domingo, 8 de noviembre de 2015

RONALDO, HAMBRE DE AMOR


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JOHN CARLIN

Comprender todo es perdonar todo”.
Anónimo

Rafa Nadal ha dicho varias veces que lo peor para su carrera como tenista sería “creérselo”. O sea, creerse el mejor, creerse que es aquel coloso que se ha proyectado en los medios desde que inició su trayectoria triunfal a los 17 años. Pero cuando Nadal lo dice siempre tiene la inteligencia y la humildad de agregar que hay gente para todo; que para otros deportistas creerse su leyenda puede ser el secreto del éxito.
A esta segunda categoría pertenece Cristiano Ronaldo, la estrella del Real Madrid. Lo dejó claro en una entrevista publicada en este diario la semana pasada: “Quizás para ti el mejor sea Messi; en mi cabeza, soy yo. Y todos deberíamos pensarlo de nosotros mismos”.
Ante la desnudez del narcisismo de Ronaldo, hay dos posibles reacciones: una sensación de ternura y otra de ridículo total. Para aquellos de nosotros capaces de mantener la mente abierta, el estreno esta semana de la película que lleva su nombre quizá nos dé la oportunidad de resolver la cuestión.
El tráiler, que ya lleva varios días en Internet, y las críticas de periodistas ingleses que han visto la película nos dejan varias pistas. Según vemos en el tráiler Ronaldo exige que sus amigos le confirmen que sí, que él es el mejor; tuvo una dura y triste infancia; es un padre atento y cariñoso con el hijo que se regaló gracias a una transacción biológica-comercial con una mujer sin nombre, de paradero desconocido; y se ha sacrificado mucho, como Nadal, para convertirse en lo que nadie puede negar que es, uno de los mejores jugadores de fútbol de todos los tiempos.
Las críticas periodísticas apuntan a una persona que aunque juega un deporte de equipo coloca la gloria individual en primer lugar. Hay poco reconocimiento, dicen, a la contribución que han hecho sus compañeros en el Manchester United o el Real Madrid a la fábrica de goles que posee en sus pies. El Balón de Oro parece ser igual de importante para él, o más, que cualquier trofeo colectivo. Su obsesión no es tanto el gran rival del Real Madrid, el Barcelona, como su gran rival personal, Leo Messi. Cuentan que en la película dice, después de que Messi hubiese ganado su tercer Balón de Oro consecutivo en 2012, que a la gala anual de la FIFA “ya no iría más”.
De lo que podemos estar seguros es de que Ronaldo jamás hará con Messi lo que hace Nadal con Roger Federer: reconocer públicamente que su adversario es el más grande. Messi es a Federer como Ronaldo es a Nadal. Messi y Federer nacieron para jugar al fútbol y al tenis de la misma manera que un pájaro nace para volar. Ronaldo podría haber sido un atleta olímpico, o culturista, y Nadal un futbolista, o incluso un jugador de rugby. Con Messi y Federer no hay posibilidad de duda o de opción. Trabajarán duro en el gimnasio y cuidarán lo que comen y tal pero no tienen que forzar la máquina tanto como Ronaldo y Nadal para poder rendir al máximo nivel. El talento de Messi y de Federer es cien por cien orgánico y natural.
Quizá muy, muy en el fondo eso lo sepa Ronaldo; quizá intuya que Messi es un futbolista más completo y por eso siente la necesidad, en un ejercicio casi desesperado de autoconvencimiento, de recordarse permanentemente a sí mismo y a todos que él es el mejor. Por eso, según cuentan los que han visto la película, su agente Jorge Mendes le da un baño de adulación cada vez que lo ve. La sospecha tiene que ser que la vida de Ronaldo es la crónica de una patología anunciada; que la arrogancia, siempre la otra cara de la inseguridad, es inevitable en un ser humano que ha nacido en la pobreza, que fue abandonado por un padre alcóholico y que se hizo súbitamente rico y famoso de muy joven.
La interpretación generosa del personaje ególatra que representa Ronaldo ante el mundo no es la de que sea una mala persona, sino que peca de un exceso de candor; que es un niño hambriento de amor en el cuerpo de un Adonis de 30 años. Y si el fantástico futbolista multimillonario que conoceremos a través de la película resulta ser tan infantil y tan vulnerable como muchos sospechamos, pues le perdonaremos sus tonteras como se las perdonamos a cualquier pequeñajo empeñado todo el santo día en llamar la atención.

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