domingo, 20 de septiembre de 2020

 CUESTIÓN DE PRINCIPIOS


LUIS ALBERTO BUTTÓ


La valía del ser humano es inconmensurable por definición. En tal sentido, el respeto a su condición es irrestricto, no acepta debate alguno, independientemente del tipo que éste sea. Por ello, si algo puede y debe ser adjetivado con absoluta propiedad de sagrado es el respeto a los Derechos Humanos. Ante su violación, nadie, salvo el inmoral que ha abjurado de todo tipo de comportamiento ético, ha de ser indiferente, cínico, tendencioso. Lo humano implica compromiso: el compromiso de defenderlo, el compromiso de enaltecerlo.

Hay bestialidad cuando se violan Derechos Humanos. Hay complicidad, o cuando menos anuencia asaz vergonzosa, cuando se calla frente a hechos de tal naturaleza. En el bando de aquellos que creen sin dubitaciones en la dignidad de la persona, solo la condena y el desprecio caben al respecto. Es perentorio no perder de vista que los maltratos, las vejaciones, no se sufren en abstracto. Quienes experimentan el dolor y las penas asociadas tienen nombres, rostros, identidad;  nombres, rostros, identidad que también tienen quienes los infligen. Cuando la justicia es el objetivo, el olvido no es la opción. 

La impiedad es intolerable, inadmisible. El tema jamás se puede relativizar. Que la violación de Derechos Humanos ocurra o se calle en múltiples latitudes no justifica que ocurra o se calle en otras. Que resulta de comparaciones rebuscadas e hipócritas la cuantía de la violación de Derechos Humanos sea mayor en un espacio determinado que en otros no le resta gravedad a ninguna ocurrencia. Al fin y al cabo, la recurrencia e intensidad de las tropelías cometidas en nada importan: los Derechos Humanos no se violan en pequeño o en grande, se violan y ya. Fin de la discusión.  Deplorable el papel de aquel que, por ideología o afinidad política, así no lo entienda.

El aprendizaje histórico lo dejó en claro con creces: ningún sistema político se valida si en su funcionamiento se aparta de la garantía plena del ejercicio de la libertad y la dignidad del hombre, o si, por un lado, no asume con presteza la corrección de los desmanes que en su nombre se cometan, o si, por el otro, no adelanta el resarcimiento de los afectados de manera inequívoca. Nada hay de democrático en el desprecio del ser humano. Aquello del Estado de Derecho es más que una frase, hermosa por lo demás. Estado de Derecho es justicia; justicia para todos y, en especial, para quien, en determinado momento, no fue tratado con ella. A fin de cuentas, la defensa de los Derechos Humanos es una cuestión de principios, tanto como lo es la repulsa frente a su violación. La universalidad del asunto no admite discusión.

Punto de inflexión: reflexiones como las anteriores no pueden estar atadas a la divulgación de un informe. La honra del hombre debe ser permanente.

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