EL ETERNO SUEÑO DEL PASADO
Antonio Sánchez García
"Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé"
Discépolo
Que no hay muerto malo se ha comprobado una vez más en el velorio de Néstor Kirchner, el último mohicano peronista. En vida tan ambicioso, tan mafioso, tan autocrático, tan pandillero, tan inescrupuloso y tan ladrón como su lejano ancestro. En su pequeño sarcófago, ya exorcizadas todas sus malignas trapacerías, un ejemplarizante patriota latinoamericano.
Su muerte súbita, sobrevenida según el perfecto guión de su atropelladora e impulsiva existencia, parece haber despertado todos los demonios de la sociedad argentina. Que atravesada durante gran parte del siglo XX y de esta primera década del XXI por la insólita e incomprensible contradicción entre la grandeza de su cultura, su homogeneidad racial y sus riquezas – que la predisponían a ser una de las primeras naciones del mundo - se halla, no obstante, en el estado de postración moral en que se encuentra desde el arribo del general Juan Domingo Perón hasta verse convertida hoy por hoy en una caricatura de si misma.
Sólo una sociedad tan contradictoria y consumida por sus propios fantasmas podía mostrar tanta excelencia literaria, tanta grandeza científica, tanta universalidad aunada en un mismo cambalache con la más bastarda y aldeana politiquería. Sólo esa inexplicable contradicción explica fenómenos tan dudosos e inmorales como la concupiscencia de Perón con su amuleto femenino, la femme detrás del trono, Eva Duarte; su reincidencia rebajada a sainete con la Sra. Isabel Perón – su apellido, Martínez, se pierde en el anonimato del que la sacó el general en alguna noche de juerga caribeña; el inútil intento por reeditar la saga protagonizado por el presidente Carlos Menem, desposando ya en el ocaso de su vida a una ex Miss Universo disfrazada de versión post moderna de la misma Eva Duarte. Y ahora con este desparpajo monárquico de un caudillo de montaneras del interior de la república aunado con su consorte y socia en el negocio del poder, Cristina Fernández. Todo lo cual interrumpido en un sangriento entreacto con la más espantosa y feroz dictadura militar de que se tenga conocimiento en América Latina y un escuálido gobierno de la decencia en la figura de un radical, Raúl Alfonsín. Condenado al fracaso en un país que no premia la moral, sino la brutal intemperancia. Digno de una opereta de Bertolt Brecht.
Una historia, en verdad, nada edificante. Sobre todo porque lleva a los extremos el mal endémico de una región prisionera de sus taras congénitas ya de quinientos años de historia: el personalismo caudillista, la autocracia, la inmoralidad en el manejo de la cosa pública, la criminalidad en el manejo del Estado, la brutalidad policial y la incultura política. Todo lo cual amasado con una enfermiza fijación al pasado, del que seguimos prisioneros mientras el resto del mundo se lanza al asalto del futuro con resultados verdaderamente deslumbrantes. Hubo un tiempo en que la Argentina se encontraba en el concierto de las naciones al mismo nivel que los Estados Unidos. Hoy yace a la cola del Segundo Mundo.
La perfecta metáfora de este desaguisado es el velatorio del último mohicano en el “Salón de los Patriotas” del palacio presidencial argentino. En cuya galería se mezclan ilustres magistrados con la dudosa figura de un forajido argentino, aventurero internacional y asesino contumaz: Ernesto Guevara Lynch, conocido como el Ché. Suficientemente asistido por el aquelarre de futuros candidatos a engalanar dicha galería del oprobio: el teniente coronel Hugo Chávez, el cocalero Evo Morales y el prócer ecuatoriano Rafael Correa. Todos ellos, tal para cual con el extinto.
Si no despertamos del ensueño, malos, muy malos tiempos para América Latina. No hombres: Instituciones. O continuaremos hundidos en el eterno sueño del pasado.
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