RAMÓN PEÑA
Puedes matar tantos hombres como quieras,
pero no podrás matar nunca a tu sucesor”.
De Séneca a Nerón
¿Será que el usurpador y los militares que lo sostienen aspiran a maquillar ante la opinión internacional su expediente de tortura y muerte mediante el “indulto” a unos 40 presos y decenas de perseguidos? ¿O que se desvanezca la memoria de la ejecución de Oscar Pérez y sus compañeros, la defenestración de Fernando Albán, el baleado a muerte de decenas de jóvenes que protestaban en las calles en 2014 y 2017, los centenares de ejecuciones extrajudiciales denunciadas por la Alta Comisionada de Derechos Humanos de la ONU…?
Esta semana, la Directora de Amnistía Internacional para las Américas, luego del examen del expediente penal de 550 páginas contra dos guardias nacionales imputados por la muerte del capitán de Corbeta Rafael Acosta Arévalo, declaró que, contrario a la versión oficial de la Fiscalía General y el Ministerio de la Defensa, éste no falleció en un hospital militar luego de recibir atención médica. Detalla en su declaración que, apresado y desaparecido desde hacía más de siete días, el oficial fue presentado ante un juez en estado agonizante, producto de más de 50 lesiones corporales que comprometieron sus pulmones y causaron un edema cerebral severo y, allí, en el propio juzgado, expiró.
La dictadura, a medida que transcurren los años, amparada en la impunidad de un sistema de justicia subordinado, derriba sistemáticamente cualquier límite ético que se interponga en su praxis de abuso, humillación y crueldad. Son discípulos de Chávez quien les instruyó con insistencia que la revolución no tenía adversarios, sino enemigos merecedores de ninguna consideración.
Martirizar a muerte a un ciudadano es bestial. Hacerlo en nombre de una “revolución”, sembradora de atraso y miseria, es el horror.
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