COLLAGE SOBRE RÓMULO BETANCOURT (XXXI)
(Llegó la Dictadura: la Resistencia, el Exilio –VII-)
CARLOS CANACHE MATA
El 9 de enero de
1953 se instaló la Asamblea Nacional Constituyente, gestada en el vientre del
fraude electoral del 30 de noviembre del año anterior. Después de más de cuatro
años de estar cerrado, el Capitolio volvió a ser escenario de la actividad
legislativa, esta vez rodeado de tanques y de tropa que portaba ametralladoras
amenazantes. Como URD y Copei habían decidido no asistir a las sesiones de la
espuria Asamblea, el régimen maniobró, mediante la intimidación y el soborno,
tratando de manipular a los diputados electos de esos dos partidos, sobre todo
con los suplentes, para asegurarse la mayoría necesaria a fin de asegurar el
inicio de su funcionamiento. Con su cinismo habitual, lo confiesa
descaradamente Laureano Vallenilla Lanz (h), con estas palabras: “Un aparato
especial me comunica directamente con el salón de sesiones…Pienso en la
ausencia de los copeyanos y urredistas que han convenido en asistir
(cursivas de CCM). Se trata de suplentes, principalmente. Poco
después respiro. Hay quórum y se
abre la sesión” (1).
El primer acto de
la Asamblea fue la ratificación del Coronel Marcos Pérez Jiménez en la
Presidencia Provisional de la República que le habían obsequiado los altos
jefes de las Fuerzas Armadas, en cuyo seno los oficiales de las guarniciones
del interior no fueron realmente consultados, sino “notificados”, sobre la
usurpación golpista que se iba a cometer, tal como se expresa en el Manifiesto “A la rebelión civil llama
Acción Democrática”, suscrito por Alberto Carnevali, su Secretario General de
entonces. Sobre la ratificación presidencial hecha por la Constituyente, Rómulo
Betancourt escribió: “Y fue esa caricatura de cuerpo colegiado soberano, esa
comparsa de partiquinos, la que ratificó la autonominación de Pérez Jiménez
como Presidente Provisional y le tomó juramento, ‘en rauda ceremonia’ que
apenas duró cinco minutos” (2). En otra ocasión, al comentar el apuro del
régimen, Betancourt había expresado,
recordando una frase de Andrés Eloy Blanco, que todo eso se hacía con “premura
de tahures que están escuchando las sirenas del coche policiál”.
No es la propia
Constituyente la que redacta la nueva Constitución, sino que se le presenta un
Proyecto preparado en el despacho del Ministerio del Interior, según lo dice el
mismo Vallenilla Lanz en su libro “Escrito de Memoria”, arriba citado. El día
11 de abril de 1953, la Constitucion es aprobada por la Asamblea; cuatro días
después, el 15, el Presidente Provisional le pone el “ejecútese”; dos días
después, el 17, la Asamblea
Constituyente designa al Coronel Pérez
Jiménez como Presidente Constitucional para el período comprendido entre el 19
de abril de 1953 y el 19 de abril de 1958; el día 18 de abril se instalan las
Cámaras Legislativas, y, al día
siguiente, el 19, Pérez Jiménez se juramenta y toma posesión del cargo de
Presidente Constitucional ante las Cámaras reunidas en Congreso. Otra vez, es
aplicable la ya citada frase de Andrés Eloy.
En el discurso de
toma de posesión de la Presidencia Constitucional, Pérez Jiménez se refirió a
su “doctrina” del llamado “nuevo ideal nacional”, pontificó en estos términos:
“Una nación que aspire a ocupar sitio prominente y un gobierno digno de tal
aspiración han de señalarse grandes objetivos, dedicarles plenamente energías y
aptitudes, e inspirarse en un ideal nacional de claros delineamientos, que en
nuestro caso se sintetiza en la transformación del medio físico y en el
mejoramiento de las condiciones morales, intelectuales y materiales de los
venezolanos. Nuestro nuevo ideal nacional basta por sí para justificar la creación de
una mística que constituye el común denominador espiritual de los venezolanos
en la tarea cimera de engrandecer la Patria” (3). Mordazmente, Betancourt
comenta: “Para hacer triángulo de trágica ridiculez con La
Restauración Nacional, de Castro, y La
Rehabilitación Nacional, de Gómez, ya el despotismo actual ha sido
bautizado por sus sicofantes como el Gobierno de El Bien Nacional,
otras veces llamado de El Ideal Nacional. Inclusive
se ha formado una especie de variante del justicialismo
peroniano para darle asideros ‘doctrinarios’ a un orden de cosas político que
si por algo se caracteriza es por la orfandad ideológica, por su desnuda
fisonomía de Gobierno donde sólo priman los instintos más elementales y
groseros” (4). Al adorno “doctrinario”, se le sumó el “nacionalismo trompetero”
de las Semanas de la Patria que anualmente se realizaban con motivo de la
efemérides del 5 de julio, sobre las que Betancourt hace este comentario: “Por
las calles desfilan frente al dictador no sólo tanques, cañones y batallones de
las Fuerzas Armadas, sino también los niños y adolescentes de las escuelas
públicas y privadas, al son de fanfarrias marciales. Los empleados públicos,
vestidos obligatoriamente de liquilique,
declarado traje nacional, son compelidos a hacer acto de presencia en esas
paradas fascistoides” (5).
La nueva
Constitución le confiere a Pérez Jiménez el poder absoluto. Según la
Disposición Transitoria Segunda, se le otorga a la Asamblea Constituyente, que
él controla, la siguiente atribución: “Dentro de los cinco días siguientes a la
promulgación de esta Constitución, la Asamblea Constituyente procederá a
organizar el Poder Público para el período constitucional que comienza el 19 de
abril de 1953. En consecuencia, la Asamblea Constituyente elegirá por mayoría
absoluta…”; y seguidamente el texto de la citada Disposición hace la enumeración
de los que elegirá: el Presidente de la República, la Cámara de Diputados, la
Cámara del Senado, la Corte Federal, la Corte de Casación, el Contralor de la
Nación y el Subcontralor, el Procurador de la Nación, las Asambleas
Legislativas de los Estados, los Concejos Municipales, y el Concejo del
Distrito Federal. En relación a esa Disposición Transitoria Segunda, Rómulo
Betancourt dice: “…La Asamblea Constituyente ad hoc funcionó
como incubadora de los Poderes Públicos fundamentales” (6). Luis José Silva
Luongo, apunta: “Calculador, frío, sin consideraciones para fines distintos de
los que quiere lograr, y a su manera, Pérez Jiménez pasa a ser el hombre que
desde los tiempos de Juan Vicente Gómez
concentra en sus manos una mayor suma de poder” (7). A lo anterior se
añade el mal tratamiento que se le da a
los derechos individuales y sociales, los cuales, en opinión de Allan
Brewer-Carías, “sufrieron una merma sustancial en su regulación,
estableciéndose respecto de ellos sólo fórmulas escuetas” (8). En efecto, La
Disposición Transitoria Tercera prácticamente suspende las garantías de esos
derechos y otorga un poder presidencial discrecional, al establecer:
“Entretanto se completa la legislación determinada en el capítulo sobre
Garantías individuales de esta Constitución se mantienen en vigor las
disposiciones correspondientes del Gobierno Provisorio y se autoriza al
Presidente de la República para que tome las medidas que juzgue convenientes a
la preservación en toda forma de la seguridad de la Nación, la conservación de
la paz social y el mantenimiento del orden público”. Esa circunstancia permite
que Rómulo Betancourt haga esta reflexión: “La Constitución de encargo que
aprobó la muy peculiar Asamblea Constituyente trajo la innovación de que en
ella se consagró la abolición de las
garantías individuales. Era una novedad en la historia de los despotismos de
Hispanoamérica, porque siempre los ha caracterizado un respeto formal de los
derechos básicos. Es ya tradicional que esos despotismos mantengan en sus
Constituciones, siquiera en la letra y para incumplirlos, los principios
esenciales del sistema democrático; y de que garanticen en ellas algunos
derechos de la ciudadanía. La Constitución que se hizo hacer por dóciles
letrados el actual usurpador del poder en Venezuela ni siquiera atendió a ese
escrúpulo de las formas” (9).
A comienzos de
1953, en un intento de dar una apariencia de apertura con ocasión de la
instalación y actividades de la Constituyente, el régimen procedió a clausurar
el campo de concentración de Guasina, pero continuó su política represiva, que
se había acentuado después del asesinato de Leonardo Ruiz Pineda. Dice Ramón J.
Velásquez: “Jamás Acción Democrática había sido tan golpeada como en el período
comprendido entre octubre de 1952 (asesinato de Ruiz Pineda) y junio de 1953”
(10). Un malestar sordo latía en el seno de las Fuerzas Armadas, como lo señaló
Betancourt: “El clima agitado de la calle se correspondía con un desajuste visible dentro del Ejército,
porque era numeroso el grupo de oficiales de todos los cuerpos hostiles a la
idea de que se burlasen los resultados del sufragio. En los meses de diciembre
de 1952 y de enero del año siguiente, se abortaron por lo menos dos
conspiraciones mlitares, dentro de los cuarteles. Muchos oficiales de las
Fuerzas Armadas fueron apresados, dados de baja en el servicio o deportados”
(11). Efectivamente, en el cuartel Bermúdez fue debelada el 5 de enero de 1953
una conspiración militarque tenía ramificaciones en varios cuarteles del país;
y no pudo materializarse la llamada “Operación Berta”, programada desde el
exterior para que tuviera lugar antes del 19 de abril, fecha de la
juramentación de Pérez Jiménez como presidente constitucional.
La historiadora e
investigadora Mirela Quero de Trinca anota que “…1953 fue un año sangriento en
el que perdieron la vida o fueron detenidos valiosos militantes de Acción
Democrática produciendo grandes pérdidas entre los cuadros dirigentes y de base
del Partido” (12).
En la mañana del
18 de enero fue detenido, cuando celebraba una reunión con militantes y
dirigentes de Acción Democrática, el Secretario General del Partido en la
clandestinidad, Alberto Carnevali, quien, como dijo Rómulo Btetancourt, “no era un político
corriente, sino con vocación y cualidades de estadista”. Fue Llevado a la
Cárcel Modelo de Caracas, y posteriormente
trasladado a la Penitenciaría General de San Juan de los Morros, donde falleció
el 20 de mayo, víctima de un cáncer. Por cierto, Vallenilla relata (“Escrito de Memoria”, pág. 381-384) una
supuesta entrevista en la que habría conversado largamente con Carnevali en la
Cárcel Modelo de Caracas, antes de su traslado a la cárcel guariqueña. Creo que
la tal entrevista no existió, tanto por lo inverosímil del contenido que de
ella cuenta, como porque la he buscado en innumerables fuentes bibliográficas
y periodísticas y no
he encontrado nada referente a ella. Además, el caradurismo del ministro de la
dictadura, como sabemos, es de antología. A Carnevali, al caer preso, lo
sucede, en la Secretaría General de AD, Eligio Anzola Anzola, quien es detenido
el 24 de abril, y lo sucede en el cargo Rigoberto Henríquez Vera, que es
detenido el 10 de junio, siendo sucedido por Héctor Vargas Acosta hasta el 12
de abril del año siguiente, cuando es reemplazado por el profesor Pedro Felipe
Ledezma. En el lapso en que se sucedían valiosos dirigentes en la Secretaría
General de Acción Democrática, el 24 de febrero en una emboscada fue
acribillado a balazos el Capitán del Ejécito Wilfrido Omaña; y el 11 de junio
fue asesinado, de la manera más cobarde, Antonio Pinto Salinas, como lo relata Rómulo
Betancourt: En la noche del día anterior, “apresaron, en un pueblo enclavado en
el emporio petrolero del Oriente nacional, llamado Pariaguán, del Estado
Anzoátegui, al Licenciado Antonio Pinto Salinas, compañero de Ruiz Pineda y
Carnevali en el comando clandestino de AD. De apenas 34 años, economista y
escritor; magro de cuerpo, silueta fina, mirada un poco ausente, de poeta
frustrado por el militante. En la noche siguiente, lo trasladaron a Caracas,
esposado, sangrando de heridas en el rostro y en la espalda. Pero no llegó a su
destino. A las tres y media de la madrugada, en la carretera de los Llanos, en
un sitio denominado ‘Curvas del Jobo’, entre ´Los Mangos de Flores’ y San Juan
de los Morros, capital del Estado Guárico, lo desembarcaron del vehículo, a
empellones. Dos primeros balazos, a quemarropa, lo abatieron; y ocho disparos
más, a la cabeza, al pecho, al abdomen, remataron la faena de los carniceros”
(13).
Ante la gravedad
de todos esos acontecimientos, el partido ordenó, a mediados de junio, un
repliegue táctico en las actividades clandestinas.
El análisis
continuará en el próximo Collage.
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1-Laureano
Vallenilla Lanz (h). “Escrito de Memoria”. Versalles. 1961. Pág. 371
2-Rómulo
Betancourt. “Venezuela, política y petróleo”. Fondo de Cultura Económica. 1956.
Pág 560-561.venezolanas han planiificado y ejecutado
3-Eduardo Mayobre.
“Venezuela 1948-1958 La Dictadura Militar”. Fundación Rómulo Betancourt. 2013.
Pág. 117.
4-Rómulo
Betancourt. Obra citada. Pág. 571.
5-Rómulo
Betancourt. Obra citada. Pág. 569.
6-Rómlo
Betancourt. Obra citada. Pág. 565.
7-luis José Silva
Luongo. “De Cipriano Castro a Carlos Andrés Pérez 1899-1979”. Monte Avila
editores. 2000. Pág. 238.
8-Alln R.
Brewer-Carías. “Las Constituciones de Venezuela”. Estudio Preliminar. 1985.
Pag. 100.
9-Rómulo
Betancourt. Obra citada. Pág. 565.
10- Ramón J.
Velásquez. “Aspectos de la Evolución Política de Venezuela en el Último Medio
Siglo”. Venezuela Moderna. Fundación Eugenio Mendoza. 1976. Pág. 134.
11-Rómulo
Betancourt. Obra citada. Pág. 561.
12-Mirela Quero de
Trinca. Antología Política. 1953-1958. Volumen Sexto. Fundación Rómulo
Betancourt. 2004. Pág. 38.
13-Rómulo Betancourt.
Obra citada. Pág. 563.
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