El realismo mágico de la relación Venezuela-USA
VLADIMIRO MUJICA
La brutal polarización política venezolana ha invadido todos los espacios de reflexión y análisis, y ha terminado por introducir una suerte de credo primitivo y precario que presuntamente permite entender la compleja realidad política de la sociedad norteamericana partiendo de un conjunto mínimo de frasecitas mágicas cargadas de ideología. Lo alarmante es que el virus de la trivialización y el análisis maniqueo de la política ha infectado, con honrosas excepciones, a los dos bandos que se disputan el poder en Venezuela: la usurpación madurista y el amplio movimiento constitucionalista para restaurar la democracia y la libertad en nuestra sufrida nación.
Del lado del chavismo no hay sorpresas: la doctrina se reduce a identificar a los Estados Unidos como el imperio satánico que conspira contra la revolución chavista y aplica sanciones que hacen sufrir al pueblo. Se apoya el chavismo en la construcción de su discurso en fuentes tradicionales de la izquierda borbónica latinoamericana, esa a la que Teodoro Petkoff describía con una sorna impecable como una que “no aprende, ni olvida”, expresadas, por ejemplo, en el libro de Eduardo Galeano “Las Venas Abiertas de América Latina”.
También usa la mentira chavista una famosa frase de Simón Bolívar completamente sacada de contexto en la que el Libertador afirmaba: “Los Estados Unidos parecen destinados por la providencia para plagar a la América de miserias en nombre de la libertad” (carta dirigida a Mr. P Campbell, Encargado de negocios de SMB. Guayaquil, 5 de agosto de 1829). La tesis del libro de Galeano es una abominación intelectual y política que pretende que los latinoamericanos no tenemos ninguna responsabilidad sobre nuestro propio destino y que todos nuestros males se deben a la injerencia imperial norteamericana. El perverso uso de la frase de Bolívar y su descontextualización histórica para apoyar el ideario chavista fueron analizados extensivamente en un libro de Manuel Caballero, “Por qué no soy bolivariano: una reflexión antipatriótica”.
Del lado de la alternativa democrática, la situación es mucho más compleja y refleja distorsiones muy importantes de nuestro pensamiento republicano. En el universo de los venezolanos, especialmente de quienes vivimos en los Estados Unidos, se ha ido decantando una peligrosa simplificación que pretende dividir a los dos grandes partidos de la democracia norteamericana de acuerdo a un análisis precario y acomodaticio que está basado en una banalización inaceptable de la historia y que se reduce a:
(1) El Partido Demócrata está dominado por socialistas y comunistas.
(2) El Partido Republicano está dominado por sectores conservadores y fascistas.
Ambas posturas son inaceptables y se entremezclan con otra peligrosa precariedad que reza así:
(1) Trump y los republicanos son buenos porque apoyan una salida de fuerza contra Maduro.
(2) Obama y los demócratas son malos porque participan de una conspiración socialistoide internacional de apoyo encubierto a los musulmanes y a Maduro.
Es imposible exagerar lo peligroso y nocivo que se oculta detrás de estas posiciones extremas, amén de su precariedad intelectual y de la ignorancia que esconden sobre la historia de los Estados Unidos.
La vigorosa democracia norteamericana se ha convertido en uno de los reductos más importantes de refugio de la libertad y la democracia, ideas que surgieron en occidente en la antigua Grecia, encontraron su paso a Roma y a Europa, y que estuvieron a punto de ser sacrificadas en las dos guerras mundiales, o en la hecatombe del engaño del comunismo ruso y chino, o víctimas de la intolerancia del extremismo islámico. En todos los episodios de rescate de las ideas de democracia y libertad del siglo XX y XXI los Estados Unidos han jugado un papel fundamental, que debe ser reconocido por Occidente. Y también por los venezolanos.
La pretensión de querer trivializar la compleja política norteamericana, de reducirla a un enfrentamiento entre buenos y malos, entre demócratas y republicanos, es un exabrupto por decir lo menos. Ese tipo de conducta está íntimamente relacionado con una cierta irresponsabilidad en nuestra propia conducta republicana, en buena medida responsable de que hayamos entregado nuestra nación al chavismo producto precisamente de no entender la gravedad de las decisiones políticas, algo que abrió el camino para que nuestro pueblo sucumbiera a la pesadilla del encantador de serpientes.A los venezolanos nos conviene más que a nadie que nuestro conflicto no sea percibido como un conflicto con una connotación partidista en los Estados Unidos. Lo contrario nos haría un daño inmenso. Es por ello que hay que saludar, como un acto muy positivo, mas allá del obvio entendimiento con el gobierno del presidente Trump, la reciente reunión entre nuestro embajador Carlos Vecchio y Nancy Pelosi, la presidenta de la Cámara de Representantes del Congreso norteamericano. Un acto importante de balance e inteligencia política del gobierno encargado de Guaidó que, por supuesto, ha recibido críticas de los sectores más extremistas en las inefables redes sociales. Un acto elemental de respeto por la democracia del país que nos ha acogido, por sus instituciones, debería conducirnos a valorar los tiempos y los mecanismos de esa democracia en el caso de la propuesta de impeachment al presidente Trump, sin intentar tomar partido y sin al mismo tiempo dejar de manifestar nuestro agradecimiento por la conducta del gobierno norteamericano frente a la dictadura usurpadora de Maduro.
Pretender que los venezolanos tomen una posición simplista sobre la compleja situación política norteamericana, implicando que los demócratas son enemigos de Venezuela por pretender sacar a Trump de la Casa Blanca, es más que un acto de ignorancia, es un verdadero suicidio. Pero después de 20 años de chavismo, seguimos sin entender que la gran fortaleza de la democracia en un país como los Estados Unidos son sus instituciones, y que hay que apoyar el que las instituciones tomen su curso y resuelvan las grandes controversias sin polarizar a la sociedad. Pero no aprendemos, y en un ejercicio alucinante de nuestro realismo mágico ahora pretendemos imponer sin pudor la óptica primitiva del extremismo polarizador venezolano a la gran democracia norteamericana.
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