sábado, 12 de octubre de 2019

La insurrección popular



Ismael Pérez Vigil

“¿De dónde saldrá el martillo verdugo de esta cadena?” 
Miguel Hernández, 1937

Desde diciembre de 1999, concretamente, desde aquel aciago día electoral y del deslave de Vargas, estamos esperando una sampablera que se arme la de San Quintín, una noble poblada que arrase, que acabe con todo, la sublevación añorada del “bravo pueblo” –a quien canta nuestro himno nacional– y que no acaba de ocurrir. ¿Será que ocurrirá algún día? Cada vez tengo más dudas. Al menos no ocurrirá así, como una poblada que arrase con todo.
Mientras las élites dirigentes, los analistas y los políticos esperan esa “santa cruzada” que acabe con la oprobiosa dictadura, parece que el “bravo pueblo” prefiere –dicen algunos– una vía más tranquila: marchas y concentraciones multitudinarias, manifestaciones diarias reclamando las más variadas penurias y derechos, procesos electorales –en los cuales se expresa votando o absteniéndose– y hasta largas caminatas para abandonar el país.
No cabe duda que en la ausencia de la “rebelión popular” operan dos mecanismos; uno, la sabia constatación del pueblo de que hay una fuerte represión que se cierne sobre él como espada de Damocles si se “extralimita” al tomar la calle; y dos, la realidad de que cualquier tipo de “insurrección” que lleve a un fin, el de acabar con una tiranía, requiere de una organización que por lo visto nadie asume o emprende.
No podemos olvidar lo que dijera Trotsky hace más de un siglo: lo que hace falta no es la voluntad por adueñarse del poder –lo cual posiblemente aquí nos sobra–, tampoco importan las condiciones objetivas, las condiciones generales en que se encuentra el país, lo importante –decía Trotsky– es aplicar una táctica insurreccional. ¿Dónde están los Trotsky que, detrás de la insurrección, nos guíen a tomar nuestro “Palacio de Invierno”? ¿Dónde está ese Trotsky que va a organizar, no las masas, que según él no sirven de nada en la insurrección popular sino esa “pequeña tropa”, fría, instruida en la táctica insurreccional, que realizará todos los actos estratégicos necesarios?, nuevamente, según Trotsky.
Desde la distancia geográfica –e histórica, la de los que añoran Polonia, Ucrania, el 23 de enero de 1958 y tantas otras– esto de una insurrección popular se ve fácil. Son solo dos palabras altisonantes. Pero para el pueblo, que está aquí, el que no ha tenido la posibilidad de “escapar” o que no lo quiere hacer, lo que contempla es una represión despiadada, con heridos, presos, exilados, hasta muertos, sin que eso de manifestar, marchar y protestar haga mella en el ánimo del régimen.
Por eso, hay que llegar al punto de plantearse: ¿Es posible, es organizable, una insurrección popular? Tal parece que no es tan fácil o al menos no lo ha sido en estos 20 años, si es que alguien lo ha intentado hacer. Y si la respuesta es: No, no es posible, no hay gente ganada para esa opción, para esa “aventura”. ¿Qué otra vía nos queda?
Para algunos –¿podríamos decir que para los mismos que hablan de la insurrección popular? –, la vía es la intervención militar externa, desde alguno o varios de los países aliados –que, por cierto, todos han dicho que no están dispuestos a eso– o la actuación “colegiada” de organismos como el TIAR, que la componen los mismos que han dicho que no están dispuestos a la intervención externa.
Nos va quedando una vía, nada fácil, nada trivial, la de la negociación – sí, esa, la vilipendiada negociación– para terminar en un proceso electoral.
Pero esa vía tampoco es trivial ni de una sola calle; por más que todos estemos de acuerdo en que la oposición somos una “mayoría aplastante”, según lo que dicen las encuestas, hay quienes pensamos que no es suficiente el voluntarismo electoral y dar por sentado que el régimen respetará los resultados; y por eso un proceso electoral solo es aceptable en determinadas condiciones: con un CNE neutral, elegido por la Asamblea Nacional –como manda la Constitución–; con un proceso electoral y un acto de votación observado y supervisado internacionalmente; con la posibilidad de que voten todos los venezolanos mayores de 18 años donde quiera que estén; y algunas otras condiciones, que se pueden resumir en que se cumpla con las leyes vigentes. Y por supuesto, votar y estar organizados y presentes en todas las mesas para defender ese voto.
Pero hay otros, lo sabemos, porque los hemos visto y escuchado, que están dispuestos a aceptar esa vía electoral bajo cualquier condición o ninguna, pues son todavía más voluntariosos o una especie de super hombres que consideran que el mero voto es más que suficiente para derrotar una dictadura tramposa y cruel como la que nos mal gobierna.
En estas dos perspectivas se mueve la negociación y la posibilidad de unas elecciones libres; no es nada fácil el tema y menos si llegamos “ciegos” a esa negociación y a ese proceso electoral por habernos sacado los ojos entre nosotros, mientras la dictadura sonríe.

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