NECESITAMOS MENOS OLVIDO
MARTA DE LA VEGA
La
vigencia de la Constitución de 1999, desde
el referendo consultivo del 15 de diciembre, ha sido un motivo recurrente de
lucha unitaria de las fuerzas democráticas para derrotar el proyecto chavista,
sobre todo después de la reforma que pretendió imponer Chávez en 2007 y que fue
rechazada por la mayoría. Es lo único que nos queda para unificar un país
viable, con instituciones destruidas, para aglutinar en un espacio común un
marco de convivencia consensuado de los más diversos intereses y opciones
ideológicas democráticas.
Defenderla
es afianzar la democracia. Pisotearla es instaurar la dictadura, o peor, un
régimen tiránico, usurpador e ilegítimo. Es lo que hacen a diario los
funcionarios del Estado forajido en que han convertido Venezuela el crimen
organizado transnacional, el saqueo descarado del tesoro público, el robo del
valioso patrimonio artístico de la nación y la transgresión como norma de
conducta generalizada.
No
olvidemos que, pese a la defensa de la Constitución como arma pacífica contra
la tiranía, existe clara conciencia de
abogados constitucionalistas, políticos y ciudadanos estudiosos de la materia,
de que muchos de sus pasajes deben ser reformados, no solo por errores de
técnica jurídica sino por el contenido de algunos artículos que contradicen su
espíritu y letra. No debemos olvidar que
no satisfizo a más de la mitad de la población autorizada a votar por ella.
No se
debe olvidar que su aprobación se hizo en medio de torrenciales aguaceros y el
desplome de las montañas costeras cercanas a Caracas sobre amplios sectores de
las poblaciones del Litoral, que arrasó con casas, vehículos, avenidas,
animales y sobre todo, muchísimas personas que no imaginaron la gravedad de las
inundaciones y la fuerza feroz de las aguas y el barro que descendía y
arrastraba todo a su paso.
Fue
una gran tragedia nacional de la cual aún quedan secuelas muy graves que
produjo no solo muerte y desolación, muchos huérfanos y pérdidas materiales,
sino el desplazamiento forzoso hacia otras regiones del país de un número
significativo de familias residentes de esas zonas, entre quienes se cuenta la
del hoy legítimo presidente encargado de la república, Juan Guaidó.
Tampoco
se debe olvidar que la aprobación de la nueva Constitución de la República
Bolivariana de Venezuela, para liquidar la Constitución de 1961, se hizo
irrespetando procedimientos de ley que esta misma Carta Magna contemplaba para
ser derogada, y con manejos irregulares que aún hoy ponen en cuestión la
legitimidad de origen de la Constitución de Chávez.
No
olvidemos igualmente que el porcentaje de electores participantes en la
consulta fue de aproximadamente 40% del total de votantes, es decir, menos de
la mitad del electorado, con una abstención de más del 55%. De un total de 10.940.596 según el censo electoral, la propuesta de Chávez para
“refundar la república” mediante una asamblea constituyente, obtuvo el respaldo
de 3.301.475 electores, es decir, el 71,78% de los votos escrutados, que no
llegaron al 40% del total, al tomar en cuenta los votos nulos.
El
inmediatismo, la ceguera y la seducción que produjo sobre la mayoría de la
población el verbo encendido del teniente coronel, caudillo elocuente y
mesiánico, conspirador desde su ingreso a la Academia Militar y cargado de promesas redentoras de
dignificación, profundización de la democracia, transparencia en la gestión
pública y lucha contra la corrupción,
fascinaron a muchos, incluso académicos, intelectuales connotados, empresarios
privados y jóvenes, que aspiraban a ampliar sus espacios de poder.
Algunos,
de buena fe, consideraron oportuno apoyar a quien aseguraba tener el equipo y
las condiciones para saldar una deuda social acumulada que había invisibilizado
pobreza y exclusión, y enderezar el rumbo de la democracia, extraviada entre el
pragmatismo oportunista, el clientelismo populista y el desprestigio de los
partidos políticos que en la segunda mitad del siglo XX condujeron el proceso
de modernización de Venezuela, apalancados en un Estado dirigista y
paternalista, asistencial, con estructuras clientelares orientadas hacia el
bienestar social, sobre la base de la renta petrolera, cuyo modelo parecía
agotado.
Así
llegamos a estos 20 años de mentira, manipulación y engaño, con un control
totalitario de la sociedad, con un poder hegemónico comunicacional que
pervierte la mente de los incautos o los más pobres, ya ni siquiera asidos a la
mano del Estado, sino a mínima sobrevivencia, cuando no hambre, enfermedad y
desesperanza. No hay perdón humano para tanto horror.
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