domingo, 21 de agosto de 2011

La hora de la purga y el milagro

Estamos a escasos centímetros de una nueva recesión como la que comenzó en septiembre de 2008 tras el hundimiento de Lehman Brother. Esta vez el epicentro del terremoto económico está en Europa y la causa más directa (pero no la única) radica en el temor de los mercados al incumplimiento de sus obligaciones por parte de los gobiernos.

Grecia, Portugal, España y, en gran medida, Italia, multiplicaron su gasto público y, para hacerle frente, se endeudaron mucho más de lo que era prudente. Llegó un punto en el que la sociedad, sencillamente, no producía suficiente riqueza para pagar sus deudas y continuar el camino ascendente. Había llegado, como sucede cada cierto tiempo, la hora de apretarse el cinturón.

No hay ninguna razón para sorprenderse de la crisis económica actual. Es lo que suele ocurrir tras los periodos de “exuberancia irracional”, como advertía Alan Greenspan en sus momentos de atemorizada lucidez, luego traicionados cuando permanecía indiferente en medio de las atrocidades perpetradas por varias entidades financieras y por las agencias de calificación de riesgo que validaban esas operaciones fraudulentas.

Quizás lo extraño, en este caso, ha sido el largo periodo de incubación de la burbuja. Los economistas de la escuela austriaca lo habían anunciado desde hacía bastante tiempo: no se puede abusar del crédito y del endeudamiento sin que se produzca un grave descalabro económico. Ya en el 2001 el catedrático español Jesús Huerta de Soto predijo que las vacas flacas estaban próximas a hacer su aparición.

Según esta notable cantera de pensadores, a la que pertenecieron personajes como Ludwig von Mises y el Nobel Friedrich von Hayek, y en la que hoy se destacan economistas como el mencionado Jesús Huerta de Soto y Gabriel Calzada, la única fuente razonablemente segura del crecimiento son el ahorro y la posterior inversión. La cascada de dinero artificialmente inventado por las entidades financieras, luego prestado a tasas de interés deliberadamente reducidas por los gobiernos para estimular la inversión y el consumo, aumenta peligrosamente la masa monetaria, creando las fatales burbujas que invariablemente terminan en medio de una crisis.

La Escuela Austriaca surgió en Viena en el último tercio del siglo XIX de la mano de Carl Menger y Eugen von Böhm-Bawerk, y una de sus primeras batallas fue demostrar los disparates teóricos de Marx en la médula de su pensamiento, la teoría del valor y el papel de la plusvalía, pero ahí no terminó la cacería de errores. Posteriormente, sus cultivadores explicaron por qué estaban equivocados los economistas neoclásicos, los keynesianos y los monetaristas, desmintiendo a los académicos convencionales (el noventa por ciento de los catedráticos de economía del mundo), gentes asombrosamente tercas que no acababan de entender que la economía no es una ciencia exacta, sino una rama de la psicología o de las ciencias sociales porque descansa, esencialmente, en percepciones y decisiones subjetivas.

Según “los austriacos” –y la experiencia parece darles la razón–, las llamadas crisis periódicas del capitalismo no son otra cosa que la purga natural del sistema tras un tiempo de excesos, y resulta contraproducente tratar de evitar la contracción de la economía y el empobrecimiento relativo que sobreviene cuando el mercado se ajusta a la realidad, algo que se ha hecho evidente con el fracaso de la billonaria inyección de dinero inútilmente efectuada por el presidente Obama para tratar de frenar la hecatombe. Todo lo que ha logrado es aplazarla.

En todo caso, no estamos ante el fin del sistema capitalista ni mucho menos. Desde hace doscientos años, cada cierto tiempo sobrevienen la crisis y luego la recuperación, y ni siquiera en medio del desastre económico se paraliza el impetuoso camino del progreso en las sociedades en las que predominan el mercado y la empresa privada. La crisis de 1895 fue paralela a la invención de la aviación y del cine, mientras se extendían las redes de la electricidad y los teléfonos. La de 1929 no evitó el auge de la radio y la televisión. La que hoy nos sacude no impide los milagros técnicos y científicos con que amanecemos todos los días. Es verdad que estallan las burbujas, pero también la creatividad y la imaginación que nos rescatan de nuestros errores.

Periodista y escritor.

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