TRINO MARQUEZ
Desde que asumió la presidencia de Ecuador en mayo de 2017,
Lenín Moreno ha tratado de diferenciarse de Rafael Correa, su antiguo tutor. Comenzó
un proceso dirigido a desmontar el modelo y el estilo correísta de conducir la
nación. Se distanció del fundador y líder del movimiento Alianza País. Lo
acorraló y aisló hasta obligarlo a abandonar el partido. Correa creía que
Moreno ejercería una especie de interinato mientras él se tomaba unas
vacaciones en Europa. La respuesta del delfín fue proponer una reforma
constitucional, aprobada por el pueblo, en la que decapitaba la reelección
indefinida, aspiración de los nuevos autócratas latinoamericanos, empeñados en
engraparse al poder en nombre de la democracia. Moreno intentó acabar con el
endeudamiento externo y la corrupción, promoviendo la reducción del gasto
público. Adelantó la liberalización del comercio y la flexibilidad de las leyes
laborales. Desterró el estilo melifluo de Correa. El suyo ha sido un comportamiento
sobrio.
Moreno lleva
dos años buscando desmantelar el Estado populista que contribuyó a fortalecer
Correa. Ha aplicado una política más liberal en el plano económico y más flexible
en el ámbito político. La desregulación de la economía no ha resultado
sencilla. Ha debido pagar un alto costo. Su popularidad se derrumbó en un lapso
muy breve. Luego de haber disfrutado del respaldo de 67% de los ecuatorianos,
al año de su gestión se situó en 30%. Ahora solo lo apoya 24% de la población.
Un segmento muy reducido, para imponer el paquete de medidas propuestas el 2 de
octubre, entre ellas: liberación del precio de la gasolina y el diésel,
fijación del IVA en 12 % y el pago de contribuciones de ciertas empresas
para que el gobierno invierta en educación, seguridad y salud.
El subsidio a
la gasolina significa una erogación para el Estado de 1.800 millones de dólares
al año. Para una economía endeudada -en
la actualidad la deuda externa es 8.800 millones de dólares en bonos soberanos,
en gran parte contraída por Rafael Correa- que busca recursos externos y
requiere disminuir el consumo irracional de ese combustible, era indispensable eliminar
el costo que esa transferencia significa. El gobierno intentaba gestionar un
crédito con el FMI por diez mil millones de dólares, cuatro mil de los cuales
serían otorgados en las próximas semanas. Una de las condiciones para obtenerlo
era terminar con ese gasto tan elevado.
La eliminación del subsidio a la gasolina
explotó como una bomba. Los transportistas y los indígenas que se sintieron
amenazados por ese incremento, se han movilizado, hasta poner en un serio
aprieto al Gobierno. El mandatario se
encontró de frente con el monstruo que él mismo contribuyó a fortalecer cuando
trabajó con Rafael Correa. Durante siete años fue su Vicepresidente. Formaron
una llave que parecía indestructible. Si alguien debía imaginarse lo difícil
que resultaría atacar un ícono como el costo de la gasolina en un país
petrolero, era Moreno. Su experiencia
compartiendo responsabilidades en el Ejecutivo, tendría que haberle ilustrado
acerca del riego que correría. Estaba obligado a saber que el precio de la
gasolina es un arma en manos de los manipuladores. Muchos de ellos enarbolan
las banderas de la protección al ambiente, el uso racional de los recursos no renovables
y el ascetismo en el manejo del presupuesto público, hasta que ven la ocasión de
utilizar el lógico incremento de los precios del combustible para presionar y
extorsionar al adversario.
En ese trance se encuentran ahora Moreno
y su gabinete. Sus adversarios políticos estaban al acecho. El correísmo no le
perdona su deslealtad con el jefe de la Revolución Ciudadana. Correa fue un caudillo que navegó en la inmensa ola provocada
por el aumento de los precio del crudo a mediados de la década pasada. Los
aprovechó para cultivar un esquema basado en el gasto público sostenido e incontrolado.
Lenín Moreno no ha podido erradicar el modelo populista implantado por Correa,
ni la mentalidad providencial que le es intrínseca.
El mandatario se encuentra en un aprieto.
No supo mercadear el proyecto de reformas y menos aún el incremento de la
gasolina. La decisión parece intempestiva. Su popularidad entró en barrena. La
izquierda irredenta le arma guarimbas por doquier. La economía muestra síntomas
de estancamiento. Los empresarios están descontentos porque consideran su plan
de ajuste tardío e insuficiente. Los trabajadores andan molestos porque el
salario no les alcanza. Afortunadamente, las instituciones fundamentales lo han
respaldado. El Ejército y la Policía le han ratificado su apoyo y se alinearon con
él.
En este marco tan precario, tendrá que recomponer el cuadro interno para
reagrupar sus fuerzas y fortalecerse de nuevo en el poder. No puede complacer a
Correa ni a Maduro, quienes estarían de plácemes si se derrumba.
@trinomarquezc
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