18 DE OCTUBRE:
SOBERANÍA Y DEMOCRACIA COMPLETA
Carlos Canache Mata
Hasta el 18 de
octubre de 1945 la soberanía popular estuvo secuestrada porque a los
venezolanos no se nos reconocía el derecho a elegir mediante el sufragio
universal, directo y secreto, sino mediante un mecanismo de tercer grado, a
nuestros gobernantes. En efecto, la reforma constitucional aprobada ese año de
1945, bajo el gobierno del general Isaías Medina Angarita, negó la elección
popular del Presidente de la República y ratificó que a éste lo elegirían “las
Cámaras reunidas en Congreso” (artículo 100); los senadores seguirían siendo
elegidos por “la Asamblea Legislativa de cada Estado” (artículo 60), sólo se
dispuso la elección popular directa para la Cámara de Diputados (artículo 56), y
a las mujeres apenas se les reconoció “el derecho de sufragio activo y pasivo
para la formación de los Concejos Municipates” (artículo 14, letra b).
Las citas textuales de los anteriores
artículos constitucionales demuestran y prueban que fue rechazada la
democratización del poder, es decir, que el pueblo, valiéndose del ejercicio
del voto universal y directo, decidiese la formación de los poderes públicos. Se
le permitía, es cierto, la libertad de expresión de sus opiniones políticas, la
militancia en los partidos políticos que se fundaron y actuaban sin restricciones
(más favorablemente durante el gobierno del general Isaías Medina Angarita que
durante el gobierno del general Eleazar López Contreras), pero continuaba en
pie el muro que impedía y atajaba el
ejercicio de su soberanía electoral y lo
condenaba a ser espectador y no actor en una cuestión tan esencial como es la
escogencia de sus mandatarios. La situación cambió con el triunfo del
movimiento cívico-militar del 18 de octubre de 1945. El historiador marxista
Manuel Caballero, opositor político de los gobiernos de Acción Democrática,
sostiene que “el 18 de octubre señala el ingreso de Venezuela a la sociedad de
masas…para mostrar el carácter revolucionario del proceso desencadenado por el
otorgamiento del voto universal, es necesario decir que él señaló el más
profundo elemento de ruptura con el ancien régime”.
Ramón J. Velásquez ha recordado que, antes del 18 de octubre, “el reclamo
fundamental del país en esta década de los años cuarenta era el voto universal,
directo y secreto para la elección de los poderes públicos” y
apuntaba el “origen oligárquico
de los sucesivos regímenes que habían ejercido el poder”. Para el historiador
Germán Carrera Damas, ese ejercicio de la soberanía popular, alcanzado con la
Revolución de Octubre, significa “la más radical transformación sociopolíitica
experimentada por la sociedad venezolana, desde la ruptura del nexo colonial”. Atinadamente,
en su libro “El Trienio Adeco (1945-1948) y las conquistas de la ciudadanía”,
el escritor independiente Rafael Arráiz Lucca dice que “sorprende escuchar
repetir hasta la saciedad, de manera un tanto mecánica e irreflexiva, que el
golpe de Estado del 18 de octubre de 1945 detuvo un proceso democrático en
marcha, que lo precipitó, cuando es evidente que sin elecciones directas,
universales y secretas, difícilmente podía hablarse de la vigencia de una
democracia”.
Con riguroso apego a la verdad histórica, se
puede afirmar que, gracias al 18 de octubre de 1945, con el voto universal,
directo y secreto, establecido por el Decreto del Estatuto Electoral del 15 de
marzo de 1946 dictado por la Junta Revolucionaria de Gobierno presidida por
Rómulo Betancourt y constitucionalizado después en la Carta Magna de 1947,
Venezuela pasó de una democracia política mutilada a una democracia política
completa.
Aunque la conquista política del sufragio
universal y directo basta para la justificación histórica de la Revolución de
Octubre de 1945, hay que mencionar también notables logros económicos y
sociales de la acción gubernamental. A vuelo de pájaro, anotaré algunos.
En materia de política petrolera, precisa
Manuel Pérez Guerrero (en carta que, estando en el exilio, le dirige a Rómulo
Gallgos el 10 de febrero de 1949, publicada luego en folleto, donde resume las
realizaciones de los dos gobiernos, el de facto y el constitucional, que
dirigieron el país desde la Revolución de Octubre) que se alcanzó “un fuerte
incremento de los recursos fiscales del Estado por medio del aumento de su
participación de su riqueza petrolera”, primero por el impuesto extraordinario
decretado el 31 de diciembre de 1945 y luego por la reforma de la Ley de
Impuesto sobre la Renta, promulgada en noviembre de 1948. Fue el famoso
“fifty-fifty”, conforme al cual la renta líquida de las empresas concesionarias
no podía ser superior a la participación del Estado. Como consecuencia de esas
medidas, Manuel Pérez Guerrero informa que los ingresos fiscales generados
“aumentaron violentamente”, al punto de que “la cifra de 1947 representa más
del triple de la del 1944”. Equivocadamente, algunos han afirmado que la
fórmula del “fifty-fifty” fue obra del gobierno de Medina Angarita, lo que fue
refutado por el entonces diputado Juan Pablo Pérez Alfonzo en su voto salvado
en la aprobación de la Ley de Hidrocarburos de 1943, donde señala que se
aumentaron los impuestos, pero “no se alcanza sino parcialmente aquello que en
razón y justicia debería pretenderse”. Eso es ratificado por el economista
Eduardo Mayobre, en su biografía de Pérez Alfonzo, al recordar que en ese voto
salvado “se objeta que no podría alcanzarse la distribución de los ingresos
obtenidos por las empresas productoras en un cincuenta por ciento para el
Estado y un cincuenta por ciento para las compañías”. También Teodoro Petkoff
ha escrito que el fifty-fifty fue “establecido durante la gestión de la Junta
Revolucionaria de Gobierno presidida por Rómulo Betancourt” (Tal Cual 25-03-2010).
Entre otros aspectos de la política petrolera, me limito a destacar el de “no
más concesiones” porque las existentes más bien excedían las requeridas para
mantener la producción en un nivel adecuado.
En su Mensaje presentado el 12 de febrero de
1948 al recién instalado Congreso Nacional , tres días antes de traspasar el
mando al Presidente Constitucional Rómulo Gallegos, Rómulo Betancourt enumera
lo realizado para la diversificación de una economía propia “porque la ruina y
el coloniazgo son la obligada meta final de los pueblos cuyo destino se vincula
exclusivamente a una industria minera, manipulada por el capital extranjero”; los
logros en la defensa y valorización del capital humano del país (en salud, la
notable lucha contra el paludismo, reconocida internacionalmente; en educación,
el aumento de la matrícula en todos los niveles y la labor desanalfabetizadora;
en seguridad social, etc); la puesta en marcha de la Reforma Agraria; el
“prodigioso” desarrollo del movimiento sindical (entre 1936-1941 se inscribieron en el Ministerio
del Trabajo 522 sindicatos, en tanto que del 18 de octubre de 1945 al 31 de
diciembre de 1947 se inscribieron 700 sindicatos).
Hasta aquí llego, si me extiendo más, alargaría demasiado este artículo que escribo con ocasión del
reciente nuevo aniversario del 18 de octubre de 1945, una fecha que ha hecho
historía, y de la buena.
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