CHILE: DEMOCRACIA O
BARBARIE
Emilio Nouel V.
Miembro del Grupo Ávila
Sudamérica está revuelta. Diversos eventos sociales y
políticos, con sus características y especificidades particulares, llaman
nuestra atención, manteniéndonos a la expectativa por lo que pueda traernos en
lo sucesivo.
Perú, Ecuador y Bolivia han sido escenario de acontecimientos
cuyos desarrollos aún no definitivamente solventados, son motivo de
preocupación en términos de estabilidad institucional y democrática.
Lo que nos traigan las elecciones próximas en Argentina y
Uruguay es también de gran interés para los que habitamos esta región.
Como a muchos observadores, los recientes sucesos de Chile nos
han tomado por sorpresa. Sobre
todo, por la intensa violencia mostrada en ellos. La saña destructiva de grupos
manifestantes hacia bienes públicos y privados es perturbadora y da cuenta de
hasta donde han llegado los ánimos.
Chile es un país que ha sido visto, no solo en nuestro
hemisferio, como una democracia sana y una economía pujante con una
institucionalidad bien asentada.
Si a sus cifras macroeconómicas nos remitimos, está colocado
en los primeros lugares de Latinoamérica, en términos de crecimiento,
competitividad, captación de
inversiones extranjeras y en bajas tasas de inflación.
A los venezolanos ver lo ocurrido ahora en Chile los traslada
a los aciagos sucesos del Caracazo (1989). Entonces, un aumento moderado del
precio de la gasolina, justificado en términos de racionalidad económica,
desencadenó días de protestas violentas y saqueos generalizados nunca antes
vividos por nuestra población durante el siglo XX.
¿Cuáles situaciones, malestares y/o resentimientos estaban
larvados en la sociedad chilena que propiciaran tal reacción rabiosa,
desproporcionada, ante un incremento del precio del transporte en el metro? Sin
duda, nos luce que en el fondo de la sociedad chilena habrían otros descontentos
que afloraron para potenciar la protesta frente a aquella medida.
Observado desde lejos este lamentable estallido social, cuyos
orígenes de naturaleza económica lucen claros, nos dejan, sin embargo,
interrogantes acerca de las formas que adoptó y de los actores políticos que suben
a escena de manera oportunista apuntando a cuestiones distintas, que van más
allá del malestar puntual por un aumento del precio del transporte público.
Analizados los hechos, incluso los vandálicos, algunos
observan una acción organizada y coordinada de grupos políticos,
internacionalmente orquestada, que habría aprovechado lo meramente espontáneo,
todo lo cual buscaría defenestrar al presidente Piñera y desatar un proceso
conducente a una Asamblea Constituyente. Para estos sectores radicales el
objetivo no sería revertir la medida gubernamental disparadora del conflicto,
sino encaminar al país por otros derroteros políticos. A estos no interesaría
que Piñera instrumente medidas en favor de los sectores más vulnerables, como
ya lo ha planteado al reconocer necesidades y reivindicaciones postergadas por
mucho tiempo, no solo por su gobierno. El propósito de aquellos grupos sería
desmontar la institucionalidad democrática chilena para instaurar un sistema de
gobierno autoritario.
Se colocan otros en la tesitura que señala a aquellos
problemas no resueltos y muy sentidos, como causantes del estallido y derivados
de la indiferencia y/o la inacción de la dirigencia política y la elite
empresarial acusada -como ocurre siempre en estos casos- de neoliberal. La
desigualdad en los ingresos sería así, una causa profunda.
En la protesta, tampoco han
faltado las expresiones ideológicas contra el sistema capitalista proferidas
por algunos entrevistados en las calles, que hasta al inefable Che Guevara han
resucitado.
Lo cierto de todo es que lo de Chile, junto a otras
situaciones críticas en el entorno, han producido un hervidero político en la
región, que podría repercutir negativamente en la estabilidad y la seguridad
colectivas. Ya la enorme migración venezolana provocada por un régimen en
descomposición política y moral representa un caldo de cultivo peligroso y una
gran preocupación para todos los gobiernos vecinos. Solo resta esperar que los
chilenos, con sabiduría, firmeza institucional, apego a la Ley y un amplio
diálogo social, logren encaminarse por sendas de prosperidad y paz, ajustando
lo que haya que ajustar en el campo socioeconómico.
Nuestra región está lo suficientemente agitada en la
actualidad, para que otro país, por caso Chile, se hunda también en una crisis
que a nadie en el hemisferio favorece, excepto los que sacan provecho de la
ocasión para introducir el caos e intentar imponer regímenes tiránicos
forajidos.
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