martes, 16 de agosto de 2011

Radiografía del discurso cancerígeno del Presidente:
Crónica de un autogolpe
Sergio Monsalve


La alocución persigue una dramaturgia de afectos, emociones y pasiones, bien definidas por el cine desde el poder. Su guión desarrolla una trama de aliento clásico, de superación melodramática de la adversidad, entre principio, nudo y desenlace.

Por algo, el colega John Manuel Silva afirma: “esperemos que si Chávez vence el cáncer, no le dé por escribir un librito de autoayuda”. En efecto, la impostura evoca el libreto new age de “El Discurso del Rey”, bajo la estructura canónica de los tres actos. Procedamos entonces a desmembrarlos, desmenuzarlos y desglosarlos.

De entrada, surge el emplazamiento de la intriga, el llamado a la aventura y el planteamiento del problema en el prólogo. Los creadores de consenso fabrican el falso suspenso, invitándonos a develar el máximo tabú de los últimos días,a partir de las nueve de la noche,el horario estelar de Venezuela, cuando las novelas triunfan o fracasan ante la dictadura del rating. Por ende, la promoción del evento recupera e instrumentaliza los códigos de la publicidad de la televisión demagógica, influida por los ardides del folletín por entregas.

Encima, hay violación del espacio radioeléctrico público por el hecho de la transmisión en cadena. Para rematar, ayer se juega el partido cumbre de la semifinal de baloncesto, cuya natural evolución se interrumpe a diez minutos para el desenlace. Por fortuna e ironías de la vida, el encuentro se prolonga por dos tiempos extras. A la larga deviene en el mejor cotejo de la postemporada, gracias al hermoso y heroico espectáculo brindado por los criollos de Trotamundos( con el Chamo Pérez a la cabeza) y los letales importados del cuadro Saurio. Suerte de “Dream Team” de la región. Los Cocodrilos vencen por dos puntos y avanzan merecidamente a la siguiente ronda.

Antes de ello, los mensajes de Twitter rompen el cerco mediático y compensan con ingenio y sentido del humor la falta de creatividad de los canales oficiales. El Pre-Show de “The King’s Speech” no se disfruta por VTV o Televen, sino por las redes sociales. Auténtico y necesario desahogo de la resistencia y la disidencia 2.0. Ya mediremos en el futuro sus verdaderos alcances. De momento, es una digna respuesta frente al silencio y la corrección política de los medios tradicionales de comunicación. Yo estoy conforme con Facebook, los mensajes en 140 caracteres y no me quejo.

De repente, el Comandante aparece en la pantalla chica al instante indicado, en un país donde la puntualidad brilla por su ausencia. Por desgracia, la única garantía de precisión en la hora de llegada, radica en el espacio bucólico e hipócrita de los rituales solemnes y marciales de la clase dirigente. Si los militares dicen a las nueve, pues es a la nueve y punto, sin discusión. Así los burócratas en ejercicio reafirman su don de mando.

En consecuencia, la presentación del jueves del Teniente, desnuda y revela su lógica de pensamiento disciplinario, según el esquema vertical del Big Brother en “1984” y la metodología del sistema castrense. Para el Comandante, somos sus potenciales soldados y debemos ser notificados en conjunto como parte de su batallón homogéneo. Nadie nos pregunta si nos interesa el tema o si nos da perfectamente lo mismo. El Jefe del Estado demanda y exige la atención del colectivo, sea a favor o en contra de su voluntad, como en los secuestros.

Por tanto, arranca la segunda fase de confinamiento y aislamiento de la realidad, a través de una calculada puesta en escena de repliegue y entropía, cercana a la estética de misterio y secreto de los videos de la guerrilla en la clandestinidad, al decorado austero de una proclama de un grupo irregular, a la claustrofóbica composición de las arengas presidenciales en tiempos de inestabilidad, guerra y conmoción.

La situación es brutalmente embarazosa y dudosa, aunque sus tramoyistas hagan lo imposible por disimularlo. No hay identidad en la escenografía y la sensación de “carencia referencial” busca infructuosamente enmascararse, colgando un cuadro de Bolívar a la derecha del encuadre y una bandera de Venezuela a la izquierda, mientras en el centro se levanta un podio desabrido, otro cliché triste, sin personalidad.

Mutatis mutandis, la imagen lejos de calmar la incertidumbre, la incrementa, porque semeja el numerito de una película de catástrofre, donde el presidente debe dirigirse a la nación, obligado por las circunstancias, a reconocer el estado de crisis y a declarar las malas noticias, desde un búnker subterráneo o aéreo, para preservar su vida.

Es un típico estereotipo de las cintas, rabiosamente nacionalistas y reaccionarias, de Michael Bay, Jerry Brukheimer y Roland Emerich, el principal triunvirato responsable de la conversión del género fascista en un producto cool para las masas. Ellos saquearon el manual de propaganda de los Nazis y lo transformaron en el cine de rearme moral de la década de los noventa, de la seguridad nacional.

Por ende, allí también encontramos una relación curiosa con el teatro del Presidente enfermo, quien volvió a derrochar sus dotes frustrados como actor de carácter, al mostrarse forzadamente abatido y arrepentido por los errores cometidos, con voz quebrada y demás aditamentos gastados de su repertorio. Incluso, para hacerlo más obvio y apelar a la lástima, equiparó su propia desdicha con sus experiencias traumáticas del pasado, a la sombra del 4 de febrero y del once de abril, a la espera de un retorno glorioso de un próximo trece con fecha todavía incierta. Se despide con “Por ahora y para siempre”, como en el 27-N. Aunque le duela, no puede vociferar el “patria, socialismo y muerte”. Es fundamental para él, abrigar las esperanzas del regreso.

En el medio, recurre a cinco de sus armas populistas favoritas para evadir, desviar la atención y transmutar una derrota en victoria: venderse como víctima, revestirse de un absurdo manto épico, fingir gravedad reflexiva, esgrimir un fallido mea culpa e invocar un lenguaje alegórico ultrakistch de ridícula inspiración poética, con alusiones a Bolívar, Alí Primera, Fidel, Dios y compañía. El verbo simbólico le permite estirar el momento, encubrir la transparencia del caso y esquivar la dureza de su autogolpe. No se les olvide.
Aquí el cáncer funge el papel de la CIA, de la fuerza maligna a derrocar al tirano, de conspiración a vencer a lo “Teléfono Rojo”, de elemento viral dispuesto a ponerlo de rodillas y conducirlo al cadalso.

El cáncer es su Némesis, su nuevo Carmona Estanga, su Mesa de la Unidad, su Imperio Mesmo, su dolor de cabeza, y como tal, debe hacerle frente en compañía del mito de la longevidad tropical, de la izquierda Caviar: Fidel Castro, su maestro y su sabio consejero para descubrir la fuente de la eterna juventud.

Como en “Piratas del Caribe 4”, los bucaneros del mar de la felicidad libran una batalla contra la muerte, para brindar y compartir por los siglos de los siglos con el cáliz de la inmortalidad. Lastimosamente, es una ilusión de perpetuidad condenada extinguirse como una nube de polvo en el aire, como un castillo de arena en aguas tormentosas.

Pero el protagonista, aferrado a su sueño vano de egolatría existencial, renuncia a aceptar su condición terminal y decide emprender, en vivo y directo, una lucha para cancelar los planes de los celadores del infierno, de los cobradores del Pacto del diablo. A su pase de factura, el personaje responde como lo haría un héroe de la tragedia contemporánea,del cine posmoderno. Es decir, ofreciendo resistencia cual Bardem en “Mar Adentro” y Russel Crowe en “Una Mente Brillante”. Íconos del narcisismo progresista y del individualismo redimido en la desventura.

En suma, parece una secuela patética de “Biutiful”. La pregunta es:¿tendrá el mismo final? Por lo pronto, el veredicto de los especialistas y entendidos, es de pronóstico reservado. Ahora Miguel Salazar,viejo amigo del Teniente, informa de la inminente derrota de Hugo en las elecciones del 2012, producto de su enfermedad.

Para conjurar los pésimos augurios, la maquinaría roja rojita se presta a trabajar en la propagación de mentiras, conclusiones optimistas y mensajes tranquilizadores.
Luego del parte médico del Presidente, el tren de ministros cierra y clausura la función de peor forma. Sin la presencia del Presidente, el proceso sufre un vacío enorme de credibilidad y de consistencia, de cara a sus fieles. Nadie cree en las palabras temblorosas de Elias Jaua y en las poses inseguras de sus acompañantes.

Desde el once de abril, una cadena del presidente no lucía tan desoladora, tan decadente, tan de capa caída, tan hipócrita. Se alardeaba de la completa normalidad del contexto. Pero la procesión iba por dentro, como las células cancerígenas.

¿Es el karma? ¿Todo se devuelve? La respuesta es de vosotros.

Yo cumplo con abrir el foro y comparar con Magic Johnson cuando debió declarar en público su enfermedad. Huele a podrido.

Canuto está mal, señores.


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