(Llegó la dictadura: la Resistencia, el Exilio –IV-)
CARLOS CANACHE MATA
La ferocidad de la
política represiva de la dictadura aumentó considerablemente durante el mes de
octubre de 1951, llegándose a estimar que había más de dos mil (2.000) presos
políticos en las cárceles del país. Una nueva modalidad, de inspiración nazi,
de privación de la libertad -la de los campos de concentración- alzó su sombrío
vuelo. En años anteriores, al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, el penal
de Guasina sirvió de centro de reclusión de extranjeros indeseables, el cual, a
causa de “condiciones de insalubridad mortal”, había sido clausurado en 1943.
Guasina es una de las islas del Delta del Orinoco, que se inunda con las
crecidas del gran río y se convierte en una ciénaga-criadero de larvas al
retirarse las aguas desbordadas, y con una temperatura ambiente que oscila entre los 38° y 40° C a la sombra. Es
allí donde, en octubre de 1951, la dictadura reabre el penal y lo convierte en
campo de concentración para confinar una porción de sus numerosas víctimas.
El primer lote de
presos políticos, 446 venezolanos, llegó a Guasina el 8 de noviembre de 1951.
Venían en el barco (vapor, como se decía entonces) ‘Guárico’, que había partido
de La Guaira y recogió prisioneros de cárceles de varias ciudades del oriente
del país. El segundo lote, que alcanzaba a 312 presos, procedentes de cárceles
del occidente del país y del Estado Carabobo,
arribó a la isla el 16 de abril de 1952 en el vapor ‘Guayana’. Y en el
mismo vapor ‘Guayana’, llegó después el tercer y último lote con 134 presos,
procedentes de Caracas. Los presos –estudiantes, obreros, periodistas,
profesionales unniversitarios- eran
sometidos a un régimen de trabajos forzados y los huesos de cuatro de ellos
quedaron enterrados en la isla. El 18 de
diciembre de 1952, los presos fueron trasladados a otra isla del río, Sacupana, donde había condiciones de
insalubridad menos duras, sin variar el
trato inhumano que recibían de sus carceleros. Pocos días después, el campo de
concentración fue clausurado, y los presos llevados a la recién abierta Cárcel
Nacional de Ciudad Bolívar.
Rómulo Betancourt
lapidó la barbarie que significó Guasina como testimonio infame de la vesania
dictatorial. En su obra “Venezuela, política y petróleo” (página 490), después
de compararlo con Dachau, el campo de concentración hitleriano que alarmó a la
gente civilizada, escribió: “Ese campo de concentración estaba localizado en
las selvas del Orinoco, sobre una tierra donde Venezuela deja de ser nación
para devenir geografía, inhollada por la planta del hombre. Se llamaba Guasina
esa nueva Isla del Diablo”. Con la diferencia, comenta Betancourt, que de
Cayena, la Isla del Diablo francesa, pudieron fugarse algunos prisioneors, pero
que de Guasina eso era imposible porque, además de estar rodeada de una
alambrada electrizada, está circunvalada por los caños del Orinoco, “poblados
de una fauna acuática feroz”.
La dictadura
pretendió culpar a Leonardo Ruiz Pineda, Secretario General de Acción
Democrática en la clandestinidad y Jefe de la Resistencia, del incendio del
Miércoles Santo en la Iglesia de Santa Teresa ocurrido en el mes de abril de
1952, con el lamentable resultado de muertos y heridos. Leonardo, ante la falaz
acusación que públicamente había puesto a circular el régimen, le dirige, el 17
de abril, una carta a su padre, donde le dice: “…Me ha preocupado pensarlo
agobiado por la natural angustia que hayan producido las noticias mentirosas
recientemente publicadas para sorprender a desprevenidos e ingenuos…Usted y todos
los míos me conocen y saben cuál es mi formación espiritual y cultural…No me he
inquietado ni acobardado por la intención de nuestros enemigos…No voy a
renunciar a mi gran deber…Tenga usted la seguridad de que haré honor a mis
compromisos y no vacilaré ni un solo instante en mantenerme a la altura de la
misión que me ha correspondido…Eso deben saberlo también nuestros enemigos,
porque es necesario que ellos comprendan que a nosotros nos mueve el valor
espiritual que sólo las causas justas imprimen al hombre de bien…Tenga usted
esa seguridad, la de que yo no abandonaré mi puesto de combate y que
permaneceré en mi trinchera hasta el triunfo definitivo” (1). Desde su exilio
en San José de Costa Rica, Rómulo Betancourt se refirió al lamentable episodio,
en estos términos: “Junto con Alberto Carnevali, otro de los dirigentes de AD,
cuya estatura política se ha agigantado en los años de la persecución, Leonardo
fue acusado por la policía dictatorial en abril de este año, de un diabólico
plan terrorista, cuyo supuesto anticipo fue el pánico del Miércoles Santo en
una iglesia caraqueña, con saldo de decenas de niños y ancianos aplastados por
una multitud enloquecida. En carta íntima a su padre, testimonió, con acento de
conmovedora sinceridad, cómo lo afectaba la idea de que se le creyese capaz de
utilizar criminales arbitrios en la lucha que dirigía contra quienes oprimen y
deshonran a Venezuela” (2).
Contra las
infamias de la dictadura, el combate prosiguió. La disidencia espigaba también
en el campo militar. El 29 de septiembre de ese año 1952 hubo un levantamiento
en la base aérea de Boca del Río en Maracay, encabezado por los oficiales
activos el capitán Wilfrido Omaña y el teniente Héctor Navarro Torres. El
conato de rebelión fracasó, al no responder la Guarnición de Maracay y otras
guarniciones comprometidas. El teniente Navarro fue apresado, no así el capitán
Omaña, que logró escapar. También en ese mes de septiembre, numerosos grupos de
campesinos armados atacaron en Turén y Villa Bruzual, Estado Portuguesa, el
puesto de la Guardia Nacional y de la Prefectura Municipal. El comunicado
oficial señala como autores
intelectuales y materiales a Acción Democrática y al Partido Comunista y
reporta que hay un apreciable saldo de
muertos y heridos. Rómulo Betancourt, acota: “La represión fue sangrienta,
implacable. Los aviones de bombardeo, los mismos comprados a Inglaterra y los
Estados Unidos -¡para contribuir ‘a la defensa continental’!- ametrallaron a
los amotinados. No se hicieron presos por las tropas enviadas a dominar ese
levantamiento popular: los rendidos eran fusilados expiditivamente” (3). Días
después, el 2 de octubre, estalló en el Cuartel ‘José Gregorio Monagas’ de
Maturín, una rebelión liderada por el Capitán Juan Bautista Rojas, que contó
con el apoyo civil del líder de Acción Democrática Jorge Yibirín. Ramón J.
Velásquez, al relatar los hechos, apunta: “Los insurrectos dominaron
momentáneamente el Cuartel y tomaron bajo su control la Policía Municipal y la
sede de la Seguridad Nacional. El Jefe de la Guarnición, Coronel Roberto
Casanova, recapturó el Cuartel y logró el respaldo de la oficialidad. En el
episodio perdió la vida el Capitán Juan Bautista Rojas” (4). Seis días después,
el valiente dirigente popular Cástor Nieves Ríos cae prisionero y es asesinado
en los sótanos de la Seguridad Nacional.
En el mes de julio
de 1952, Leonardo Ruiz Pineda escribió el prólogo del libro “Venezuela bajo el
Signo del Terror”, mejor conocido como el “Libro Negro” de la dictadura, que
comenzó a circular clandestinamente el 4 de octubre de ese año. Cuenta José
Vicente Abreu que Leonardo, al tener en sus manos el libro, una verdadera
hazaña editorial, exclamó: “¡Qué no podemos hacer ahora!”. Días después, el 21,
cayó abatido por sus asesinos en la calle principal de San Agustín del Sur, en
Caracas.
El mismo día del
crimen, 21 de octubre de 1952, el Comité Ejecutivo Nacional (CEN) de Acción
Democrática, ya dirigido por Alberto Carnevali como nuevo Secretario General, emitió
un comunicado, del cual reproduzco fragmentos: “…Con singular abnegación y
riesgo diario de su vida, el compañero Ruiz Pineda ha ganado honrosamente la
enhiesta cumbre de los héroes. Y como héroe nacional, su nombre ha pasado a
tutelar a la ya interminable fila de vidas humanas que el pueblo ha ofrendado
en la batalla por su liberación. El fulgurante ejemplo de su vida heroica nos
señala un solo camino: combatir hasta triunfar…Todos los días, ahora mismo,
hoy, mañana y cada vez que sea necesario, saldremos al encuentro de la barbarie
envalentonada por el exclusivo respaldo de las armas, hasta verla derribada,
hecha pedazos por las poderosas manos del pueblo…Por tí, Leonardo Ruiz Pineda,
tu austero nombre de ejemplar ciudadano; por tí, Alfredo, tu preclaro nombre de
combatiente clandestino, juramos serena y resueltamente que no desmayaremos en
ningún momento hasta lograr el ideal revolucionario de la liberación de nuestro
pueblo, por el cual rendiste tu vida en forma tan noble y gloriosa” (5).
La muerte de
Leonardo lo convirtió en mártir. La prensa de América, Parlamentos,
Instituciones políticas, sindicales, culturales, estudiantiles y
escritores condenan el crimen. A los
cuatro días de su sacrificio, en un acto realizado en México, Rómulo Gallegos
dijo: “…Invito a mis compañeros a total presencia de ánimo, en alturas de
serenidad responsable ante el destino de nuestro pueblo, a fin de que, sin que
el agrio rencor nos tuerza la buena sustancia del dolor venezolano que aquí nos
reúne, sea honrada siempre entre nosotros la memoria de nuestro compañero,
mártir del ideal democrático. El de la fina valentía y gozosa audacia: Leonardo
Ruiz Pineda. Vivo y perenne entre nosotros” (6). Y Andrés Eloy Blanco, en tono
elegíaco, expresó: “Los hijos de los que dispararon contra él lo nombran con
respeto. Y ahora, lo más triste al parecer, para el verdugo de Leonardo, es
pensar en el momento –que ha de llegar un día- en el que un hijo suyo, con
rubor o sin él, bajando o alzando la cabeza descubierta, pronuncie con amor
venezolano el nombre de Leonardo asesinado. Así está nuestro mártir, en una
calle de San Agustín, en su sangre metida la frente luminosa. Los esbirros le
miran, los verdugos le guardan y entre ellos tendido, Leonardo, puro, como el
sueño de un niño en un prostíbulo”. Y, evocando su poema a Armando Zuloaga
Blanco, repite su pregunta sin respuesta: “Coronel que lo asesinaste, ¿cómo
harás para asesinarlo en el corazón de tu hijo?” (7). Desde San José de Costa
Rica, Rómulo Betancourt envió un mensaje de adhesión al acto efectuado en
México: “El cobarde asesinato de Leonardo Ruiz Pineda es una demostración de
salvajismo de la dictadura militar de Venezuela…Los exilados de Acción
Democrática compartimos el dolor de nuestros hermanos de la resistencia en el
interior de Venezuela y rendimos el homenaje emocionado de nuestra
devoción a la memoria inmortal de Ruiz Pineda…Seguiremos peleando con acrecida
decisión, enfrentando todos los avatares, hasta el momento de ver a nuestra
tierra libre de un régimen que es vergüenza y escarnio continental” (8).
En el
próximo collage, nos referiremos al fraude electoral realizado por la dictadura
días después, el 30 de noviembre de 1952.
1-Homenaje.
Leonardo Ruiz Pineda. Héroe y Mártir de la Resistencia Civil Venezolana.
Editores e Impresores Beatriz de Silva. México D.F. 1953. Páginas 17-19.
2-Obra citada.
Página 41.
3-Rómulo
Betancourt. “Venezuela, política y petróleo”. Fondo de Cultura Económica. 1956.
Página 552.
4-Ramón J.
Velásquez. “Aspectos de la Evolución Política de Venezuela en el Último Medio
Siglo”. Venezuela Moderna 1926-1976. Fundación Eugenio Mendoza. Caracas, 1976.
Página 123.
5-Homenaje.
Leonardo Ruiz Pineda. Obra citada. Página 16.
6-Homenaje.
Leonardo Ruiz Pineda. Obra citada. Página 34.
7-Homenaje.
Leonardo Ruiz Pineda. Obra citada. Página 60.
8- Homenaje.
Leonardo Ruiz Pineda. Obra citada. Páginas 51-52.
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