domingo, 6 de octubre de 2019

EL PECADO UNIVERSAL


JOHN CARLIN

Hay una tendencia en ciertos círculos a pensar que el racismo es monopolio de los blancos. Si los que piensan así hubiesen estado conmigo en Sudáfrica a principios de septiembre se habrían llevado una sorpresa.
El racismo más cruel en ese país ya no es el de otros tiempos. Hoy negros insultan, odian y matan a negros. Durante la semana que estuve ahí la noticia dominante fue que hordas de negros sudafricanos habían asesinado a doce negros extranjeros en Johanesburgo, además de asaltar a muchos más y en algunos casos de incendiar sus negocios. Hubo furia por todo el resto del continente y algunas represalias. La embajada de Nigeria retiró su embajador. La selección de Zambia no viajó a jugar un partido de fútbol. El presidente de Ruanda canceló una visita oficial.
El fenómeno no es nuevo. Yo estuve en Johanesburgo cubriendo esta misma historia, pero con bastantes más muertos, hace una década. La experiencia me ha dado un poco de perspectiva. Ser un inmigrante africano en Sudáfrica significa para muchos convivir con el terror. Serlo en Europa es demasiadas veces duro, pero no tanto.
De Sudáfrica viajé a Cádiz, donde hablé con un empresario hindú que me dijo que el racismo en su país era mucho peor que el que su gente sufría en Europa.
Durante la conversación recordé que hace unos años estuve en la vecina Bangladesh entrevistando a refugiados Rohingyas, la etnia musulmana perseguida por las autoridades de Myanmar como los cristianos en su día por los romanos, solo que con más rigor. Recordé el intento del poder hutu de exterminar a todos los integrantes de la tribu tutsi en Ruanda en 1994, genocidio que dejó un millón de muertos. Recordé también las matanzas de indígenas en Guatemala durante los años ochenta, y más recientemente las de los coptos cristianos por fanáticos musulmanes en Egipto.
No hay un monopolio del racismo. Estamos hablando de un pecado universal. Con la importante diferencia quizá de que hoy en los países que llamamos “occidentales” son más conscientes del mal, se flagelan más y están haciendo más para combatirlo. Se ha llegado inclusive al sano extremo de que lo peor que te pueden decir es que eres un racista.
Pero a veces, por ignorancia y por miedo, se pasan y se cae en justo lo que se pretende evitar, en una grave injusticia. Tal es el caso del jugador portugués del Manchester City, Bernardo Silva, acusado de racismo por un mensajito con fotos que envió a través de Twitter hace unos días. Los señores que mandan en la Football Association (FA) han metido sus narices en el asunto y si Silva no les convence de su inocencia en los próximos días, le pueden dar una sanción de seis partidos. Según los medios ingleses también podrían castigar a su entrenador, Pep Guardiola, por haberle defendido.
El supuesto delito de Silva fue enviar un tuit con una foto de su compañero y buen amigo Benjamin Mendy cuando era niño al lado de un dibujo de un niño negro gordito, la imagen de una marca de chocolates llamada “Conguitos”. La supuesta broma de Silva era que los dos -Mendy es negro- se parecían. Pero Mendy no se ofendió en absoluto, como él ha sido el primero en reconocer.
En cambio, los señores de la FA, diversos periodistas ingleses y al menos una ONG sí que eligieron ofenderse y ahora el inteligente y poliglota Silva, el jugador más querido en el vestuario multinacional del City, se enfrenta a una sanción y, mucho peor, a cargar el estigma del racismo por el resto de sus días. Lo curioso es que la FA ha seguido adelante pese a que el propio Mendy ha salido en defensa de Silva y el inglés Raheem Sterling, otro jugador negro del City, también. Pero ni Sterling, ni Mendy, ni Guardiola pudieron evitar que la FA perdiese la oportunidad de demostrar al mundo su exquisita y superior sensibilidad racial.
¿De dónde viene todo esto? La raíz, creo, es una mezcla de culpa y moralismo santurrón que procede, al menos en parte, de la percepción de que el racismo solo es algo que los blancos hacen a los negros. De ahí viene la presión para estar en permanente alerta ante la posibilidad de que cualquier blanco, especialmente si es un personaje público, haya cruzado la línea y cometido una transgresión imaginaria o real contra un negro, siempre una vulnerable víctima en potencia, según esta visión del mundo.
Lo que no entienden los verdugos morales de Silva es que demuestran un profundo paternalismo: si Mendy no siente que es una víctima, si no se le ocurrió que la broma de Silva fue de mal gusto, es que es demasiado limitadito para verlo, pobre.
Lo que tampoco entienden es que la sanción que proponen para el jugador portugués esconde una oscura ironía. Son ellos los racistas en el fondo si creen que asociar a una persona negra con un dibujito de un chico negro es en sí mismo ofensivo. ¿Qué? ¿Es feo tener rasgos africanos, por definición? Es como si un amigo negro enviara a Twitter una foto mía al lado de un dibujo de, por ejemplo, el iracundo capitán Haddock de los cuentos de Tintín, y escribiese que los dos nos parecíamos. Mi reacción sería la misma que la de Mendy con Silva. Nada que objetar.
Mendy también quizá esté de acuerdo conmigo en que al gritar “racismo” por semejante pequeñez lo que se hace es abaratar y restar peso al racismo de verdad. Una vez más, la desproporción, el generar problemas innecesarios, el inventar dramas donde no hay necesidad define los tiempos de hoy en los países ricos del mundo. No hay matices, no hay sentido del humor. Reina la estupidez, el peor tipo de estupidez, la solemne estupidez.
Lo bueno ahora, lo realmente bueno, sería que la FA sancionara a Guardiola por defender a su jugador. Porque entonces no tendrían más remedio que sancionar a Mendy y a Sterling por haber hecho lo mismo. Y ahí se delataría la doble moral, la falta de juicio y la insularidad de estos defensores de la FA que, al esforzarse por exhibir su virtud frente al mundo, no hacen más que caer en ridículas contradicciones. Si yo fuera Silva, me iría de Inglaterra ya. Si fuera Guardiola, me lo pensaría.


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