lunes, 24 de agosto de 2015

EL MITO POLITICO ARGENTINO

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FERNANDO MIRES

Cuando se dieron a conocer los resultados de las primarias de Agosto de 2015 y resultó ganador el peronista Daniel Sciolli en contra del post- peronista Mauricio Macri y del peronista disidente Sergio Massa, abriéndose dos posibilidades, la continuación del peronismo-kirchnerista o la reedición de un peronismo no-kirchnerista, los observadores movieron la cabeza: ¿Cómo el país más culto de América Latina no puede desembarazarse del mito de Perón? A pocos se les ocurrió que si un mito persiste es porque llena un vacío: un vacío que solamente puede cubrir un mito.
Mirando el problema desde esa segunda perspectiva, puede advertirse que la persistencia de los mitos corresponde con una demanda colectiva. Pues si el mito se mantiene a lo largo de la historia es por una razón obvia: los argentinos lo necesitan.
Si aceptamos esa premisa, podemos advertir que los mitos cuando se mantienen en el tiempo pueden cumplir una función: la de sostener el tiempo de la política sobre la base de un momento histórico vivido –real o imaginariamente- por toda una nación.
Estamos hablando, claro está, de dos tipos de mitos. Los vigentes y los no vigentes. Los segundos son mitos-leyenda. Ocurrieron alguna vez pero no tienen ninguna posibilidad de prolongarse en el tiempo. Son solo para recordar. Su lugar de residencia es el pasado.
Pero los mitos políticos, precisamente porque son políticos, continúan vigentes interfiriendo los acontecimientos en el aquí y en el ahora.
Quizás conviene explicarme con un ejemplo muy conocido: el del allendismo en Chile. Allende es y será un mito. Pero, a pesar de estar más cerca en el tiempo que el peronismo originario es, o ha llegado a ser, solo un mito-leyenda y no un mito político.
La verdad, no hay casi nadie en la izquierda, no solo chilena, también en la latinoamericana, que no admire y respete a Allende. Esa fotografía donde lo vemos arma en mano, defendiendo la institucionalidad chilena, seguirá recorriendo al mundo.
No obstante, pese a la admiración que concita, la incidencia política del mito Allende es en la política chilena casi nula. Su ejemplo fue admirable pero nadie quisiera emularlo. Su frustrado periodo gubernamental continúa asociado a una revolución derrotada la que, por lo mismo, solo muy pocos quisieran repetir hoy día. Las imágenes que dejó la UP detrás de sí fueron de desorden, de fraccionalismos, de deslealtades y, no por último, de fracasos. Allende es una leyenda, pero por eso mismo no puede ser un mito políticamente vigente.
El peronismo, en cambio, es un mito vigente. Ocurrió en un pasado ya lejano pero continúa existiendo, más allá de las diferentes formas que ha adoptado en el curso de su accidentada historia. Un líder puede ser menenista, kirchnerista, y probablemente será sciollista. Lo importante es que todos sean o se consideren hijos, nietos, biznietos de Perón.
La filiación familiar no es una formulación puramente metafórica. Alude antes que nada a la existencia de un Padre Común, en este caso Perón. Perón juega en ese sentido un papel similar al del Padre Muerto (traicionado por sus propios hijos) y después transformado en deidad del tótem. El Padre Muerto convertido en divinidad -es el argumento clásico de Freud en su “Tótem y Tabú”- cumple la función de asegurar la continuidad histórica del tótem. Y en ese sentido, que duda cabe, Argentina es una nación política- totémica.
El peronismo se mantiene porque representa el mito fundador. Perón –haya sido así o no- es el imaginario que marca la ruptura entre la nación oligárquica y la nación social. Esta ultima, a su vez, así dice el mito, fue obra de trabajadores sindicalizados agrupados en torno a Perón. Tuvo razón en ese punto Enesto Laclau (“Hegemonía y Estrategia Socialista”). No fue Perón quien creó al movimiento obrero sino el movimiento obrero “quien” creó a Perón. No por casualidad el nombre originario del Partido Justicialista era el de Partido Laborista; y fue fundado antes de Perón. 
¿Síntoma de subdesarrollo político o invento genial de los argentinos? La verdad, como otras veces, anda dando vueltas por el medio. Esa verdad dice que para hacer política en Argentina hay que levantar lemas que de uno u otro modo tengan que ver con la justicia social. Y bien, esos lemas fueron, en sus orígenes, peronistas.
Puede que efectivamente Perón sea en la política argentina el equivalente a Gardel en la historia del tango. Pues así como Gardel canta cada día mejor, Perón continúa haciendo su política. Y la continuará haciendo mientras la “cuestión social” siga pendiente. Eso quiere decir, si la “cuestión social” perdiera su vigencia, el peronismo dejaría de existir, ya sea como Estado, gobierno u oposición. El peronismo es, a fin de cuentas, el nombre que recibe “la cuestión social” en Argentina. ¿Significa eso que el peronismo existirá mientras exista Argentina como nación? No necesariamente. El peronismo existirá mientras no surja otra alternativa que oriente “la cuestión social” de un modo más eficaz y coherente que el peronismo.
Ya una vez el peronismo estuvo a punto de perder su mitología: fue durante el tercer gobierno de Perón (1973-1974). Durante ese breve periodo se produjo una herida todavía no suturada. Por una parte, el peronismo fue atacado en su propio interior por corrientes portadoras de otro mito: el de la revolución antiimperialista originado en La Habana. Por otra, grupos cercanos al líder orientaron su política hacia el lado más derecho, representado por el siniestro superministro López Rega y por la propia esposa del Presidente, María Estela Martínez. En el medio, Perón, viejo y enfermo, hacía ingentes esfuerzos para reconciliar lo irreconciliable.
La represión militar –hay que decirlo- comenzó en Argentina no después sino durante Perón. Desde ese momento quedó muy claro: para que el mito fuera un mito, Perón debería permanecer ausente. O vivir en el exilio o yacer en el cementerio. Perón elegió la segunda posibilidad. Gracias a su muerte, vive todavía. En segundo lugar, fue demostrado una vez más, que un mito solo puede ser destruido por otro mito.
El mito de la revolución continental estuvo a punto de devorar internamente al mito de Perón. Si eso no ocurrió, y aunque parezca macabro decirlo, fue porque los militares, con sus fracasos y crímenes, se encargarían de rehabilitar el mito del peronismo originario en la imaginación del pueblo argentino.
Bajo el gobierno de Ricardo Alfonsín y su UCR (1983-1989) quien precisamente por representar el tema democrático no podía representar a la radicalidad que exige el tema social, los peronistas se reencontraron con la antigua “cuestión social”, alzada con demagógica furia por el gobierno del primer Menem (1989-1995). El segundo Menem (1995-1999) intentaría frenar la gran crisis económica provocada por la demagogia del primero.
Después de la rebelión popular que sacó del poder a Fernando de La Rúa (1999-2001) y tras una serie de interinatos, Néstor Kirchner asumió el gobierno (2003) como portador de un triple mandato: profundizar la democratización, reincluir el tema de las ayudas sociales en la agenda, y recomponer la debacle económica generada no por de La Rúa sino por el “menemismo”.
Cristina  Fernández (2011) ha continuado la línea de su difunto marido. Para eso ha tenido que armar un difícil rompecabezas: ha enarbolado con fuerza el tema de las compensaciones sociales manteniendo el clientelismo popular, centralizando en grado extremo e incluso autocrático (y mafioso) el decisionismo del ejecutivo, creando áreas de inversión reproductiva favorables al capital extranjero y, ligando, al menos retóricamente, su discurso con el del emergente “mito bolivariano-chavista”, neutralizando así a las anárquicas fracciones ultraizquierdistas que todavía pululan dentro del peronismo.
Hoy Cristina busca su continuidad a través de Sciolli. Pero a la vez Sciolli sabe que el rompecabezas que armó Cristina no le servirá mucho en un país donde los candidatos Macri y Massa han logrado rearticular un fuerte centro político en el contexto de un ambiente internacional marcado por el derrumbe de los otros dos mitos del izquierdismo latinoamericano (castrismo y chavismo). Desde esa perspectiva, todo indica que Sciolli solo podrá llegar al gobierno pactando con Massa, y en parte, aunque solo sea de modo tácito, con el mismo Macri. Ese pacto deberá incluir el desmontaje de una parte del andamiaje autocrático del kirchnerismo, un mayor acercamiento a las posiciones políticas de centro, el abandono de la retórica populista montonera, tan propia a Cristina, y no por último, la búsqueda de una cierta sintonía política con los EE UU y la EU.
¿Continuará vigente el peronismo? Probablemente sí. No hay nada por ahora que indique lo contrario. Pero el que viene –si es que viene- será un peronismo distinto al anterior. Ese parece ser el primer secreto del peronismo: para continuar en el poder necesita ser siempre distinto a sí mismo. ¿Y cómo es el peronismo idéntico a sí mismo? Ese es el segundo secreto. Un secreto tan secreto, que nadie lo sabe.
Pero podemos levantar una hipótesis: el peronismo idéntico a sí mismo es el que nunca es idéntico a sí mismo. ¿Se entiende? ¿No? ¿Y por qué cree usted que en Buenos Aires hay más consultorios psicoanalíticos que pizzerías?

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