WEBER Y LA OPOSICIÓN
ANGEL OROPEZA
La política es esencialmente el cultivo de la persuasión, el diálogo y la negociación para resolver las diferencias propias entre personas que piensan distinto. La política es un producto de la civilización. La guerra, la brutalidad y la fuerza son lo primitivo, la barbarie. La primera representa lo propiamente humano, mientras las últimas son las peores expresiones de lo más bajo y salvaje de la naturaleza animal.
La política es un “arte de lo posible”, y por tanto tiene que medirse siempre con las posibilidades. No es prometer el cielo para algún día, sino jugar con lo que se tiene en el aquí y el ahora. Sin embargo, hay en algunas personas un componente de idealismo gaseoso que les lleva a ver en el juego del posibilismo político una claudicación permanente de los principios morales.
En 1919, Max Weber propuso la conocida diferencia entre dos actitudes éticas distintas a la hora de actuar en política: la ética del absolutismo y la ética de la responsabilidad. La primera es la de quienes se guían por principios absolutos, sin preguntarse por las consecuencias de sus conductas. La segunda es la de quienes deciden precisamente en función de la consecuencia de las acciones. Y con frecuencia las personas, temiendo caer en un supuesto cinismo oportunista de decidir en función de las consecuencias y posibilidades reales del momento, se refugian en los principios absolutos. Su idealismo les hace ser sensibles hacia los planteamientos éticos pero insensibles a las condiciones y consecuencias –muchas veces indeseadas o ambiguas- de las decisiones políticas.
El olvido de ese factor clave –las inevitables mediaciones de las consecuencias– convierte a algunos venezolanos, entre los cuales hay no pocos opinadores y hasta dirigentes de movimientos partidistas, en ingenuos y reticentes en política. Son los que, por ejemplo, se limitan a expresar que el actual régimen debe irse ya pero sin aportar al menos una idea factible de cómo hacerlo. A esto se refiere el padre Luis Ugalde en un imperdible artículo reciente (“Pereza política y tragedia nacional”, El Nacional, 8 de agosto de 2019) cuando afirma: “No basta anunciar lo necesario, la política hace que lo necesario sea posible y que este se transforme en realidad. No es buen médico quien rechaza la enfermedad y proclama la salud pero ni cura ni sana.
El objetivo de la oposición democrática debe estar siempre en tratar de mantener la solución a la dolorosa crisis venezolana en el terreno de la política. El día que salgamos de allí y caigamos en la aceptación de salidas no políticas, se abre la puerta de entrada a la violencia, al comienzo de la dimensión desconocida, esa donde nadie sabe qué puede pasar, pero en la que lo único seguro es que todos perderemos.
Por ello es tan importante la resolución que acaba de aprobar por votación mayoritaria la Asamblea Nacional en su sesión del pasado 1° de octubre, titulada “Acuerdo para corroborar la ruta política integral planteada al país que permita elecciones libres y transparentes como salida a la crisis que viven los venezolanos y la reinstitucionalización del país”. Este acuerdo plantea, entre otras cosas, reafirmar el respaldo a la propuesta de un posible Acuerdo Político Integral, por intermedio de la delegación designada en el proceso de negociación facilitado por Noruega, “que contiene la convocatoria a un proceso electoral presidencial libre, justo y transparente, con observación internacional seria y calificada, que permita la libre participación de todos los venezolanos; para lo cual se requiere de un nuevo Poder Electoral legítimo, designado por la Asamblea Nacional, en ejercicio de sus competencias constitucionales, así como el establecimiento de un gobierno de transición que conduzca al país y garantice este proceso”.
Adicional a lo anterior, el acuerdo de la AN ratifica el interés y compromiso de la oposición democrática venezolana en trabajar “para la convocatoria a elecciones presidenciales libres y justas, a favor de la despolarización política extrema, con miras a una transición democrática que privilegie garantías y espacios políticos para quienes estén dispuestos a respaldar y defender la Constitución y las leyes de la República Bolivariana de Venezuela, en el marco de un Acuerdo Político Integral, que también incluya la necesaria
renovación de los poderes públicos, para que actúen de forma autónoma e independiente, lo que implica el nombramiento de los titulares del Poder Ciudadano, Poder Electoral y Poder Judicial, a través de los procedimientos constitucionales vigentes que otorgan esta facultad a la Asamblea Nacional para su correcta designación”.
Este acuerdo marca una hoja de ruta política viable en la que todos quienes luchan por la liberación democrática de Venezuela tienen claros los objetivos y la estrategia. No faltará quien diga –con razón, además– que es una hoja de ruta difícil y laboriosa. Con seguridad no tiene el atractivo banal de las soluciones mágicas que van desde invasiones extranjeras hasta ilusionismos voluntaristas o milagros del azar. Pero, de nuevo, la política de verdad –la que soluciona problemas, no la de los clichés que levantan fáciles aplausos– es el arte de manejar lo posible con las herramientas reales con que se cuenta, y no simplemente lamentar y denunciar que lo que se desea nunca termina de llegar.
Quienes insisten en la única salida que verdaderamente funciona, que es la de la política, no son “traidores” ni ingenuos. Son solo venezolanos que humildemente han aprendido de la historia y del comportamiento político y psicológico de nuestro pueblo, y no quieren repetir los lamentables errores del pasado. Ya bastante daño ha hecho a nuestra cultura política la indeseable penetración del fascismo militarista hoy en el poder, para que quienes dicen oponérsele terminen adoptando sus mismos códigos de lenguaje y sus mismas normas de conducta.
Hay que repetirlo: la política, para ser efectiva, requiere la utilización simultánea, equilibrada e inteligente de todas sus herramientas: calle, organización social, presión internacional, negociación, preparación electoral, socavamiento de las bases de apoyo a la dictadura, movilización popular. No utilizarlas todas, no actuar frente a la gravedad del momento mezclando la necesaria pasión con la imprescindible inteligencia y la requerida disciplina, sería, eso sí, una verdadera traición al reto trascendental que la historia ha querido poner en nuestras manos.
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