ELVIA GOMEZ
POLITIKA UCAB EDITORIAL
16 de febrero de 2018
“Bienaventurados los que están en el fondo del pozoporque de ahí en adelante sólo cabe ir mejorando”.Joan Manuel Serrat
Lo dijo en la radio, el pasado jueves 8
de febrero, el diputado Julio Borges: “Hemos pasado un naufragio”. Como
principal portavoz de la delegación de la oposición en la mesa de
negociaciones en República Dominicana, el expresidente de la Asamblea
Nacional también convocó a la constitución –el día anterior al informar
al país el fracaso del intento de acuerdo con el Gobierno– de un “frente
amplio dentro y fuera de Venezuela para materializar” la lucha por
elecciones libres y justas.
Cuando Borges habló del “naufragio”, se
refirió a todo el proceso de agresión enfrentado por los dirigentes de
los partidos afiliados en la MUD. A ese acoso atribuyó que todos estén
“aturdidos”, y así, precisamente, atolondrados, desconcertados, se
sienten los millones de venezolanos que han acompañado a la oposición
democrática durante años, en sus idas y venidas, muchas sin lógica, o
aparentemente sin ella por mal comunicadas. Todo eso ha dejado a la
población que se siente atrapada en el territorio patrio en situación de
incertidumbre y parálisis, ante un Gobierno que debería estar
completamente anulado y exánime, pero que, en cambio, tiene a sus
adversarios contra las cuerdas.
La Mesa de la Unidad Democrática –que
suma puntos para que le entonen su réquiem– fue el segundo intento de
una oposición organizada para hacer frente al chavismo. La primera vez
se articuló en el año 2002, luego de crecer de una simiente propuesta
por la sociedad civil en la conmemoración de ese 5 de julio, tres meses
después del fallido “Carmonazo”. La Coordinadora Democrática (CD), como
tal, cobró cuerpo a finales del 2002 y animó y congregó a una enorme
fuerza popular que se patentizó en las marchas multitudinarias que
acompañaron e hicieron presión a lo largo del proceso de negociaciones,
llevadas a cabo en Caracas con la coordinación del entonces secretario
general de la OEA, César Gaviria. Todo el esfuerzo culminó con la
derrota electoral de la oposición en el referendo presidencial de 2004 y
el cadáver insepulto de esa coalición se le encargó al difunto Pompeyo
Márquez. Toda le energía motorizada, en lugar de ser capitalizada para
seguir la lucha, se dispersó y la decepción y el desencanto campearon
libres, mientras el régimen se fortaleció.
Pasado el desierto, en junio de 2009,
recobró vida una fuerte organización política de oposición bajo el
nombre de Mesa de la Unidad Democrática, coordinada por Ramón Guillermo
Aveledo, que logró concitar tal cantidad de apoyos que pudo vencer las
condiciones adversas y presentar dos veces un candidato presidencial
único y los electores respondieron en las urnas. Pese a los dos reveses
presidenciales –además de la victoria numérica de las parlamentarias de
2010, escamoteada por el CNE–, la MUD logró lo que muchos de sus
integrantes dudaron: mayoría calificada en el Parlamento en 2015 con la
emblemática tarjeta unitaria de la manito.
Sin embargo, el desempeño errático de la
dirigencia opositora ha desperdiciado, varias veces, el envión que le ha
dado la sociedad venezolana que, con sus bemoles, ha demostrado su
vocación pacífica y democrática, como lo hizo en la conmovedora y
aleccionadora jornada del 16 de julio de 2017, con el plebiscito contra
la Constituyente, que superó en significado a la victoria en las
parlamentarias de 2015.
De manera inexplicable –así lo atestiguan
las muchísimas preguntas asombradas que llegan desde el exterior– en
una suerte de espiral descendente, el país entero está siendo arrastrado
a un agujero. Mientras, la dirigencia democrática dilapida su caudal
electoral cuando repite, una y otra vez con algunas variantes, los
errores estratégicos y comunicacionales que mantienen al Gobierno en el
poder. Porque salvo las FANB –cada vez más aborrecidas y
desestructuradas– son los errores de la oposición los que principalmente
sostienen a Nicolás Maduro en el cargo.
En “El día de la marmota” (Groundhog Day,
1993), una película que se hizo su espacio entre los clásicos de
Hollywood dignos de ser preservados por los archivos estatales, el
protagonista del filme se queda atrapado viviendo indefinidamente un
mismo día. El único consciente de ese prodigio es él, e intenta
diferentes estrategias tratando de zafarse. Se pelea, enemista y suicida
varias veces, pero nada, ¡ahí está de nuevo! amaneciendo en el mismo
día. El protagonista, agobiado, harto, frustrado, sólo logra superar la
situación y ver la luz de un nuevo día cuando, ¡por fin!, decide usar la
experiencia y todo su conocimiento adquirido –sobre los otros
personajes y la inutilidad de las tonterías experimentadas– y hace lo
correcto. Los venezolanos viven, de la mano de la dirigencia de
oposición, su propio Groundhog Day, con la enorme diferencia de que no es ficción ni da risa.
Los tropiezos experimentados por los
venezolanos que se han opuesto a la deriva totalitaria en los últimos
tres lustros indican claramente cuáles caminos no deben volverse a andar
porque conducen al fracaso. Una vez definida por el CNE la elección
presidencial para el 22 de abril, ya es tiempo de que los que han
asumido como profesión el ejercicio de la política y la representación
popular hagan acopio de lo aprendido –incluyendo las propias
limitaciones personales– y cooperen, y permitan que otros lo hagan con
ellos, para la reconducción de la energía potencial democratizadora
existente. Sea cual sea la decisión que tomen –concurrir o no a los
comicios– debe ser unívoca y certera, que concite a la población ansiosa
de dirección. Lo dijo Borges: es tiempo de “un frente amplio”. Esa idea
gravita en ciertos sectores de la sociedad civil organizada y, es bueno
recordar, que el primer movimiento multitudinario que plantó cara a
Hugo Chávez vino precisamente de allí, de la sociedad civil, con el
Movimiento 1.011.
La coyuntura presente es, al tiempo que
dramática y desesperante, también una oportunidad dorada para aunar
esfuerzos y poner fin a este bucle temporal con la reacción y movimiento
de los ciudadanos, que presione y obligue a la dirigencia política a
hacer lo correcto. Ya es tiempo de que la marmota salga del agujero y
vaticine al país el inicio de una primavera larga.
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