ELSA CARDOZO
En el conjunto de países del vecindario en problemas, con gobiernos que pierden apoyo, rodeados por protestas y, en los mejores casos, bajo la presión de los poderes legislativo y judicial, corremos el riesgo de que se diluya el drama venezolano, mientras que cada cual, metido en lo suyo, salga del paso con la tesis de que la solución de lo nuestro ya está encaminada en un proceso electoral. Entre tanto, aprovechando los líos ajenos y una petrodiplomacia venida a menos, pero en disposición de seguir liquidando patrimonio, el gobierno que no cesa de ensombrecer la vía electoral insiste en cerrar la puerta a la observación internacional.
Es mucho lo que tienen en común situaciones como las de Brasil, Bolivia, Ecuador y Venezuela: presidentes o partidos con largo tiempo en el poder, desde los ocho años de Correa, los nueve de Morales, los doce del PT en Brasil hasta los casi diecisiete de chavismo en Venezuela; erosión de los contrapesos institucionales que, entre los afines a la Alianza Bolivariana, ha violentado la separación de poderes; acumulación de denuncias de corrupción cuya visibilidad crece con el freno en el crecimiento económico al final del ciclo de altos precios y demanda internacional de materias primas, a lo que se añaden la dificultades para instrumentar ajustes y mantener programas sociales. También hay algunas diferencias en grueso que colocan a la situación de Brasil en escala menor, no obstante la posibilidad de un juicio político a la Presidente. Rousseff no se suma, como sus colegas de Bolivia, Ecuador y Venezuela, a la tesis del “golpe blando”, ni descalifica las protestas como conspiraciones de la derecha y sus aliados imperialistas, ni mucho menos se le ocurriría sugerir que los militares pueden actuar, u ordenarles reprimir, como ya ocurrió con desenfreno e impunidad en Venezuela. Esto debe ser recordado por quienes desde afuera ven como un signo de normalidad que en por aquí no se ven protestas masivas; por quienes se han conformado con el anuncio de la fecha, que tanto se hizo esperar, de nuestras elecciones parlamentarias, y también por todo el que le atribuya el desastre venezolano a la caída en los precios del petróleo. Venezuela vive una gravísima crisis de gobernabilidad montada sobre escombros institucionales, con una creciente carga de violencia, lo que se manifiesta en todas las esferas de la vida de los todos los venezolanos.
La prioridad internacional inmediata del gobierno, en todos los temas, es intentar cuadrar apoyos, o al menos silencios, ante su negativa frente a los no pocos llamados de atención sobre la necesidad de que en Venezuela haya observación electoral internacional verdadera. Para eso, en lo más reciente, la convocatoria en Caracas de una cada vez más frágil Alianza Bolivariana, las giras por el Caribe, las pérdidas –procura de divisas aparte- en los arreglos de pago de lo adeudado por República Dominicana, Jamaica y los que se han asomado con Uruguay.
La acumulación de procesos electorales ha sido una de las claves de la legitimidad internacional del régimen, pero ahora, ante un proceso electoral en el que se perfilan resultados adversos para la continuidad de su deriva autoritaria, no duda en ponerle obstáculos de toda índole, tan gruesos como la inhabilitación de candidatos y la intervención de directivas de partidos opositores.
Es verdad que a los venezolanos nos corresponde hacernos cargo de esta demostradamente desigual contienda electoral, sumar apoyos a una alternativa democrática unida y expresarlos en votos. Pero eso no basta; como nunca antes necesitamos de la comunidad internacional, de voces, organizaciones sociales, partidos, medios, foros internacionales que ya son testigos de nuestra desigual faena, dispuestos a apoyar y a mover apoyos gubernamentales para esta oportunidad de iniciar nuestra reconstrucción democrática, para el bien nuestro y el de nuestros vecinos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario