HOGUERAS DE VANIDADES
MARCOS VILLASMIL
EL VENEZOLANO
La última, muy controversial, decisión de Henrique Capriles Radonski de participar en el fraude electoral convocado por la tiranía, abre muchas interrogantes y deja muchas dudas que merecen análisis y ejercicio crítico.
Sobre el tema de la crítica y lo que significa, es bueno siempre recordar a Hannah Arendt: preguntada sobre la tan usada afirmación: “es mi opinión, y por lo tanto ella merece respeto”, la filósofa alemana respondió: usted, como ser humano, merece respeto. Pero su opinión, desde el momento que se hace pública, puede ser sujeto de crítica, puede ser considerada correcta o incorrecta; puede ser juzgada”.
Sobre el tema a tratar, hay una consideración previa que creo necesaria: el reconocimiento de los aportes que en su biografía ha hecho Henrique Capriles a la causa democrática, y aunque sus acciones implican responsabilidades mayores que las de cualquier ciudadano, en la crítica de ellas hay que evitar el insulto personal, el síndrome del linchamiento, el análisis sentimentaloide, fariseo y moralista, que denunciara en sus escritos Luis Castro Leiva. Como asimismo afirma acertadamente la periodista y escritora venezolana Karina Sainz Borgo acerca de quienes usan las redes sociales, como Twitter, como su altavoz natural: “censuran a nombre de los más débiles pero se acaba actuando como un opresor; (…) forman parte de una turba que día, tras día, tras día, convierte los asuntos públicos en un estercolero, personas que actúan empujadas por algo parecido a la ira y la enajenación”. La verdad es que causa alarma la conducta en redes de muchos opositores que, en su capacidad de insulto sin límites, no se diferencian mucho de las periódicas peroratas injuriosas de Diosdado Cabello en su programa “Con el mazo dando”. Para muchos de ellos, su celular es su mazo supuestamente vengador.
Las recientes acciones de Capriles se engloban en una nueva ola incendiaria de algunos líderes opositores, al parecer construyendo su propia hoguera de vanidades, y que en el caso del excandidato presidencial comienza con su reunión con un representante del régimen turco, a través de la cual se habría negociado la libertad de un cierto número de prisioneros del régimen, medida que la dictadura llama “indulto”, pero que sencillamente es una liberación con fines electorales, algo que incluso el GRANMA (recordemos, vocero oficial del Comité Central del Partido Comunista de Cuba) reconoce:
“Es evidente que el chavismo nuevamente apunta a crear zonas de distensión con los opositores, bajo una consigna de “reconciliación”, pero que viene con el objetivo de movilizar el mayor número de voluntades antichavistas posibles a las próximas elecciones del parlamento”.
Es obvio entonces que el objetivo fundamental es, mediante la participación creciente de rostros opositores en dichas elecciones, «legitimar» la farsa electoral del 6-D.
A eso ayuda una situación que la dirigencia opositora no ha asumido, mucho menos podido o ni siquiera querido resolver-: la oposición tiene veinte años aceptando la legitimidad de los hechos de fuerza de la tiranía; algo que los europeos y los gringos no hacen. Es algo así como “qué remedio nos queda”. Bueno, claro que sí hay remedio, y las decisiones tomadas al respecto por las democracias del mundo lo ejemplifican.
La lógica correcta es esta: Maduro preside un régimen tiránico e ilegítimo; las elecciones que supuestamente lo reeligieron, en 2018, no son reconocidas, por ende esa decisión tampoco (así, Maduro no es el presidente legítimo, y Guaidó es un presidente reconocido como interino). Como consecuencia, los actos del régimen (como convocar elecciones) tampoco son reconocibles ni legítimos. Y lo que se decida el 6-D, tampoco. La Asamblea Nacional que salga electa no debe ser reconocida.
Sin embargo, ya algunos dirigentes partidistas, opinadores, periodistas y analistas hablan como de un hecho consumado: Maduro convoca elecciones, habrá que reconocerlas, así como su resultado. La fuerza se impone al derecho. ¡Qué calidad democrática la de ese pensamiento!
***
Pero regresemos con Capriles. Una pregunta es obvia: ¿informó y consultó al presidente Guaidó, a la directiva de la Asamblea Nacional, y/o a la directiva “real” (no la impuesta por la tiranía) de su partido, Primero Justicia, sobre la “misión turca”? ¿Pidió autorización, o en criollo, “línea”? Si actuó por su cuenta, ello conlleva que a) Capriles desconoce la autoridad y legitimidad de Guaidó, de la Asamblea Nacional, y la disciplina partidista que le debe a su partido; b) también de forma inconsulta decide legitimar el fraude electoral de diciembre, cohonestando un escenario antipolítico y antidemocrático, pleno de un dogmatismo blindado a todo sentido ético; y con ello c) rechaza y obvia el diálogo entre líderes de la oposición propuesto recientemente por el presidente Guaidó a fin de discutir una propuesta estratégica unitaria de cara al 6-D.
Una pregunta que viene al caso: ¿se reunirá el exgobernador de Miranda en los próximos días con Timoteo Zambrano, Claudio Fermín, Henri Falcón y demás miembros de la mesita de diálogo –cuyo crimen radica, además de en su carácter mercenario, en su reincidencia-, para plantearse una plataforma unitaria, o seguirá por su cuenta? Aunque no creo que tenga que preocuparse mucho. Necesitan a alguien como Capriles para vender la idea de que será un parlamento democrático. Un tweet reciente del chavista hispano Juan Carlos Monedero lo prueba.
Además, otro dato esencial es que el acto electoral mismo, y sus circunstancias, ya están blindados a la vista de ojos ingenuos, independientes o despistados. Para eso el régimen tiene el CNE, el Tribunal Supremo y el Plan República dirigido por los cubanos.
Además, 2020 no es 2015; se acabaron “las rendijas” y “los espacios” por los cuales luchar. Como bien destaca Sadio Garavini di Turno, el régimen ha pasado de ser un “autoritarismo competitivo”, con muchas irregularidades electorales, pero elecciones al fin, a lo que vemos hoy, probablemente por órdenes cubanas: en Venezuela no hay constitución de ningún tipo, ni Estado de derecho; solo vale la fuerza.
Por ello, la decisión de Capriles lleva en sí misma un carácter negativo por su falta de mesura y ponderación: ¿en verdad piensa que tiene razón, y que Alemania, Francia, el Reino Unido, el Parlamento Europeo, los Estados Unidos y la mayoría de democracias de la OEA están equivocados? ¿Y cree que logrará derrotar a la tiranía el 6D, que millones de venezolanos preferirán su postura, en contra de la legítima Asamblea Nacional, del Gobierno de Juan Guaidó, de las más importantes instituciones de la sociedad civil criolla, y de las mayores democracias del planeta?
En sus recientes actos hay falta de realismo, de moderación; destacan gruesos trazos de desmesura; eso que los griegos llamaban “hybris”. En palabras de Eurípides: “a quien los dioses quieren destruir, lo vuelven loco”. Caer en la hybris es desear más de lo que le fue asignado por el destino. ¿Qué desea usted, señor Capriles? Todos los venezolanos, quienes lo aprecian y quienes hoy lo lapidan públicamente, exigen una respuesta (y una rectificación).
***
Tiene razón Georg Eichkoff, conocedor como pocos de la realidad venezolana, y contribuyente valioso a la causa democrática en sus tiempos de residencia venezolana: quizá lo más realista sea no hablar de unidad, de forzarla, algo que los liderazgos opositores se empeñan en negar y en boicotear. Quizá lo más sensato sea el establecer una política de alianzas, con objetivos tácticos concretos, sobre un plan de mínimos comunes, en el camino de ir abriendo brechas –en colaboración plena con los aliados del exterior- para lograr el objetivo estratégico final, el cese de la usurpación. Todo ello, claro, si los principales liderazgos opositores retornan de su extraña realidad alterna, de su mundo de confrontaciones y pleitos, tan distinto del que anhela la mayoría ciudadana.
Si se quisiera resumir por qué hay que superar todos los desencuentros del liderazgo opositor venezolano, debe tenerse presente que en la lucha contra una tiranía tan cruel como la chavista, y en medio de una pandemia que cada día se hace más cruenta, con un país absolutamente en ruinas, la responsabilidad individual y colectiva de los liderazgos es, a fin de cuentas, juzgada por su grado de civilización y de coherencia ética.
Con su conducta, cociéndose en su propia hoguera de vanidades, Henrique Capriles Radonski (al igual que otros líderes opositores) demuestra que es un atavismo considerar que nuestro peor enemigo es siempre alguien distinto de nosotros. Capriles, con su acto inconsulto e insensato, se ha convertido, lamentablemente, en el peor enemigo de sí mismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario