Liderazgo, calle y Derechos Humanos
LEANDRO AREA PEREIRA
La política, aunque a veces no lo parezca, es
actividad en permanente fluir y por tanto de espinoso y esquivo secuestro. Anda
por todas partes, se transforma, se disimula, no es dócil doncella, y cuando
usted trata de retenerla, enamorarla o apropiársela, ella huye, escapa, se difumina
ingrávida en indócil edad para reaparecer anfitriona vibrante cuando nadie lo
espera.
Es en verdad cierto que los imperios lograron mantenerse
durante siglos y siglos; y han existido también dictaduras con aspiraciones de
eternidad, y partidos políticos que en periodos de supuesta democracia han
querido y logrado sostenerse durante mucho tiempo en el gobierno. Y cuánto les
ha dolido a todos separarse del poder que creían imperecedero. Hoy ya son
pasado, ruinas o en vías de serlo. Nada es para siempre, y en este particular
caso, menos mal.
Y pareciera igualmente en paralelo, da esa
impresión, que las sociedades se adormecen ante los poderes hegemónicos, y que
las apremiantes necesidades del hoy confinan las ambiciones de cambio y de
mejora las cuales pasan a jugar un papel insignificante frente la impostergable
e inhumana agenda de nuestras prioridades; y se creyera también que dicha pesada
lentitud es el resultado de un cóctel de elementos que provocados o no originan
el marasmo social que hoy conocemos. Pero
es humana impresión equivocada esa sensación del tiempo detenido en el que el imperio
del constante deterioro, que cobra especial espacio y significación en la
política y por ende en nuestras vidas, se impondrá fatalmente sobre nuestras
esmirriadas y enjauladas voluntades.
El creciente e indetenible deterioro de todos y en todos los
ámbitos imaginables de nuestras vidas individuales y colectivas, es tragedia
compartida por la gran mayoría de los venezolanos e igualmente percibido así por
tantos que nos miran preocupados o atónitos desde lejos con otros sensores y
distinta perspectiva.
Lo cierto es que hoy por hoy se observa a pesar de la
lentitud un movimiento en un doble sentido dentro de la realidad venezolana:
por un lado y de su cuenta registramos una moderada pero creciente ebullición
social expresada en recientes protestas de calle puntuales a lo largo y ancho
del país frente a la crisis y deterioro del funcionamiento de los más elementales
recursos de la vida cotidiana. Estas protestas sociales en apariencia no tienen
conexión entre sí, parecen espontaneas, reclamos acuciantes de la arruinada y
adolorida población y que son reprimidas eficientemente, para eso sí, por el
gobierno.
En segundo término da la impresión que el
liderazgo político mediático de la oposición venezolana estaría tomando un
segundo aire como resultado, entre otros, del impacto político global que ha
tenido el riguroso Informe de la Misión Internacional Independiente de Determinación
de los Hechos sobre la República Bolivariana de Venezuela, conformada mediante
la resolución 42/25 del 27 de septiembre de 2019 del Consejo de Derechos Humanos
de las Naciones Unidas, que evaluó las presuntas violaciones a los derechos
humanos cometidos desde el 2014.
En dicho informe se concluye que en el país se han perpetrado
planificadamente, como política de Estado, graves violaciones de Derechos
Humanos como son las ejecuciones extrajudiciales, las desapariciones forzadas,
las detenciones arbitrarias, las torturas y otros tratos crueles inhumanos y
degradantes, que constituyen delitos de lesa humanidad.
Ahora bien, ambas situaciones, el liderazgo político
mediático y las crecientes protestas puntuales, no tienen en apariencia
relación causal la una con la otra. Las manifestaciones de calle son por su
lado y a mi manera de ver espontáneas, más que justificadas y cada vez menos
esporádicas. Por su parte el liderazgo de oposición, que incluye lo político
pero que no se reduce a él, se asoma hoy con un nuevo ánimo despertando en el
seno de la población venezolana expuesta a los medios y redes sociales una
nueva esperanza.
No hay hasta ahora la sintonía necesaria entre pueblo y
conducción política, así como tampoco la hay entre los distintos liderazgos.
Anda esa relación, por el momento, distante cuando no inexistente, si acaso en
paralelo, en corto circuito permanente, mientras los rivales festejan. Habrá
que esperar a ver si por fin entran en irremplazable conexión y síntesis
creativa.
Y a todas estas exigimos que, vistas las reales condiciones
de vida interna y los escenarios internacionales en ebullición constante,
sumados ambos a la profunda crisis de gobernabilidad, toda la oposición
venezolana, incluyendo por supuesto a los partidos políticos aquí tan
abreviados, asuma el reto heroico, el compromiso de unidad como exigencia
histórica, que nos toca jugar en estos tiempos de secuestro pandémico y marasmo
social que tanto favorecen a las dictaduras.
Leandro Area Pereira
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