? En las situaciones límites, en la mueca más penetrante de la
oscuridad, la esperanza es terriblemente difícil. Pero esa es su razón
de ser. La esperanza siempre es el último peldaño. Nos toca ubicarnos
allí. En su incertidumbre, su latido y su tal vez. En su impulso de día
que comienza. Y con él, comenzar todos otra vez.
Y digamos feliz navidad, por pura porfía y empeño. Por pura voluntad de insistir en la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario