Jean Maninat
En 14 años en el poder, Hugo Chávez
construyó una narrativa de sí mismo sin igual en la región americana. Conjugó una
serie de elementos que siempre han habitado en los aposentos más escondidos del
subconsciente colectivo: hombre de acciones audaces, de verbo atmosférico, de
apego a las causas de los más desfavorecidos y de uniforme verde olivo que
tanto encanta a algunos,siempre que venga acompañado por frases progresistas y
redentoras. Y todo aderezado con votos.
La herencia que deja en el país es otra.
Son muchas las promesas incumplidas, como reconoció su sucesor Maduro:
inseguridad rampante, escasez, falta de viviendas dignas para los sectores
populares. Agréguele una alta dosis de inflación y tendrá usted el panorama
completo.
Con el influjo de su desbordante
personalidad despertó una conexión personal con muchos mandatarios en la región
que luego se convertiría en proyectos económicos nutridos por una petrochequera
tan infatigable como sus discursos. Allí cayeron, o se dejaron caer, grandes
países que no necesitaban de los recursos
venezolanos para subsistir; países medios
que los utilizaron para ayudarse en el despegue; y los más empobrecidos que lo
vieron, literalmente, como un maná caído del cielo.
En el resto de los países de la región,
primó la ‘realpolitik’ que permitió una relación distante en lo político, pero
lo suficientemente próxima en lo personal para no avivar polémicas y
enfrentamientos inútiles. Con la posible excepción del gobierno de Álvaro
Uribe.
La relación del gobierno de Chávez con el
Perú tuvo una dinámica especial.
Después de un
intento baldío por incidir desde Caracas en los procesos electorales, y luego
de que el gobierno del presidente Humala asumiese un rumbo propio para tratar
de conjugar crecimiento económico con inclusión social sin decibeles
ideológicos, se estableció una cortina de cristal lo suficientemente clara como
para saber dónde estaba parado cada quien. El Perú mantenía una economía
abierta, avanzaba socialmente y se convertía en un nuevo paradigma regional;
mientras Venezuela se dedicaba a fortalecer con mayor ímpetu un modelo
económico cada vez más estatizante, y a sortear políticamente los primeros
signos de la enfermedad presidencial.
El ex presidente venezolano dejó su huella
en muchas de las instancias regionales que se crearon en los últimos años. Pero
la que sin duda llevará su denominación de origen controlada, su ‘Made by
Chávez’, es la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA),
su obra y su brazo político en la región.
¿Podrá esta institución subsistir a la
partida de su creador?
¿La necesitan hoy
sus miembros tanto como cuando fue creada en el 2004? Probablemente no. Tanto
Ecuador como Bolivia tienen vida propia. Cuba está interesada en escenarios más
amplios como la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), de
la cual ostenta la residencia pro témpore. El resto de los países es poco lo
que podrá incidir en cualquier decisión.
La sombra del ex
presidente Chávez seguirá presente por cierto tiempo.
Sin su influjo, la
política regional será menos trepidante y las cumbres menos pintorescas. Los
líderes de la región volverán a lo suyo y su memoria se enfriará en el mármol
de un mausoleo.
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