viernes, 16 de febrero de 2018

ELECCIONES JUSTAS Y CAMBIO DE GOBIERNO










EMILIO NOUEL V.
No se trata solo de que porque uno es demócrata y el arma que se tiene como tal es el voto, que tenemos que ir a sufragar bajo cualquier circunstancia y condición, sobre todo, a sabiendas de que aunque haya la posibilidad cierta de que nuestra opción gane, con seguridad se escamoteará el triunfo.
No debiera ser, por tanto, la posición que tendríamos, un asunto de carácter moral sobre ese tema. Es más bien, y fundamentalmente, política, la que se asuma.
De allí que cualquier decisión que uno tome al respecto la emprendamos desde la perspectiva de lo que eficazmente convenga a nuestros objetivos de poder.
La disyuntiva en la que se encuentra la oposición democrática venezolana hoy es muy espinosa. No quisiéramos estar en los zapatos de los que están obligados a tomar una decisión sobre encrucijada tan compleja. 
El gobierno se ha negado a aceptar condiciones electorales que las leyes y estándares mundiales establecen para estos eventos políticos. Sigue irresponsablemente perdiendo el tiempo y oportunidades para resolver una crisis que se hace más aguda e insostenible y cuyas consecuencias son insospechadas, incluso para la oligarquía militar-civil que manda. 
Al gobierno el entorno internacional se le achica dia a dia con la ola de rechazo de la mayoría de los gobiernos de la región y de gran parte del planeta. Los gobiernos no quieren incluso que asista a la próxima Cumbre de las Américas. El cerco y las presiones de la comunidad internacional se acentúan.  
Para nadie es un secreto la situación social terrible que vivimos. Los países limítrofes comienzan a adoptar medidas ante la avalancha de cientos de miles de venezolanos que huyen del hambre, el desabastecimiento y la falta de medicamentos. Se dice que alrededor de 3 millones de nacionales se han ido, lo que no es poca cosa en términos cualitativos y cuantitativos para un país como el nuestro.
En este cuadro político y social, ir a una elección presidencial convocada de manera irregular por un ente ilegitimo, bajo condiciones en extremo desventajosas para la oposición democrática; y por tanto, cuestionables e inaceptables a todas luces, no puede analizarse como un asunto meramente principista, moral o porque con ello le demostraríamos al mundo - ¿una vez más?- la naturaleza autoritaria del gobierno, lo cual está más que descontado.
No se trata solo de que no vayamos porque el Grupo de Lima, la Unión Europea, EEUU, Canadá y otros países, hayan declarado que no reconocen a la Asamblea Constituyente ni los resultados eventuales de la elección, lo que, por supuesto, agradecemos y es muy importante a ponderar, dado el apoyo que la democracia venezolana ha recibido de ellos. No se trata tampoco de compartir la imbecilidad de que ir a elecciones legitimaria a aquella Asamblea y al gobierno. 
A mi juicio, lo que por encima de todo debe calibrarse, para tomar una decisión, es si políticamente nos conviene enfrentar ese reto en tales desiguales y precarias condiciones, y sus más seguros resultados adversos para el sector democrático.
Porque es seguro, estoy convencido, de que el triunfo se lo dará el CNE al gobierno. Lo del arrebato de la gobernación a Andrés Velásquez en el Estado Bolívar es una evidencia de lo que son capaces de hacer. Con mucho más interés la presidencia de la Republica.
Con una derrota de la oposición en esa elección ¿que ganamos políticamente hablando? ¿No ganaríamos mas no yendo?    
Se ha dicho que ir al proceso electoral nos permitiría seguir denunciando los atropellos del régimen, movilizar y organizar la oposición social y política, poner en la calle a un líder que encabece la lucha y otras cosas más.
Me pregunto: ¿eso mismo no se puede hacer igualmente sin pasar por el trauma y la frustración que para muchos venezolanos seria salir derrotados “formal” y mediáticamente?
La opción política hoy no es otra que la de diseñar, aprobar y ejecutar una estrategia política y mensaje claros y unitarios frente al país. Este quiere recuperar la esperanza de una Venezuela distinta. El liderazgo democrático debe salir al encuentro de esa mayoría golpeada inmisericordemente por la crisis y confundida ante el futuro y presentarle una alternativa de gobierno al desastre que vivimos.    
Que el proceso electoral espurio del gobierno nos sirva para adelantar paralelamente una campaña que pida condiciones electorales adecuadas y justas, así como un cambio de gobierno 

 

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