LOS MALQUERIDOS
TULIO HERNANDEZ
EL NACIONAL
Suscitan rechazo y desprecio. Ambos por
igual. Hablo de las FARC y del socialismo del siglo XXI. Del grupo
guerrillero que, por artes y oficios del proceso de paz aún en marcha en
Colombia, se convirtió en partido político con similares siglas. Y, a
seguidas, del proyecto político por azares de la historia conducido
cuesta abajo por esa equivocación de la moral venezolana llamado Nicolás
Maduro.
Ya no los quiere nadie. Al menos en
Colombia. Peor aún, se les rehúye. Nombra usted a uno de los dos y los
presentes, incluido Petro, el candidato de una de las variantes de la
izquierda local, la que convoca el mayor número de electores, huyen
despavoridos como sacando apresuradamente del bolsillo un crucifijo para
exclamar “¡Vade retro Satanás!”.
Porque las FARC y Maduro encarnan la
peste. El fracaso. Por ejemplo, desde que alias Timochenko tuvo que
retirar su postulación a la Presidencia de la República, los candidatos a
quienes el partido huérfano podría transferir su apoyo, De la Calle,
Fajardo, Córdoba y Petro, se adelantaron a aclarar, espantados, que ¡ni
pensarlo! Que no lo aceptaban. Para nada. Que ¿cómo así? Dios me libre.
Que muchas gracias
Y desde que decenas de millares de
venezolanos atraviesan desesperados los puestos fronterizos y relatan
por los medios colombianos las calamidades, frustraciones, carencias y
horrores que los empujaron a abandonar su país natal, nadie quiere
retratarse con la franquicia Maduro. Especialmente Petro, cuyo
crecimiento se ha visto frenado por el miedo al “castrochavismo”, y
ahora se dedica a hacer malabarismos para deslindarse de las bacterias
del rechazo que trae consigo cualquier asociación con la debacle
venezolana.
Escribo estas notas en Bogotá,
minutos después de finalizar uno de los tantos debates que, día a día,
escenifican los candidatos en todo el país. Porque, hay que informárselo
al animalejo Maduro, mientras en Venezuela las huestes violentas del
chavismo arremeten con piedras y palos contra las caravanas de los
adversarios; en Colombia, a pesar de las largas décadas de guerra, los
postulados se sientan civilizada y públicamente a debatir.
El debate de hoy, jueves, 5, se realiza en Barranquilla. El de antenoche, promovido por la revista Semana y
TeleAntioquia, fue en Medellín. Y el próximo 2 de mayo, en el club El
Nogal, el mismo que años atrás fue dinamitado por una célula terrorista
de las FARC, se realizará el Gran Debate Digital promovido por el portal
Kienyke. En cada debate, al menos un segmento se le dedica al tema de
tragedia humanitaria venezolana. Pero en el de Kienyke será el tema
único. Se titulará, así a secas, "Espejo Venezuela".
Porque en eso se ha convertido
nuestro país para los colombianos. En el espejo de lo que no se debe
hacer. Y Petro, el que con mayor urgencia necesita quitarse de encima la
etiqueta pestilente, se ha vuelto un mago sacando conejos
antimaduristas de su anterior sombrero pro chavista.
En el debate de hoy, en Barranquilla,
moviéndose en el escenario con destreza de bailarín, Petro ha
construido frases convincentes. Venezuela es el espejo, dice, de lo que
no se debe hacer: depender económicamente de un solo producto, abandonar
el campo y la iniciativa empresarial, comprar todo lo que se consume en
el exterior, irrespetar las reglas de juego democráticas, quebrantar la
institucionalidad.
Mientras el inmaduro Maduro se
entretiene socarronamente sometiendo a escarnio y mofa a los emigrantes
venezolanos, todos los candidatos colombianos, Vargas Lleras y Duque, la
derecha, incluidos, piden solidaridad con quienes llegan, convocan
ayuda internacional para atender la avalancha humana y reclaman la
protección de sus derechos.
Récord Guinness. Nunca antes América
Latina había odiado con tanta fuerza, corazón, decisión y entusiasmo a
un tiranuelo venezolano. Ni a Juan Vicente Gómez, un enigma. Ni a Pérez
Jiménez, a quien se le reconoce haber sido un gran constructor. Si
Tirofijo estuviese vivo quizás también le daría la espalda.
Maduro es un malquerido. Para decir solo algo suave y elegante.
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