lunes, 31 de agosto de 2015

CRISIS FRONTERIZA: EL MITO DE LA SOLIDARIDAD BOLIVARIANA


Carlos Malamud

CARLOS MALAMUD

INFOLATAM

El descarnado accionar del gobierno de Nicolás Maduro tuvo duras y graves consecuencias sobre miles de colombianos asentados en Venezuela. Las deportaciones y las demoliciones de sus casas se han llevado por delante algunos de los mitos más importantes del panorama latinoamericano. Entre otros: el mito de la solidaridad bolivariana, estrechamente vinculado a la “patria grande” y la integración regional; el mito de que en América Latina se recibe a los inmigrantes con los brazos abiertos, a diferencia de lo que ocurre en otras partes, como la pérfida Europa; y el mito de la pujanza de Unasur y su capacidad para resolver los problemas regionales sin ayudas externas.
Con independencia de las causas de esta crisis, a las cuales volveré, el cierre parcial de la frontera y la declaración del estado de excepción muestran las limitaciones del gobierno bolivariano y la traición a su discurso fundacional. La crisis también revela el creciente aislamiento internacional de Maduro, que si bien evitó condenas diplomáticas a su conducta, fue incapaz de lograr muestras de apoyo dignas de mención, más allá de la comprensión de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) y del secretario general de Unasur, el también colombiano Ernesto Samper.
El pronunciamiento de las FARC deja igualmente en evidencia cómo el gobierno venezolano compra voluntades, ya que de otro modo sería inexplicable una toma de posición tan contundente contra la opinión pública colombiana. El dirigente de las FARC Jesús Santrich manifestó en La Habana: “Hay que respetar la soberanía de la República Bolivariana de Venezuela”, ya que hay quienes “quieren mediante la guerra económica y todo tipo de conspiraciones, desestabilizar el gobierno legítimo [de Maduro]”. Parecería que en vez de protagonizar un proceso de paz los dirigentes guerrilleros siguen anclados en la Guerra Fría y que la política es un cuerpo extraño, ajeno a su razonamiento y su discurso.
Ernesto Samper, el secretario general de Unasur, justificó la inacción sesgada de su organización, ya que una intervención suya hubiera requerido del pedido de las dos partes implicadas, algo que no sucedió. Esto no le impidió manifestarse inicialmente a favor de Venezuela, justificando las medidas de su gobierno. El 21 de agosto, poco después de la primera reacción y denuncia de Maduro, Samper tuiteó: “Hace un año denunciamos el peligro de la intromisión de paramilitares colombianos en Venezuela; hoy se confirma que es una realidad”. Y si bien posteriormente matizó sus palabras, ante las duras reacciones en su país, le fue imposible disipar totalmente las sospechas en su contra.
La conjura paramilitar de origen colombiana y la larga y negra mano de Álvaro Uribe parecen estar detrás del atentado que se cobró dos víctimas militares en la frontera con Colombia de acuerdo con el relato oficial. Según Maduro: “Somos víctimas del capitalismo, del modelo capitalista paramilitar de la derecha colombiana. Es un modelo ultrasalvaje”. ¿Es tanta la debilidad bolivariana como para sentirse gravemente amenazados por “el modelo capitalista paramilitar”? Ahora bien, si realmente se trata realmente de una amenaza proveniente de grupos ilegales colombianos, ¿por qué el presidente venezolano no coordinó su respuesta, de forma dialogada, con las autoridades del país vecino? En su lugar comenzó a emitir una soflama más aguda que otra, satanizando a los más de 1.000 colombianos que serían deportados.
Dentro de la lógica imperante en América Latina el silencio de los gobiernos de la región ha sido la norma. Nadie quiere que se lo critique por injerir en los asuntos “internos” de otros países, aunque en esta ocasión, como en tantas otras, se estén violando los más elementales derechos humanos. Evo Morales, Rafael Correa o Cristina Fernández, tan diligentes a la hora de denunciar las políticas migratorias europeas, no han dicho nada en relación con las deportaciones de colombianos. Tampoco los gobiernos de Brasil o Chile lo han hecho. Finalmente, después de una semana de iniciado el conflicto y a instancia colombiana, Uruguay (que ostenta la presidencia pro tempore) decidió convocar una reunión de cancilleres de Unasur.
Junto al relato bolivariano hay otras interpretaciones que intentan explicar los hechos. Algunas, vinculadas directamente al proceso electoral venezolano de diciembre próximo, de muy mal pronóstico para el oficialismo. La introducción del estado de excepción en una decena de municipios de Táchira podría extenderse al resto del país, o bien una escalada del conflicto justificaría la suspensión del proceso electoral. Otras versiones apuntan a la extradición a EEUU de narcotraficantes colombianos que con sus confesiones amenazarían a Diosdado Cabello y otros dirigentes del llamado “cartel del sol”. Con independencia de las causas reales que han conducido a la situación actual, el riesgo de que el conflicto se salga de madre es inocultable. Maduro está jugando con fuego y lo sabe.
Juan Manuel Santos busca contemporizar pero cada vez tiene menos margen de maniobra. Su actitud responde a dos razones fundamentales. La primera a no dejarse arrastrar por el discurso incendiario de Maduro, intentando, como en el pasado, evitar que la sangre llegue al río. La segunda vinculada directamente al proceso de paz y al teórico papel de facilitador con las FARC que ejerce el gobierno venezolano. Al respecto los ex presidentes colombianos Andrés Pastrana y Álvaro Uribe pidieron la exclusión de Venezuela.
Pese a mantener una cierta influencia sobre la guerrilla colombiana, los problemas en que está sumida Venezuela absorben prácticamente todos sus esfuerzos y recursos y su papel en los diálogos de paz no deja de ser testimonial. Por eso, bien haría Santos en dejar a Maduro fuera del proceso, lo que le permitiría eliminar una parte de los ruidos que actualmente interfieren en él. El hecho de que el presidente venezolano haya partido de gira a China y Vietnam para cerrar tratados bilaterales confirma de alguna manera que más allá de las soflamas la situación todavía no es tan crítica como señala. De otro modo no se hubiera ido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario