De la responsabilidad como corolario; del Informe de la ONU
NELSON CHITTY LAROCHE
“El hombre está condenado a ser libre. Condenado,
porque no se ha creado a sí mismo, y sin embargo,
por otro lado, libre, porque una vez arrojado al mundo
es responsable de todo lo que hace.”
Jean Paul Sartre
Durante años hemos venido insistiendo en la correspondencia entre el poder y la responsabilidad, entendida ésta, como la valoración de la conducta y el deber ínsito del detentador del poder, de aquel, en la triple perspectiva, moral, legal y política.
Aquellos tiempos del “princeps legibus solutus est” quedaron atrás y por el contrario, la exigencia apunta a la rendición de cuentas y a asumir la constitucionalidad como un sistema llamado a cuidar las libertades y a limitar y controlar el poder que, bien sabemos, tiene en su genética un rasgo peligroso, una tendencia a hipertrofiarse. Ya lo decía la doctrina desde Montesquieu para citar al más famoso y recientemente, Loewenstein y Ferrajoli.
Paralelamente, viene a nuestra memoria aquella sentencia de Saint Just; “No se gobierna inocentemente” con su carga de rencor y de sospecha. El mandatario y en especial, en un régimen que se declara democrático, está en la mira de la opinión pública y es visto y seguido en sus ejecutorias, camina ante todos como el que al tiempo que detenta el mando, también es reo del susodicho. El poderoso es responsabilizado de ese ejercicio de imperio entonces. Y lo es primeramente, en su foro interno, en su realidad ética.
La llamada legitimidad de desempeño, es una ponderación del comportamiento del que detenta una carga pública y supone una evaluación, un cotejo, una apreciación cualitativa entre los deberes pendientes y, las resultas que se constituyen en sus acciones y sus derivaciones. Hacerlo bien legitima; pero, hacerlo mal produce un alejamiento crítico que puede llegar hasta la perdida de la confianza y el ánimo revocatorio.
En la jerga norteamericana se habla de “accountability” , que contiene una demanda de transparencia y una estimación conforme a los parámetros ingénitos a la tarea encomendada al funcionario y los objetivos que debieron y/o fueron alcanzados en una determinada proporción.
En el Sur del continente, la actuación de la administración pública suele medirse de acuerdo a esos criterios de responsabilización. Y en países de más desarrollo relativo tales como el Reino Unido, Australia o Nueva Zelanda, los niveles de exigencia de responsabilidad fiscal, por citar un aspecto sugerente, son estrictos.
Las elecciones, nos advirtió Schumpeter, son un mecanismo de control de la gestión política y administrativa. Periódicamente, el cuerpo político, ratifica o retira su confianza en aquel liderazgo, de hombres y de partidos, conforme a la tasación que haga de él o ellos. No obstante esos elementos apuntan a sociedades abiertas, con un claro y preponderante matiz liberal y democrático.
Nuestra CRBV establece y, no creo que el constituyente del 99 se haya percatado de ello -o no lo pude encontrar en la revisión del diario de debates, ni tampoco en las deliberaciones que a nivel de comisiones tuve la oportunidad de inspeccionar-, un Sistema de Responsabilidad y Responsabilización que se vio acompañado de la sanción en el año 2000 de un instrumento legislativo preparado por años en el ministerio de finanzas y con la participación de lo más granado que pudo encontrarse como asesores.
Me refiero a la Ley Orgánica de Administración financiera del Sector Público y sus varios reglamentos. Una auténtica joya a la que el oficialismo ha reformado en 17 ocasiones creo, para impedir que cumpla con su tarea de control y ordenamiento de la gestión fiscal y financiera. Buena parte del desastre macroeconómico que conoce Venezuela pudo evitarse si se hubieran cumplido con las normas y reglas fiscales y constitucionales vigentes y por ellos mismos aprobadas, pero abandonadas, obviadas, desconocidas para complacer al líder y satisfacer su apetito dispendioso y demagógico, terminó siendo la cadena real.
Pero, volvamos a lo que constituye la razón de este artículo que tiene que ver con el informe de más de cuatrocientas páginas que presenta la ONU, y que se refiere a hechos constatados de quebrantamientos, transgresiones, violaciones, de la normativa atinente a los derechos humanos de numerosos conciudadanos que avergonzarían a cualquier sociedad, no importa su latitud, su religión, su cultura y hasta el régimen que gobierna. Una suerte de expediente criminal resume bien su contenido.
El hallazgo de la responsabilidad permite, en todos los órdenes, la procura de la justicia y, aunque prácticamente está presente en cada episodio gravoso, dañoso, perjudicial, aún incluso en las personas jurídicas, en los Estados y en las organizaciones internacionales se hace necesaria su determinación e imputación.
Todavía hay una ventana para a través de ella constatar que hay un trazo personal, individual, de cada cual que es responsable de lo que hace o deja hacer, o suscita en los otros como motivo o tolera simplemente pudiendo o debiendo evitarlo por ser actos delictuales. ¿Cuántas personas mueren a diario en Venezuela a manos del hampa de distintos signos? ¿Cuántos recursos se dirigen a la seguridad que no son en realidad utilizados sino para sostener a un régimen que fracasa a diario y trajo la ruindad y la miseria hasta convertirnos en el ejemplo del desastre por mala gestión que advierten las academias y las agencias de Naciones Unidas como la peor de todo el mundo?
El colectivo que gobierna es responsable del crimen cotidiano que nos diezma y desfigura; las instituciones sesgadas y a su servicio, también lo son, y las organizaciones gansteriles, a medio paso entre la antisociedad y el régimen, formadas por ambos, crematísticamente asociadas y gozando de impunidad abundan y el pobre pueblo inerme, indefenso, medroso, resignado también tiene su cuota.
Hay quienes son responsables aun en su tumba. Morir no es históricamente un eximente. El difunto, trajo y legó entre personalismo, militarismo, ideologismo, populismo y cinismo las causas y efectos de esta tragedia que no quiere o piensan sus autores que, no puede parar porque, el que cabalga un tigre….no se puede bajar de él.
Otras veces escribí que llegar donde estamos, al fondo y en el vacío, aun cayendo aunque parezca imposible, no solo es para reclamarle a los que sin embargo tienen la prioridad de la autoría criminal y sobre la materia ese informe de la ONU, apenas roza con su señalamiento a algunos más protuberantes, pero es el sistema todo y la banalización del mal como diría Arendt, a quien hay que destapar, desnudar, mostrar y responsabilizar. Todos somos responsables de dejarlos hacernos lo que quisieron.
Cabe un señalamiento a esa entelequia de la Corte Penal Internacional o una interrogante, ¿qué más es menester hacer para que ustedes hagan lo que les corresponde a tenor de lo dispuesto en el Estatuto de Roma?
Más de siete décadas pasaron desde la aprobación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, suscrita allá en París y celebrada en todo el orbe, como un documento para la paz y la dignificación del ser humano y el balance deja que desear.
La hipocresía, la falta de escrúpulos, el acomodo pragmático, el cálculo hedónico, la frivolidad y especialmente la irresponsabilidad han postrado por decir lo menos sus postulados, al extremo de situar a toda esa organización creada después de la segunda guerra mundial en un plano cada vez mas inoperante y desprestigiado.
Toynbee nos advirtió que lo que hace sustentable una civilización es la capacidad para superar los retos, los combates, los desafíos que la dinámica vital y existencial les propone; le tour de force, y la humanidad más que occidente o el islamismo, o Asia, parecen no darse cuenta de lo que significa para el homo verus, pervertir o anular los principios y las entidades llamadas a preservarlos que obran dentro de esa Declaración Universal de los Derechos Humanos.
El problema es que, tal vez se trate de la mismísima extinción del ser humano que acaba siendo víctima del individualismo egocéntrico, ególatra y el materialismo ideológico que se esconden detrás de movimientos e ideologías excluyentes aunque se reclamen todo lo contrario.
Apuraré citando un comentario de Antonio Muñoz Ballesta, en un artículo titulado, “La responsabilidad personal y política, fuente común de las éticas de Hannah Arendt y Àgnes Heller,” que recoge bien la referencia doctrinaria invocada, “La responsabilidad es la expresión de la libertad individual e incluso de la libertad política de la democracia liberal o república constitucional. La responsabilidad es la decisión consciente por el tipo de persona que queremos ser al elegirnos como personas decentes o no, es la responsabilidad por nuestros actos, incluidos la acción política ( Hannah Arendt), y omisiones ( Eichmann, …), y es también, al mismo tiempo, la responsabilidad colectiva de mantener en pie el edificio o institución de la constitución democrática liberal que, en definitiva, evite el triunfo del fanatismo fundamentalista y el nihilismo moral y posibilite la libertad y vida de todos, y con ello también la responsabilidad personal de nuestro propio destino”.
Lo del informe de la ONU, plasma lo que todos sabíamos en Venezuela pero que no nos ha conmovido lo suficiente para hacer lo que hay que hacer. Concluyo con Levinas, muchas veces evocado pero no lo suficiente; “Yo soy responsable del otro sin esperar la recíproca… la recíproca es asunto suyo… Yo soy sujeción del otro, y soy sujeto (subjetividad) esencialmente en éste sentido”.
Nelson Chitty La Roche, nchittylaroche@hotmail.com, @nchittylaroche
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