ABC MADRID
NI bajo las asfixiantes condiciones del régimen venezolano se puede ocultar la realidad. Los sondeos de opinión confirman la inexorable decadencia del chavismo encarnado por Nicolás Maduro y en las elecciones legislativas previstas para el 6 de diciembre anticipan una derrota del oficialismo. No es de extrañar que empiecen a salir a la luz las deserciones en el seno del entramado bolivariano (de las que hoy da cuenta ABC) ante la evidencia de que el régimen se acerca a su fin. Aunque el Gobierno se empeñe en ocultar los datos de inflación o de criminalidad, la sociedad venezolana conoce en carne propia la verdad de una economía en descomposición y de un país en quiebra económica y social. La popularidad de Maduro ha caído a niveles que no permiten pensar en una reelección, ni siquiera abusando de las trapacerías que acostumbra a utilizar. La lucha en el seno del chavismo es un síntoma del desmoronamiento del régimen, pero no una puerta de salida para la grave crisis que atraviesa Venezuela. Aquellos que abandonan a Maduro solo pretenden ser un recambio del heredero designado por Hugo Chávez, al que acusan de haber abandonado la esencia de los principios revolucionarios. En cierto modo quieren ser una especie de integristas del chavismo que acusan a Maduro de desviacionismo. Tienen razón en señalar el estrepitoso fracaso de la gestión por llamarla de algún modo del actual presidente venezolano, pero es necesario saber que sus recetas son igual de malas o peores.
Lejos de ser una salida a la crisis, las disputas en el Partido Socialista Unido de Venezuela son esencialmente una lucha por el poder, y no tienen nada que ver con la construcción de una alternativa democrática real, representada por la Mesa de la Unidad Democrática.
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