FERNANDO MIRES
Para comenzar, un poco de orden.
Primero: las negociaciones que tuvieron lugar en la
República Dominicana no fueron convocadas por la oposición venezolana.
No podría haberlo hecho. La oposición asistió debido a la presión internacional, sobre todo la que provino del Grupo de Lima.
Bajo esas condiciones, la oposición organizada no podía sino asistir.
Quien quiera criticar a la oposición por haber asistido a la RD debe en
primer lugar criticar al Grupo de Lima.
Segundo: la mayoría de los gobiernos latinoamericanos presionó a favor del diálogo-negociación por una razón elemental: ellos no podían adjudicar al gobierno de Maduro el carácter de una dictadura sin obtener las verificaciones formales pertinentes. Entre ellas, la más decisiva: elecciones libres.
Tercero: todas las demandas de la oposición fueron estrictamente constitucionales.
Cuarto: desde el momento en que Maduro ordenó patear
la mesa adelantando las elecciones presidenciales y negándose a otorgar
las mínimas garantías constitucionales, la mayoría de los
gobiernos latinoamericanos obtuvo la carta de verificación que
necesitaba para constatar que la de Maduro es, inapelablemente, una
dictadura. No otra fue la razón por la cual el Grupo de Lima
emitió un comunicado en el cual desconocía la legalidad de las
elecciones en los términos planteados por el régimen.
Quinto: la del Grupo de Lima no fue un llamado a la oposición venezolana a no votar. Pues una cosa es la posición jurídica de los gobiernos y otra, la política de la oposición. Esta última está determinada por las relaciones concretas que se presentan en un plano político nacional.
Sexto: Habiendo fracasado el diálogo, la oposición
deberá determinar el curso de su futuro político. Ese curso se puede
resumir en una pregunta: ¿Participar o no en las elecciones presidenciales convocadas por la dictadura?
No participar
Después del fracaso de las negociaciones, no participar luce como
opción lógica. Dicha opción se basa en el hecho de que al no aceptar las
propuestas de la oposición, el régimen ha cerrado la vía electoral. Las
que pretende realizar el 22 de abril no serán elecciones en el exacto
sentido del término sino un simple acto de confirmación del poder
dictatorial.
Para los partidarios de la no-participación, en elecciones bajo
condiciones determinadas por la parcialidad del CNE, con cientos de
presos políticos, con líderes inhabilitados, con miles y miles de
exiliados a los que se ha arrebatado el derecho a voto, con puntos rojos
establecidos para conducir el proceso electoral, con todos los medios a
disposición del dictador, todo eso y mucho más, significaría contribuir a la legitimación del poder dictatorial.
Como repiten los defensores de la tesis de la no-participación, acudir a las elecciones significaría llevar a la ciudadanía al matadero,
contribuiría a una derrota no solo electoral sino, además, moral. Una
derrota de la cual la oposición no podría recuperarse jamás.
Participar, aducen, significaría reconocer de hecho a la Asamblea Constituyente,
organismo supra-constitucional elegido en una de las elecciones más
fraudulentas de las cuales se tiene noticia. Significaría, además, no
reconocer el plebiscito del 2017.
Y, no por último, agregan, significaría oponerse a la propia
comunidad internacional. Más aún, debilitaría notablemente las sanciones
en contra del régimen. ¿Cómo sancionar a un gobierno que no
solo permite elecciones sino, además, cuenta con la participación
electoral de la propia oposición? La pregunta es lógica, y debe ser
tomada en cuenta.
Creo que de modo correcto he expuesto las principales posiciones de los no-participacionistas
Objeciones a la opción de No-Participar
Las objeciones a la opción de no-participar parten del
supuesto de que no siempre lo que es lógicamente formal es políticamente
lo más adecuado. No participar en las elecciones llevaría a
los defensores de esta opción a entregar toda iniciativa a la dictadura,
o lo que es peor, a regalar la elección sin oponer nada en contra.
Opción que parte de una situación real: más del 70% de la ciudadanía
está definitivamente en contra de Maduro. ¿Cómo desperdiciar ese enorme
capital electoral?
De acuerdo a la opción participativa, no la participación sino la
no-participación –al hacer aparecer a la oposición como un conglomerado
anti-electoral– contribuiría a legitimar a la dictadura.
La dictadura no quiere elecciones. Convocar a
elecciones no es un regalo a la oposición, pero sí una concesión –formal
pero concesión al fin– a la opinión pública internacional. Lo que en
fin necesita la dictadura, si no impedir las elecciones, es devaluarlas.
La no-participación contribuiría fuertemente a esa devaluación,
argumentan los defensores de la opción participativa.
El argumento del reconocimiento de la AC dictatorial –agregan los de
la opción participativa– sería en este caso redundante pues no solo la
AC es anti-constitucional. La dictadura, al ser dictadura, también lo
es. Sin embargo, en todas las elecciones en las que ha participado la oposición ha reconocido a la dictadura. Luego, participar no es bajo estas condiciones un tema jurídico. Es antes que nada un tema político.
Frente al argumento de que al participar quedarían inhabilitadas las
acciones de la llamada comunidad internacional, la opción participativa
opina lo contrario. La decisión del grupo de Lima, al desconocer las
elecciones solo puede ser verificada en caso de fraude. Sin
participación de la mayoría opositora, la dictadura, en cambio no
necesita del fraude. Luego, declarar fraudulentas a las elecciones no
puede ser interpretado directamente como un llamado directo a no
participar. La oposición ha participado en muchas elecciones
fraudulentas. En cierto modo, todas las llevadas a cabo durante Maduro
han sido fraudulentas, incluso las del 6-D.
Sin lugar a dudas los catorce firmantes del grupo de Lima más el
apoyo activo de los EE UU y de la UE constituyen una oposición
internacional poderosa. Pero eso no significa que la dictadura está aislada en el mundo.
Además de contar con el apoyo de por lo menos tres naciones
latinoamericanas y con la neutralidad de otras dos, la dictadura forma
parte de “otra” comunidad internacional de carácter supracontinental:
una verdadera internacional de dictaduras hegemonizadas por la Rusia de
Putin.
El apoyo de la comunidad democrática a la oposición es por cierto,
insustituible. Puede llegar a ser decisivo, pero por sí solo no es
determinante. Ni el más imponente apoyo internacional puede sustituir el rol de la oposición venezolana.
Por supuesto, los defensores de la no-participación señalan que su
opción no es un llamado a los ciudadanos a quedarse en casa. Todo lo
contrario: hablan de una no-participación activa. El problema es que las
formas de activación no-electoral no las ha definido nadie. Parece ser
difícil que acciones políticas no-electorales puedan llevar a cabo
manifestaciones más multitudinarias que las activadas por una campaña
electoral bien organizada. Es por eso que, quienes defienden la opción
participativa, aducen que la realización de elecciones y las
convocatorias de masas no son excluyentes sino incluyentes. Más aún si
se tiene en cuenta que los defensores de la opción no-participativa no
cuentan con mucha capacidad de convocación. Y aún en el caso de
que la tuvieran, las demostraciones quedarían en manos de grupos
militantes y estudiantiles, y sus resultados no serían distintos a los
de las grandes demostraciones del 2017. Panorama no muy alentador.
Hay por último un argumento pragmático que habla a favor de la opción
participativa, y es el siguiente: la opción no-participativa, para
tener éxito, debe ser perfecta. Perfecta quiere decir: absoluta,
unánime y total. Bastaría que un solo partido de la unidad se
descuelgue de esa opción para que fracase de inmediato. Y es
sabido que la unidad opositora no es monolítica, ni homogénea ni, mucho
menos, disciplinada. Una sola candidatura de un partido opositor a
Maduro bastaría para conferir a las elecciones un carácter legal y
legítimo.¿Hay otras alternativas?
Alternativas intermedias a participar o no participar no hay. La no-participación, aunque la llamemos activa, lleva definitivamente a la derrota electoral. La participación en cambio, entraría aparentemente en contradicción con la propios postulados de la oposición en la RD. Al haber rechazado la oposición a las condiciones electorales propuestas por la dictadura en la RD y luego llamar a votar, sería visto –aunque no fuera así– como un acto de incoherencia. La abstención –alentada con furia por el abstencionismo militante– crecería en forma gigantesca y el fenómeno de las elecciones regionales –donde la oposición, siendo absoluta mayoría, al acudir dividida, sin mística ni entusiasmo, fue derrotada– sería nuevamente reiterado.¿Significa que la oposición está condenada a dividirse en dos partes irreconciliables? Esa sola posibilidad lleva a repensar más intensamente el problema. Pues el hecho de que no haya alternativas intermedias no significa que no existan alternativas distintas. Una de ellas –ha sido sugerida en las redes– es la de una participación electoral no tradicional.
Bajo el concepto de participación electoral no tradicional entendemos la de acudir las elecciones no para competir sino para sentar presencia política nacional. O lo que es igual: hacer de las elecciones un fin en sí y no un medio para la conquista del poder.
Una posibilidad de participación electoral no tradicional sería por ejemplo llamar a votar por el candidato Cero, es decir, participar con el voto nulo o en blanco. De este modo la mayoría de la ciudadanía participaría, votaría y al mismo tiempo convertiría a la elección en un rotundo NO a la dictadura.
Siendo una opción plausible, la del voto nulo tiene, sin embargo, un inconveniente. Una oposición sin rostro es como una ópera sin tenor.
La del candidato Cero o Nulo – si no técnicamente imposible, muy difícil de ser aplicada en Venezuela- implica una participación puramente negativa. Con un simple NO, Maduro tendría todo el espacio para decir y proponer lo que quiera, sin contradictor que lo desmienta o lo acuse. De ahí que la posibilidad de llevar un candidato único no para competir ni para ganar –lo que no quiere decir para perder- sino para denunciar los crímenes cometidos por la dictadura, las múltiples violaciones a los derechos humanos, el hambre y la miseria inducida por el régimen, y tantas otras cosas, no debe ni puede ser deshechada.
Un candidato-líder tendría más efecto, incluso sobre la opinión pública mundial que un candidato Cero. Un candidato–líder, aún perdiendo la elección- entregaría un claro testimonio de la realidad venezolana, no entraría en contradicción ni con la historia de la oposición –que ha sido y será una historia electoral- ni con la comunidad internacional. Un candidato que, si no de todos, sería el de la gran mayoría.
Naturalmente también hay problemas frente a la posibilidad de una candidatura no tradicional. Los candidatos carismáticos, unitarios y con formato político (con otro formato no sirven) no se venden en las farmacias. No obstante, sin necesidad de dar nombres, todos sabemos que en Venezuela hay personas honorables e idóneas que podrían jugar perfectamente el papel asignado.
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