Los choques externos que transformarán a América Latina
MOISES NAIM
“Muchos años después, frente al pelotón
de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella
tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”.
Este es el primer párrafo de Cien años de soledad,
la novela de Gabriel García Márquez que narra la vida de los pocos pero
fascinantes habitantes de Macondo, un imaginario pueblo perdido en las
selvas de Colombia. Cada cierto tiempo, a Macondo lo sacude lo que los
economistas, politólogos y sociólogos de hoy llaman un choque externo.
Es un invento foráneo que trastoca la economía, las relaciones de poder,
los hábitos y costumbres, en fin, la vida del pueblo. Así, además del
hielo, a Macando lo sacudieron la llegada de los imanes, la pianola,
ideas políticas en conflicto que dispararon una larga y sangrienta
guerra civil o la bananera, una empresa multinacional más poderosa que
todos los gobiernos y todos los ejércitos. La novela es, por supuesto,
mucho más que el relato de los “choques externos” que le cambian la vida
a la gente del pueblo. Pero las convulsiones de Macondo ofrecen una
excelente metáfora para discutir los sacudones que le vienen a América
Latina.
Esta ha sido siempre la región con
las economías más volátiles del mundo. Periódicamente, una etapa de
expansión y prosperidad es súbitamente reemplazada por otra de
estancamiento y miseria.
Estos ciclos de auge y caída suelen
estar determinados por los precios internacionales de las materias
primas que exporta la región y por la disponibilidad de préstamos e
inversiones que vienen de afuera. Cuando los precios del petróleo,
cobre, café, soja, etc., suben en el mercado mundial, América Latina
prospera. Cuando caen, se empobrece. Cuando los bancos y empresas
extranjeras invierten y abren el crédito, las economías latinoamericanas
mejoran. Pero cuando los préstamos e inversiones foráneas cesan (y con
frecuencia eso sucede al mismo tiempo que bajan los precios de las
exportaciones) viene la debacle: devaluación, inflación, desempleo,
suspensión de programas sociales y quiebras de bancos y empresas.
Naturalmente, los gobiernos latinoamericanos también son responsables
por no hacer que sus economías sean menos vulnerables a estas
oscilaciones internacionales. Pero es justo reconocer que no es fácil
neutralizar el impacto de un masivo choque económico externo.
Los nuevos choques externos
En los próximos años, a las sacudidas
económicas que periódicamente agitan América Latina se le van añadir
otras. El cambio climático, la revolución digital, una nueva
intolerancia a ciertos problemas sociales y la revolucionada política
mundial serán las fuentes de estos potentes e inéditos choques externos.
El cambio climático. Ninguna región
escapará de sus efectos. Pero según la Organización de Naciones Unidas,
América Latina es una de las más vulnerables a los accidentes climáticos
que seguirán aumentando en frecuencia, fuerza, fatalidades y costos.
Las razones de esta alta vulnerabilidad van de la geografía al clima, de
las condiciones socioeconómicas a la demografía. Es la zona más
urbanizada del planeta: 80% de sus habitantes viven en ciudades, la gran
mayoría de ellos son pobres y sus viviendas, muy precarias. La
corrupción también agudiza la fragilidad de la región ante el cambio
climático. Es frecuente, por ejemplo, que funcionarios venales autoricen
construcciones en lugares inadecuados o que ignoren las violaciones de
las normas de construcción a cambio del pago de una coima.
Los efectos del cambio climático
constituirán los choques externos más transformadores que ha vivido
América Latina. Cambiarán dónde y de qué viven los latinoamericanos; lo
que producen y lo que gastan. O cuáles serán los principales conflictos
domésticos e internacionales que enfrentarán.
La revolución digital: inteligencia
artificial, big data, robótica, blockchain, computación cuántica y redes
neuronales son solo algunos de los campos en los que se dan las
revoluciones tecnológicas que van a cambiar el mundo. Es fácil intuir
que nos vienen enormes transformaciones. Pero lo que más nos sorprenderá
es la rapidez con la que se harán notar sus efectos.
La posibilidades que abren estas
nuevas tecnologías son maravillosas. Pero también son enormes los
problemas que plantean. Un importante efecto indeseable de la revolución
digital es que puede destruir muchos puestos de trabajo existentes
antes de crear otros nuevos. Eso también va a pasar en todas partes.
Pero en América Latina el impacto sobre el mercado laboral será más
fuerte. Según la ONU, en las próximas décadas dos de cada tres empleos
formales en Latinoamérica serán automatizados. El choque externo
producido por la revolución digital puede ser tan determinante como el
del cambio climático.
La nueva intolerancia a viejos males.
La desigualdad económica y la corrupción son dos plagas perennes en
Latinoamérica. A pesar de que su erradicación ha sido siempre la promesa
de populistas y revolucionarios, en la práctica las sociedades las
aceptaban como realidades inevitables. Recientemente, esto ha comenzado a
cambiar. La coexistencia pacífica de los latinoamericanos con la
corrupción y la desigualdad se está acabando. Entre otras razones, el
aumento de la desigualdad en Estados Unidos y Europa ha creado un
intenso debate mundial que ha reactivado esa discusión en América
Latina. Lo mismo sucede con la corrupción. Las fechorías de los
corruptos, que siempre han existido, ahora se han hecho más visibles e
inaceptables. Las nuevas clases medias, más numerosas, educadas,
informadas y conectadas, se han activado y están hartas de los desmanes y
de la impunidad. Guatemala, Brasil, Perú se han unido a la lista de
países como Corea del Sur, Ucrania, Arabia Saudita y China, donde las
acusaciones de corrupción han llevado a la cárcel a políticos y
empresarios antes intocables.
Si bien estas acciones son locales,
en muchos casos los estímulos que prenden la mecha vienen de afuera. El
escándalo de la empresa Odebrecht, por ejemplo, es brasileño pero ha
resultado en un choque externo que ha convulsionado la política de
muchos países de América Latina. La inestabilidad producida por la lucha
de la gente contra la corrupción y la desigualdad van a seguir.
La política. A finales del siglo XIX,
un periodo tan caótico como el actual, el pensador italiano Antonio
Gramsci escribió: “El viejo mundo se está muriendo. El nuevo tarda en
llegar. En ese claroscuro se ceban los monstruos”. Esta frase capta muy
bien lo que está sucediendo hoy en el mundo. Es natural que estos nuevos
monstruos foráneos también hagan de las suyas en América Latina. Para
eso no solo se aprovecharán de las oportunidades que les ofrecen las
nuevas relaciones de poder dentro y fuera de la región, sino también de
las nuevas tecnologías. Internet está siendo utilizado para polarizar,
destruir reputaciones e influir sobre las elecciones. El impacto en
sociedades aprensivas, que ya están crispadas y confundidas, puede ser
enorme. Los protagonistas de siempre pierden influencia y son
reemplazados por recién llegados que alteran la agenda y actúan de
manera imprevisible. Nuevos caudillos mundiales como Xi Jinping o
Vladimir Putin mueven fronteras y cambian reglas. Donald Trump
desestabiliza su país y el mundo. ¿A quién creer? ¿Qué es verdad? ¿En
quién confiar? La política es siempre muy local, pero ahora lo local se
mezcla con lo global casi instantáneamente, creando contundentes choques
políticos externos. Si la principal cadena de transmisión de este tipo
de choques externos son las redes sociales, entonces América Latina es,
de nuevo, la región más vulnerable. Según un estudio de ComScore, los
latinoamericanos pasan en las redes sociales 29% del tiempo que están en
Internet. En ninguna otra parte el tiempo en redes sociales es tan
alto. En Estados Unidos es 14%, y en Asia, 8%, por ejemplo.
Las buenas noticias
Los choques externos que impactarán
Latinoamérica tendrán altos costos, pero también abrirán oportunidades
inéditas. Y los latinoamericanos son expertos en sobrevivir a la
volatilidad. Llevan décadas, si no siglos adaptándose, esquivando,
improvisando y manejando los efectos de los choques externos. Las
empresas latinoamericanas de hoy son ágiles y eficaces sobrevivientes de
los periódicos revolcones que súbitamente cambian las reglas del juego.
Pero, además, estos cuatro choques
externos también tienen aspectos positivos. La nueva intolerancia con la
desigualdad y la corrupción es una buena noticia. El cambio climático
trae catástrofes, pero también cambios en los ciclos agrícolas que
pueden aumentar la productividad y el rendimiento de las cosechas. Habrá
una inmensa demanda de nuevas industrias especializadas en la
adaptación a los cambios del clima o la mitigación de sus riesgos.
Lo mismo vale para la revolución
digital. Las nuevas tecnologías seguramente crearán nuevos mercados y
reducirán las barreras que tanto inhiben la competencia en el sector
privado. Y si bien la polarización y la crispación política de las
sociedades crean las peligrosas convulsiones políticas de las que se
aprovechan los populistas, también es cierto que puede estar abriendo
espacios para nuevos líderes democráticos que traigan otras propuestas.
Los choques externos son una amenaza
creciente para América Latina. Pero no tanto como las amenazas que
constituyen la complacencia y la falta de previsión.
El “más de lo mismo” ya no va a
funcionar. Quienes antes rompan con el conformismo y salgan de su zona
de comodidad tendrán más oportunidades de evitar que los choques
externos se los lleven por delante.
@moisesnaim
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