domingo, 6 de octubre de 2019

Habla un negociador


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     ISMAEL PÉREZ VIGIL

Dilemático o no, no es lo mismo basar una estrategia política en la posibilidad de una intervención militar externa, sea con tropas invadiendo, o bajo alguna de las “fórmulas” del TIAR que basar la estrategia en un proceso negociador para llegar a unas elecciones libres.
Tampoco es lo mismo, aunque algunos periodistas y analistas opinan lo contrario, decir que todos los procesos negociadores – sean del Frente Amplio que apoya a Juan Guaidó, o la propuesta del minoritario grupo de los cuatro de Casa Amarilla – son iguales y los procesos electorales que implican cada uno también lo son.
Parece obvio que la intención es desacreditar la opción del Frente Amplio o manipular la opinión pública.
Para darse cuenta de lo manipulador de esa falacia basta con escuchar a cada uno de los proponentes. Los “minoritarios” de Casa Amarilla, transcurrido un mes, no han avanzado nada en su propuesta y de todas las promesas y acuerdos a los que llegaron, solamente hemos visto un preso político libre y la “reincorporación” de los diputados del PSUV a la Asamblea Nacional.
Los negociadores del presidente Guaidó han sido algo más explícitos sin ser del todo elocuentes. A través de YouTube escuché parte de la intervención de Fernando Martínez Mottola, negociador del gobierno de Guaidó en Barbados, en un foro que se realizó hace más de una semana en la sede de la Asociación de Profesores de la UCV, al cual no pude asistir, desafortunadamente.
Entre los muchos argumentos de Martínez Mottola hubo dos sobre los que quiero llamar la atención; respecto al primero, decía el negociador –aunque, aclaró, que lo electoral no era lo único que se negociaba en Barbados–, que hay tres posibles alternativas a la negociación de una vía electoral que son, en mis palabras: una intervención militar externa, un levantamiento militar interno o una insurrección popular y que ninguna de ellas tenía mejores probabilidades que la negociación de la vía electoral. En efecto, aclaraba, que ya han transcurrido dos meses desde que se suspendió la negociación y sin embargo ninguna de esas otras vías ha aparecido, se ha mencionado, ni siquiera hay atisbos de que se haya comenzado a organizar alguna de ellas.
Es que desgranar “estrategias” es fácil; y hacerlo desde la distancia, más fácil todavía; lo difícil es arriesgar el prestigio y jugarse el pellejo para llevarlas adelante. Y con esto no quiero decir que quienes no viven en el país no tengan derecho a analizar, hablar, proponer; lo que digo, simplemente, es que es fácil hacerlo. Incluso viviendo aquí. Porque las palabras son eso, palabras, y esta dictadura “sui generis”, como otras dictaduras permite que se pronuncien muchas palabras, pues conoce perfectamente el sabio refrán castellano que dice que “del dicho al hecho, hay mucho trecho”.
De las tres alternativas a la negociación de una vía electoral, solo una, la insurrección popular, depende enteramente de nosotros, de los partidos, de la sociedad civil; las otras dos tienen “actores” que no son fáciles de controlar y que no sabemos que harán después de que decidan ejecutar su acción. Pero la insurrección popular tampoco son pastillas que se vendan en botica, al alcance de cualquiera; supone una firme decisión y una férrea planificación, que no es el caso describir por este medio.
El segundo argumento de Martínez Mottola tiene que ver con este último punto; el negociador le salió al paso a todos aquellos que los llaman “ingenuos” y les advierten –en palabras mías, también– que “están negociando con delincuentes”, con “narcos”, con “corruptos” como si ellos no supieran con quienes están negociando, como si los hubieran conocido minutos antes de sentarse en la mesa de negociación.
Como el propio Martínez Mottola resaltó, la oposición democrática venezolana tiene 20 años luchando contra este régimen; nadie nos va a decir ahora cuáles son las características esenciales de esta dictadura, el talante de las personas con las que se está negociando; pensar eso sí es “ingenuidad”.
El problema de fondo –y esto no es un pensamiento original, todo lo contrario, lo vienen diciendo muchos otros analistas, políticos y periodistas–, es que nos enfrentamos a una dictadura que tiene control de todo el sistema de poder del país, que para muchos de ellos perder ese poder significa perder posiciones, disfrute de privilegios y fortunas y a lo mejor enfrentar penas de cárcel por delitos de corrupción cometidos y violaciones de derechos humanos; hoy controlan los recursos del Estado y toda la fuerza represiva y no tienen ningún escrúpulo en utilizarla para perseguir, encarcelar, herir y hasta matar, como ha sido claramente demostrado y visto.
Semejante fuerza, lo he afirmado varias veces, solo puede ser derrotada con una combinación virtuosa de movilización interna y movilización internacional que vaya asfixiando a la dictadura y la obligue a buscar una salida, la única posible: dejar el poder y permitir una apertura hacia la democracia.

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