viernes, 23 de febrero de 2018

Una abstención de baja intensidad

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                Simon Garcia

El DRAE define abstención como “no participar en algo a que se tiene derecho”. Una acción negativa, una renuncia. Electoralmente se propone crear un vacío para lograr que los que se abstienen sean mayoría. Ese resultado, así el órgano electoral componga cifras falsas, cuestiona y anula la legitimidad de quien se proclame ganador. Más aún si todo el proceso es fraudulento.
La abstención activa, en cambio, busca impedir que la elección se lleve a cabo y mantener, eludiendo el choque violento, una protesta general en toda instancia. Su propósito es restablecer el Estado de derecho y realizar un proceso electoral según las normas constitucionales y legales.
Hay una tercera abstención, la insurreccional, que no está en los planes de la oposición ni se tienen condiciones para practicarla. La última de esta clase se produjo, en 1963,  en el segundo proceso electoral después de la caída de la dictadura de Pérez Jiménez. Tras las acciones de agitación y protesta existía una ruta encaminada a derrocar al gobierno: cuatro o cinco frentes guerrilleros en las montañas, el despliegue de unidades de combate armado en las principales ciudades, dos alzamientos militares y numerosos eventos de movilización social.
Nada de esto es imaginable hoy ni desde la abstención ni desde la participación. Plantearla frente a un gobierno que no es democrático situaría la confrontación en un terreno militar, desventajoso para la oposición e inconveniente para el país. Un golpe de Estado o una invasión extranjera agravarían la crisis y sustituirían los actores civiles por militares y la política por la fuerza bélica directa.
La oposición se mueve aún en una situación de debilidad producto de dos derrotas electorales y de su floja vinculación con los sectores objetivamente situados contra el régimen. Aún está a la defensiva por errores cometidos y la incapacidad del liderazgo para encontrar una versión de unidad en los partidos y más allá de ellos.  Un viento de recuperación comenzó en Santo Domingo y hay que sostenerlo con vigor.
El gobierno está legitimando con el atropello de los hechos una estructura de poder hegemónica para perpetuar el control absoluto sobre la vida de la población. Su factor de legitimación, el que le proporciona capacidad real para imponerse contra la Constitución, es el monopolio de las armas, la confiscación del Estado y la hegemonía comunicacional.
Maduro no quiere elecciones competitivas, sino artificios para simular respeto a las exigencias internacionales. Su objetivo es cerrar la vía electoral. En cambio, la oposición debería mantenerla abierta y no alentar la cultura de la inutilidad del voto. La mejor defensa de la democracia es ejercerla y luchar para crear condiciones, las mínimas suficientes, para que ella surja de la gente.
Abstención o participación sólo adquieren sentido si forman parte de una estrategia eficaz para poner fin a la crisis social, económica y de gobernabilidad. Hay que hacer triunfar el mantra de la MUD (electoral, pacífica, democrática y constitucional) para  reconquistar el país que Maduro destruye. Y tal vez, contrariando el dicho popular, en la duda, Votar: porque los datos de la realidad son casi todos contrarios a la perpetuación del régimen.
@garciasim

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