martes, 8 de noviembre de 2016

Diálogo... ¿a tiempo?
Bernard Horande - @BHorande

Concebir la democracia sin diálogo es imposible. La democracia trata, entre cosas, de entenderse. Y sin diálogo, ello no es posible.
Debate no es diálogo. Debate es que cada quien exponga su posición sin importar la del otro. Es lo que vemos en los enfrentamientos entre candidatos presidenciales. Sin ir más lejos, recientemente, entre Hillary Clinton y Donald Trump.
En cambio, el verdadero diálogo requiere que ambas partes logren colocarse en los zapatos del otro. Hacer empatía.
No es sólo reconocer al otro. No es sólo comprenderlo. Es ir más allá. Es asumir que el otro tiene argumentos válidos. Que puede tener plena razón en sus planteamientos. Y que parte de estos hasta los podría hacer míos.
Para ello se requiere tiempo. Precisamente lo que nos falta en Venezuela.
Durante 18 años hemos combatido contra un régimen incapaz de conversar con el otro, de comprenderlo. Un régimen cerrado en su manera de ver el país. Un proyecto de poder depredador, ansioso por llenar sus propias alforjas y dejar vacías las de quienes no se arrodillen ante ellos.
Y así, llegamos al llegadero.
Cada quien tiene sus tiempos.
Los tiempos de la diplomacia, los que entiende la comunidad internacional y sus organismos, suelen ser largos.
Los tiempos de la iglesia y del Vaticano, que funcionan como garantes en nuestra circunstancia, varían. Para una institución con más de dos mil años de existencia, lo que vivimos en Venezuela no es sino una piedra más en el camino. Sin embargo, nuestros propios sacerdotes, los criollos, han acertadamente colocado las cosas en su lugar: hay urgencia. Y mucha.
Sobre los políticos y sus partidos, a veces como que no entienden eso que se llama tiempos. Cometen errores dando ultimátums cuando no es el momento, para luego suspender actividades a destiempo. Alta ineficiencia haciendo cronogramas y planificando lo mínimo.
Para un político de profesión, la tragedia que sufrimos no es sino parte de los obstáculos que su oficio suele enfrentar. Es parte de su "trabajo". Es difícil entenderlos.
Aparte, tenemos algunos extremistas. La mayoría actuando en redes sociales como Twitter y Facebook. Son guerreros valientísimos del teclado. Algunos lo hacen fuera del país, mandando a ejecutar acciones en las que, por supuesto, ellos no estarían dispuestos a participar. Otros están aquí, y dan la cara.
Para todos ellos, el diálogo es cosa sucia. No hay tiempo de andar dialogando "con delincuentes". Para sus propios valores morales es inconcebible.
También están los tiempos de eso que llamamos "la gente". Y escuchamos que "la gente" está molesta con el diálogo y que "la gente" quiere ir a Miraflores a una marcha supuestamente final en la que, previsiva y mansamente, el régimen entregará el poder.
Unos de los dilemas planteados y que parece sí tener base, es que el diálogo no es incompatible con la movilización de calle. Se puede conversar y dialogar, pero al mismo tiempo es imprescindible mantener una presión popular con actividades de calle.
Finalmente, tenemos los tiempos más importantes: los tiempos de "lo social". Estos son los más urgentes.
Venezuela vive una situación de catástrofe total en todos los órdenes que afecta en materia de alimentos, medicinas, inflación, seguridad y calidad de vida al 99% de la población. El 1% restante son los que están en el poder y viven sabroso.
Paradójicamente, los tiempos de "lo social" no requieren que se traten los problemas del país en esta mesa de diálogo, porque ello, en términos de tiempo, puede ser interminable - e inútil - cuando tenemos enfrente un régimen que no reconoce el desastre que ha provocado y que se rehusa rotundamente a cambiar cualquiera de sus fracasadas políticas públicas.
Los tiempos de "lo social" lo que requieren es que este diálogo se concentre en una sola y única cosa: el cambio de este gobierno mediante una vía electoral este mismo año 2016. No hay otra materia más importante que decidir en este diálogo que esta.
Un cambio en la conducción del país es lo que, en el fondo, se espera que arroje como resultado principal y casi único la mesa de diálogo instalada.
¿Lo entenderán quienes están sentados allí? ¿Lo entiende el Vaticano? ¿Lo entienden los expresidentes?
La respuesta la sabremos pronto, pero de lo que estamos seguros es de algo: no queda tiempo para otra cosa.
Señores: foco.

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