Casa de segundones
30 Octubre, 2010
Elías Pino Iturrieta
El título del artículo se toma de una frase lapidaria de Rómulo Gallegos. La pronunció cuando recibía el Doctorado Honoris Causa de la Universidad Central de Venezuela, después del derrocamiento de Pérez Jiménez. “Universidad, casa de segundones, hermana menor de la revuelta armada, tú también tienes la culpa”, dijo entonces. Hoy la repito para llamar la atención sobre cómo los miembros de esa casa de estudios han contemplado en silencio y sin hacer nada digno de señalamiento, el insólito y deplorable “allanamiento musical” que llevó a cabo el alcalde de Caracas hace poco.
Que un funcionario de cuarta categoría tome la decisión de hacer un concierto en el campus universitario porque se le pega la gana y sin autorización del equipo rectoral, no es sino un signo de los tiempos. Es otra manifestación de la falta de respeto hacia las fórmulas habituales de convivencia que ha impuesto la “revolución” como parte de la rutina. Que se profundice el ataque contra la autonomía universitaria mediante cualquier tipo de manifestaciones, a través de las cuales se comunique desprecio por lo que ella representa, no es sino la continuación de un designio que no ha ocultado el régimen desde su advenimiento. Que el alcalde de la ciudad reemplace la utilización de la fuerza pública por una banda de rock para penetrar “triunfante” en la ciudad universitaria sin tomarse la molestia de pedir permiso, simplemente porque quiere exhibir el podercito que maneja o porque tiene la necesidad de complacer a un jefe que ha encontrado resistencias de sobra en el alma mater, no es sino la continuación de un libreto de insultos y conductas groseras mediante el cual ha querido manifestar el Gobierno su menosprecio de la ciudadanía. Nada nuevo destacamos en la actitud de marras, por consiguiente, que no sea el hecho de asegurar que la sociedad ha permitido, como si no le incumbiese, tales muestras de incivilidad y prepotencia.
En los últimos años, la UCV ha sido baluarte de la libertad y fortaleza de la defensa del saber en las más calificadas escalas. Nadie puede dudar de la dignidad manifestada por el actual equipo rectoral ante los continuos ataques del Ejecutivo, que no sólo han consistido en la negación de recursos materiales sino también en la promoción de sucesos violentos que han colocado a los miembros de la institución, estudiantes y profesores, en situaciones de indiscutible riesgo. Sin embargo, la institución no ha reaccionado con énfasis ante el “allanamiento musical”, es decir, frente a un vilipendio como jamás se ha visto ninguno en sus anales. La mansión de la libertad y la dignidad se convierte en casa llana por el capricho de un mandoncito, un faro de luz deviene en circo vocinglero gracias a los dineros de la alcaldía, y las autoridades universitarias se conforman con divulgar un comunicado de protesta, como otros muchos que han publicado, o con ofrecer entrevistas en la radio; y los profesores y los estudiantes, tan aguerridos en la víspera, hacen mutis por el foro. No pretende este profesor jubilado ofrecer a sus antiguos colegas y a los bachilleres de la actualidad la mecha para la candela, sino simplemente escribir sobre cómo le extraña ese paso del dinamismo a la apatía, de las algaradas al mutismo, que ha caracterizado su recepción del más elocuente “Desorden Público” que les haya concernido.
Temo que, pese a lo que se observe desde fuera, la UCV carece hoy de elementos de cohesión susceptibles de conducir a respuestas tan vigorosas como las que requiere el “allanamiento musical”. Pareciera que el equipo rectoral ha perdido la coherencia de sus inicios, hasta el extremo de mostrar fracturas evidentes. No va descaminado quien observe a los profesores, y en especial a su dirigencia, dando tumbos por el presupuesto sin detenerse en los problemas de fondo que persisten o se agudizan en la casa de estudios. Lo propio parece que sucede con el movimiento estudiantil, más fraccionado de lo que a primera vista se descubre y estorbado por rencillas debido a las cuales pierde gasolina un motor imprescindible para el claustro en el cual se forman. Nada halagüeño, en suma, sino todo lo contrario. No sé hasta qué punto haya convenido volver a la sentencia de Gallegos para describir la situación de la actual UCV, mi casa de estudios, el lugar en el que me formé y al que debo lo fundamental de lo que he hecho en la vida, pero su precaria respuesta frente a la insultante penetración del alcalde fulano de tal no es como para sentarse a aplaudir.
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