El poder de no dejarse doblegar
JEAN MANINAT
Lo que iba a pasar pasó. Quienes no creían, quienes sospechaban una cruenta trastada, un engaño más en la cadena de engaños que constituye la estructura ósea que sostiene al régimen, no obtuvieron finalmente la prueba de vida que con todo derecho habían exigido; sino todo lo contrario, una prueba de que quien fue omnipresente y marcó como pocos la historia de este país había partido definitivamente.
Su memoria se irá diluyendo poco a poco. Sus seguidores lo echarán de menos y cada vez que sus sucesores pretendan suplantarlo, insistan en seguir utilizando su nombre para entronizarse en el poder, se acercarán un poco más al despeñadero. Un momento de nuestra historia se fue para no volver, y quienes quieren remedarlo sólo desguazarán aún más su legado.
Otro país comienza a surgir a la sombra de lo que hasta hace nada fuimos. No están claros los contornos, ni son precisas aún sus fronteras internas; cada quien sigue en su posición, cada quien elabora su duelo: unos por lo que se fue; otros por lo que no termina de llegar. Y quizás en esa tenue línea se empiece a construir una convivencia nada fácil entre visiones diferentes y encontradas y el país retome el pulso democrático que una vez lo caracterizó.
De lado y lado siempre surgirá el cultivo del encono: "¡Ja, ja, qué comeflores y que salir a votar!" dicen los radicales de la inutilidad. "¡Los aplastaremos como insectos imperialistas en nombre del amor que nos tenemos!" dicen los sacerdotes del nuevo culto. Son pulmones hermanos de una misma fatiga.
Lo cierto es que sin sorpresa alguna el país se prepara, una vez más, a participar en unas elecciones presidenciales de las que mucho se ha escrito, en muy poco tiempo, acerca de sus características particulares y de lo que permanece en juego. Quizás se ha pasado por alto el entusiasmo que empieza a surgir en una oposición hasta hace nada aletargada por dos sucesivas e importantes derrotas electorales.
Los representantes del oficialismo han decidido cobijarse bajo el uniforme de quien fuera su máximo jefe. Es lo que llaman ahora, no sin cierto aire cursilón, apostar a la conectividad emocional con el líder desaparecido. En una apuesta evidente y como tal con buenas posibilidades de ser eficiente. Sólo que es de corto aliento, de vuelo rasante, pues el que gane esta elección tendrá que enfrentarse a unos retos que no habrá fuerza del más allá que quiera arrendar su prestigio tratando de resolverlos. Los novenarios no duran para siempre.
La oposición parte con la candidatura presidencial de Henrique Capriles por segunda vez, viene de salir airoso de la contienda por la gobernación de Miranda y desde allí representa y lidera hoy la voluntad del país opositor que no se rinde. No tiene ante sí una tarea fácil, la misma maquinaria estatal, cada vez más impúdica y desperada por seguir en el poder continúa allí, el mismo CNE vigilará las elecciones con un ojo cerrado para el gobierno y todos abiertos para la oposición. Esos son los marcos injustos y ventajistas en los que tiene que actuar el empeño democrático.
Capriles decidió, con mucho valor ciudadano y personal, asumir el reto de defender y hacer avanzar lo que constituye una fuerza importante: casi siete millones de electores que ya dijeron no cuando era aún más cuesta arriba la pelea. Es la fuerza de quienes por catorce años han resistido los designios de un grupo humano por imponer su visión de sociedad a través del debilitamiento progresivo de la institucionalidad democrática. Esta perseverancia, hecha de errores y aciertos, constituye el mayor capital que tienen las fuerzas democráticas del país y será clave en los tiempos revueltos por venir.
En la política se pierde y se gana y a quienes enfrentan democráticamente al régimen les ha tocado perder duro y parejo. No hay nada de qué avergonzarse, lamentable sería dar la espalda y retirarse a casita para realizar el inventario de las injurias recibidas.
La reciedumbre mostrada por el país opositor y su actual candidato es un poder: de a pie, de entrañas y voluntad, de ovarios. Un poder que la gente comienza a percibir que lo tiene, que es suyo, que es producto de su esfuerzo y tesón y que ya empieza a contaminar las concentraciones electorales de la oposición.
Es el poder de no dejarse doblegar.
@jeanmaninat
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