Venezuela ha sido objeto de un saqueo. Una especie de fuerza de
ocupación a cargo de la administración de los fondos del Estado ha
consumado entre 1999 y 2018 el mayor despojo de los recursos públicos
para provecho personal, hasta constituirse una especie de nueva
oligarquía del dinero, tal como la describió Domingo Alberto Rangel en
aquella obra monumental denominada La Oligarquía del Dinero, cuya
primera edición se publicó en 1971. Narraba Rangel en ese libro el
proceso de formación de los grupos económicos que movidos por el
espíritu empresarial trabajaron día y noche para formar empresas,
aprovechando la ventaja de un ingreso petrolero sostenido que se
transformaba en riqueza material. Así se construyó la Venezuela moderna
con el concurso del capital privado y sobre la base de un Estado
interventor pero que no obstaculizaba la actividad privada. Los otrora
comerciantes del cacao y el café, luego devinieron unos en industriales y
otros en financistas o constructores. Allí están las empresas todavía,
sus fábricas y su capacidad e instinto empresarial averiado por el
socialismo, pero vivo, a la espera de mejores oportunidades.
Pero la Venezuela que corre desde 1999 es diferente. Acá se trata de
una acumulación originaria del capital relancina, violenta, que no
construyó sino que hizo del robo, el tráfico de influencias y el
porcentaje corruptor su razón de ser. Se tejió una estructura compleja
de nuevas figuras de la política con nuevos actores en lo económico,
ubicados este engranaje en posiciones claves. Así, proviniendo las
divisas del petróleo, no se podía hacer dinero rápido y con bajo riesgo
sin adentrarse en la fuente primigenia de donde brotan los dólares:
Pdvsa. Luego con el control de cambio, era racional que las
organizaciones y grupos aspirantes a capturar la renta petrolera para su
propio peculio, arroparon la administración de las divisas
preferenciales y baratas. En tercer lugar, había que tomar la
distribución de la renta del petróleo a través de los contratos de obras
públicas y es allí donde entra Odebrecht. Los escándalos de Pdvsa con
contratistas mil millonarios ahora reos en Estados Unidos y los
beneficiarios de la asignación de divisas preferenciales para
importaciones de alimentos permiten afirmar que en un plazo de apenas
quince años esos traficantes de contratos y privilegiados con los
dólares baratos acumularon una fortuna superior a la que produjeron
todos los empresarios tradicionales juntos. Para verificar esta
hipótesis hay que valorar cuánto fueron las importaciones y el monto de
los contratos de Pdvsa.
No obstante, el caso de Odebrecht hace palidecer a quien lo estudie.
El presidente Chávez le asignó, por intermedio de Lula Da Silva, a esa
empresa contratos sin licitación por montos millonarios para la
realización de obras que en algunos casos su precio resultó ser hasta
cuatro veces mayor al monto presupuestado y la gran mayoría de ellas ni
siquiera han sido ejecutada. En muchas de esas autorizaciones está la
firma del presidente Maduro. Esa empresa recibió en Venezuela la mayor
cantidad de contratos de América Latina pero fue donde menos obras
realizó. La Venezuela decente exige justicia y que este asalto al
patrimonio de los venezolanos, hoy arruinados, no quede impune.
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