martes, 17 de abril de 2018

Memorias y desmemorias

KARL KRISPIN
 
El maestro Borges solía decir que una de las bendiciones de la memoria era su capacidad de olvidar. Una de sus frases memorables era que “el olvido es la única venganza y el único perdón”. Es necesario poner a un lado aquellos recuerdos que nos persiguen para que el presente se erija sobre la voluntad de recorrer la vida sin atender a las trampas y desagrados de lo remoto. Rememorar todo es vivir con el inventario de lo que nos compele a no abandonar el pretérito. En épocas miserables, solemos encomendarnos individualmente al ayer para mirar con desprecio la actualidad. Hay personas que no renuncian a la infancia o la adolescencia y viven íntimamente con lo que dejaron. No hay nada más paralizante. Evocar con Jorge Manrique que todo tiempo pasado fue mejor nos lleva a no comprender el presente. Sábato acusa al poeta de las coplas y le dice que todo tiempo pasado fue peor. Hay algún film por allí de quien es incapaz de olvidar y lo persiguen sin clemencia los momentos más cotidianos de su vida. Como todo, el justo medio se eleva sobre las conciencias y nos persuade que recordar, especialmente los buenos momentos y ejemplos, es un modo de transitar con el optimismo de lo que alguna vez nos acompañó pero sin que se nos acuse de inmovilismo.
En su última entrega a El País de España, el escritor Javier Marías hace homenaje al escritor desaparecido hace veinticinco años, Juan Benet. Lo que hubiese sido una evocación natural de un creador se hace particularmente motivador por el modo de invocarlo. Y aquí es que se desatan para mí las magias de la memoria para aterrizar en Venezuela y comprobar que nuestro olvido colectivo asume la forma del desdén. Marías señala que el nexo para tener siempre presente a Benet era el vals Kupelwieser de Schubert, en una grabación de la pianista venezolana Rosario Marciano. Lo que era un punto de conexión con el pasado se me convirtió de pronto en un alerta para identificar cuanto desprecio hemos tenido por lo que nos antecedió. Porque más allá de Schubert, cuya obra para piano es sencillamente estremecedora, colgaba como evocación la gran contribución de Marciano no sólo a la interpretación del piano sino a su labor como fundadora del Museo del Teclado, al que donó una serie de instrumentos invalorables. Es decir, Marías me trajo a la memoria la desmemoria de todos nosotros con su homenaje a Benet.
En este presente, atrapados en la historia, hemos renunciado a reanudar un encuentro con los personajes que apostaron a Venezuela y a la narrativa de su futuro. Con admiración y nostalgia, me he dedicado a escuchar por la red las grabaciones de Marciano quizás ilusamente para solicitar esa versión magnífica de país que alguna vez nos rodeó y que nunca comprendimos del todo.
@kkrispin

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